Icono del sitio La Razón

¿Universidades para el desarrollo?

TRIBUNA

El sistema universitario, con especial énfasis en el público, se encuentra en una profunda crisis hace mucho tiempo. Si bien los últimos días ha sido la comidilla de todos los medios de comunicación gracias a las denuncias que se dieron en contra de la dirigencia de los estudiantes, sobre sueldos, viáticos y una serie de beneficios, la realidad es que estos hechos son el triste corolario de un aparato pensado para prestar un servicio a la sociedad fundamental para poder alcanzar algún nivel de desarrollo; pero ahora se encuentra convertido en el acorazado castillo de roscas milenarias, que han logrado tomar por asalto a estas instituciones y hacerse dueñas de cargos administrativos y plazas para catedráticos.

Para los que hemos pasado por aulas de las universidades públicas, sabemos que más allá de la calidad de la educación prestada, el gran problema de conseguir un título profesional está en los engorrosos trámites que reclama, en primera instancia, el título profesional y posteriormente el título en provisión nacional; ambos documentos son llave que abre algunas oportunidades a jóvenes que al salir al mercado laboral entienden que el esfuerzo imprimido en culminar sus estudios no son suficientes para conseguir un trabajo espectable, por ende ven frustrada su intención de encontrar mejores días para ellos y sus familias.

Por otro lado, las universidades privadas son un negocio redondo donde se consigue muchos alumnos atemorizados por su paso escabroso por universidades públicas, pero con una lamentable política de contratación del principal recurso: los profesores son llamados a prestar servicios sin establecer un vínculo estable laboral y que, en muchos casos, les dan una categoría de consultores, lo que logra ahorrar recursos a los dueños de estos centros de educación superior, pero que en definitiva genera una alta rotación de este personal que debería tender a la investigación y profesionalización de la cátedra.

La producción intelectual y el análisis crítico de la realidad nacional son muchas veces una multiplicación por cero y es que gran parte de los catedráticos funcionan en una lógica conductivista, impartiendo clases como en el siglo pasado, anclados en lo teórico, viéndose a sí mismos como lumbreras de conocimientos que son fácilmente encontrados por los alumnos en internet. Asimismo, muchos de “los cates” se empeñan en describir hechos que en el mejor de los casos han sucedido hace una decena de años, mostrándolos con hechos novedosos; esto convierte al estudiante en una máquina repetidora para los exámenes, truncando cualquier aspiración de éste para construir pensamiento analítico y propositivo en busca de la solución de problemas en una sociedad multivariable que se deconstruye constantemente para generar nuevos paradigmas.

Los datos muestran que de cada 10 jóvenes que terminan el colegio, solo dos logran culminar sus estudios en casas de estudios superiores, esto hace ver que la obtención de una profesión no está directamente relacionada con la construcción de un buen futuro, y es porque no existe una oferta de profesionales que guarde relación con la demanda que existe actualmente en el mercado; las universidades han entrado en un círculo cómodo de ofrecer carreras en las cuales creen tener las condiciones mínimas, sin pensar si éstas son las que necesitan las empresas y/o el Estado, este divorcio entre sociedad y educación superior se vuelve más evidente cuando muchos titulados no logran conseguir un trabajo o en definitiva no se encuentran ejerciendo la profesión para la cual se prepararon.

La discusión sobre el aporte a la sociedad boliviana por parte del sistema educativo terciario, especialmente público, ya que es pagado con recursos de todos los bolivianos, se vuelve poco clara y repleta de romanticismo teórico cuando es la practicidad la que debería ser una máxima para entender este problema; el mundo está cambiando a una velocidad impresionante y los requerimientos para contar con personal calificado ya no están relacionados directamente a los títulos profesionales; las capacidades técnicas y habilidades blandas son cada vez más importantes en un sistema productivo donde se priorizan los servicios y su calidad, si esto no es comprendido por quienes imparten educación superior y los que eventualmente fungen como autoridades, lo que arrojarán al mercado laboral será, cuánto más, personas que engrosarán nuestras filas de desempleados, dejando así mucho más tenue la percepción de las personas sobre un probable aporte a la construcción del país en la cual las universidades deberían tener un papel fundamental.

Mike Gemio es economista.