40 años, 40
Declara el tango, con fiebre por volver, que en el soplo de la vida “veinte años no es nada”. Tiene razón. ¿Y qué son 40 años en el tiempo político y sus andamios institucionales? Eso depende. ¿40 años comparados con qué? ¿Con el pasado, el porvenir? Cuentan también el itinerario, las escalas, los resultados. Como sea, en octubre de este año celebraremos en Bolivia “40 años de democracia sin interrupciones”. Pero hay debate sobre los 40, la democracia y las interrupciones.
Más que democracia como producto, se trata en rigor de proceso de democratización. Después de 157 años de vida republicana con formalidad de régimen representativo, pero sin voto universal y/o ausencia de pluralismo político (entre “cuartelazos y golpes de Estado”), en 1982 estrenamos un gobierno (“el hambre no espera, todos a San Francisco”) cuya fuente de legitimidad fueron las urnas. Se trató de una transición de naturaleza pactada y retroactiva (Congreso del 80).
Tampoco corresponde hoy hablar de (la) democracia, sino de democracias (en plural). Más todavía: de un horizonte democrático intercultural y paritario. ¿40 años de cuál democracia? ¿La liberal-representativa, la electoral? Porque si hablamos de democracia directa y participativa, la temporalidad es menor (desde la reforma constitucional de 2004). Y ni qué decir de la democracia comunitaria que, si bien tiene existencia precolonial, fue reconocida recién hace 13 años.
¿Son 40 años? ¿Sin interrupciones desde la transición? Para el oficialismo, en octubre cumpliremos en realidad 39 años de democracia, pues no cuenta el año del gobierno de facto (noviembre 2019-noviembre 2020). Para la oposición, en tanto, la democracia (pactada) está suspendida en Bolivia desde febrero de 2016 o, según la versión, desde 2005 (con paréntesis en el año de Áñez-Murillo). Otros, más radicales, de ambas veredas, dirán que nunca tuvimos una “democracia real”.
Más allá de la disputa de relatos, quizás lo que más cuenta, en clave de historia y de memoria, es la vivencia personal y, claro, la experiencia colectiva. Si ya habías nacido, ¿dónde estabas con los tuyos y qué hacían en octubre de 1982? En mi caso, tengo tres recuerdos de niñez de ese periodo: el golpe de Natusch Busch, el “testamento bajo el brazo” de Arce Gómez y el arribo de Siles Zuazo para asumir la presidencia. No fue un “veranillo democrático”, sino el inicio de una larga marcha.
Arribamos así a un momento simbólico del proceso de disputa por la construcción democrática en Bolivia. Y claro que debemos celebrarlo. Ojalá el horizonte sea demodiverso y paritario. Pese al desencanto, con la frente altiva, en ello estamos.
FadoCracia explosiva
1. La ciudadana Carolina Ribera asegura que la explosión de una planta de gas en Senkata, el 19 de noviembre del 2019, iba a provocar la muerte de “por lo menos dos millones de bolivianos” (sic). 2. Según datos del INE, en 2019 El Alto tenía un millón de habitantes. La explosión los haría desaparecer a todos, incluida la ciudad. La hoyada paceña tenía poco más de 900.000, todos los cuales también irían a morir. Para completar los dos millones de Carolina, habría que incluir a los pobladores de Palca, Mecapaca, Achocalla y Viacha. ¡Terrible! 3. Frente a semejante catástrofe (solo comparable con la más potente explosión nuclear), el asesinato de una decena de alteños (algunos ejecutados de manera sumaria), además de al menos 80 heridos (la mayoría por armas de fuego militar y policial), no es nada (quizás un “daño colateral”). 4. El único problema, como demostró documentada y sobradamente el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), es que en ningún momento la planta de gas estuvo en riesgo. 5. Lo real fue la masacre de Senkata, al amparo de un decreto firmado por la mamá de Carolina y (ex)amigos.
José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.