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El desdén por el Machaq Mara

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Rubén Atahuichi

Quienes nacimos en el altiplano y los valles, también en comunidades indígenas del oriente y el Chaco, celebramos ayer nuestro año nuevo; para los aymaras Machaq Mara o Mara T’aqa (medio año), que tiene raigambre precolonial, reivindicado en las últimas décadas y acentuado a partir del Estado Plurinacional.

En la cosmología, se trata del día del solsticio de invierno, 21 de junio en el hemisferio sur, del inicio de un nuevo ciclo agrícola en el occidente del país. En el calendario occidental es la mitad de año (Mara T’aqa) y en el calendario andino, el año nuevo (Machaq Mara).

Ancestralmente, se trata del Willka Kuti (retorno del Sol, en quechua), que se celebra no solamente en Bolivia, como muchos creen y pregonan, sino en Argentina, Chile, Perú y Ecuador, con el mismo espíritu y aunque con distintas manifestaciones festivas. Es la fiesta del Sol (Inti Raymi, en quechua).

En las comunidades rurales del país, especialmente en el altiplano y los valles, la celebración coincide con la presentación de las autoridades indígena originario campesinas, que regirán el próximo año, y la consagración de las nuevas autoridades de Jach’a Carangas, en Oruro, cuya gestión comenzó ayer.

Es el inicio del nuevo ciclo agrícola —el ciclo pasado terminó con la cosecha después de las celebraciones gregorianas de Semana Santa— cuyas tareas comenzaron con la preparación de la tierra para la próxima siembra, entre agosto y diciembre, dependiendo del tipo de productos y de las regiones.

No se trata de un invento boliviano, sino de una celebración propia de los pueblos andinos — como en países circundantes— que cobró notoriedad en los últimos años por los 500 años de la llegada de los españoles a América en 1492, que se conmemoró con una serie de reivindicaciones y denuncias, como la trasposición del término “invasión” sobre “conquista”, como registran los libros de historia; además en la institución del Estado Plurinacional y, también, por la declaratoria de feriado nacional a través del Decreto Supremo 173, del 17 de junio de 2009.

Precisamente en la denuncia de la invasión de 1492, difundida ampliamente en 1992, se estableció el número del Año Nuevo Aymara, 5000, una suma de cinco ciclos milenarios a los que hasta ahora se agregaron 530 años, desde que Cristóbal Colón pisó tierras americanas. Es decir, suman 5530 años.

Una serie de cuestionamientos compitieron ayer con los augurios de un nuevo año aymara, especialmente de parte de quienes creen que esta institución corresponde a una fuerza política o a un gobierno. Si fuera así, no habría celebraciones que vimos en pueblos andinos de Argentina, Chile, Perú y Ecuador.

Aunque en la euforia de las celebraciones muchos políticos y autoridades instauraron hasta “innovaciones” en la ritualidad de la fiesta, el espíritu de los pueblos ha cobrado vigor, incluso se ha extendido en el país.

Sin embargo, los detractores de la celebración hasta caen en la banalidad, el desdén o el racismo. Los cuestionamientos a las celebraciones apuntan a grandes pueblos de occidente que ese día celebran la armonía con sus deidades, con el Tata Inti (el dios Sol) y la Pachamama (Madre Tierra); finalmente sus formas de convivencia entre pares y la naturaleza.

Pedía el alcalde Iván Arias, en el inicio de las tareas preventivas de San Juan, que los “pachamamistas” no le metan fuego a la “Madre Tierra”. Se trata de un calificativo a esos pueblos que en su forma de pleitesía a sus dioses usan el fuego como transmisor de energías, como el fuego del Sol que emana energías al extender nosotros las manos hacia él. Es como el agua bendita que un cura nos echa para encontrarnos y alimentarnos de paz.

Los pueblos indígena originarios campesinos van a seguir su camino (sara thaqui), más allá del desprecio y el racismo que sufren, y el Año Nuevo Aymara seguirá siendo una de sus celebraciones mayores y de reivindicación.

¡Jallalla Machaq Mara!

Rubén Atahuichi es periodista.