Querido maestro
Hace unos días leí la carta que un niño de siete años le escribió a su profesora de primer grado, con letras grandes y a todo color, donde conmovedoramente le asegura “no te voy a olvidar”; la carta fue escrita hace 39 años, el niño cumplió la promesa. Hace unos días se enteró que la señorita Aida, su maestra, había muerto. Enseñaba con ternura, para cada letra tenía un cuento, qué hermosa se veía cuando les pedía que siguieran con ella la lectura, qué orgulloso se sentía cuando le pegaba una estrella en la tarea. Ella sabía consolar a cuanto niño o niña llegaba a su clase con rastros de llanto. Nunca supo si era casada, si tenía hijos o no, ella era como un hada, como una heroína que con su sola presencia todo solucionaría. La señorita Aida hacía las clases muy divertidas inventando juegos para que disfrutaran de lo aprendido. Tocaba rendirle un íntimo homenaje y decirle sin palabras: ¿Ves que no te olvidé?
Imagino que maestras y maestros saben lo importantes que son o que pueden llegar a ser en la vida de sus alumnos, sobre todo cuando decididamente se preparan para mostrarles el mundo, cuando asumen su papel con absoluta convicción. Así debió ser el maestro de un joven que en la puerta del Teatro Municipal de La Paz, abrazó a su querido profesor de secundaria y le dijo que él le había cambiado la vida, que su horizonte había crecido gracias a él, ahora eran dos adultos que se abrazaban con afecto y juntos entrarían a seguir aprendiendo en una buena obra de teatro.
Los maestros deben estar seguros de lo importantes que son para los niños y adolescentes. Deberían asumir su rol con absoluta responsabilidad, preparándose más allá del texto a seguir, leyendo, cultivando el gusto por el conocimiento. Piense usted maestra, maestro que en frente tiene futuros médicos, astronautas, poetas, hombres y mujeres que pueden ser honrados o no, según usted intervenga. Los profesores que están atentos a los cambios en sus alumnos han sido quienes han evitado que muchos de ellos sigan siendo víctimas de violencia, o de extorsiones, son quienes descubren las verdaderas vocaciones de sus alumnos. Joan Manuel Serrat, en una canción le decía a su profesora Conchita: “Si alguna vez piensa en mí, maestra, que de sus ojillos azules nazca siempre aquella paz que me hacía un poco más dulce la escuela”.
Simón Bolívar, que nunca dejó de reconocer lo importante que fue en su vida su maestro Simón Rodriguez, en una carta le asegura que: “Usted ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Usted no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté”.
Lucía Sauma es periodista.