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El devenir del arte de la pintura

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Si damos una mirada al arte de la pintura, es imposible dejar de mencionar —por lo menos como introducción— a dos grandes épocas: la clásica y la moderna. Esto no con la intención de ver sus diferencias y contrastes de estilos, sino porque —de manera general— el arte desde su nacimiento fue capaz de describir el pensamiento de una sociedad. En este caso, de dos periodos que estuvieron marcados por el hecho de que uno era diametralmente opuesto al otro.

Fue en el siglo XVIII que los artistas le confirieron una relevancia notoria a la pintura clásica, convirtiéndola en una de las expresiones más bellas que ha creado la humanidad. Con ello, esas obras trascendieron en el tiempo por su carácter universal y el sentido relevante que manifestaban, lo que las transformó en supratemporales, vale decir que la perennidad que las acompañaba como obras de carácter sublime (religioso) las dotó de un significado irremplazable como arte bello. Íconos del arte universal que han traspasado los tiempos.

Sin embargo, la etapa moderna, que se inicia desafiando toda tradición y conservadurismo estético, se convirtió en el medio para exaltar la realidad en la que vivía la sociedad en el siglo XIX. Periodo en el que los artistas encontraron una forma de transgredir la visión estética, moral y política de la época, trastocando al arte en reflexivo y descubridor, lo que los llevó a entender realidades poco visibles pero que prometían grandes transformaciones en el siglo XX.

Dos épocas que contrastaron radicalmente entre sí, no solo por el sentido que conllevaba cada una, sino — en el caso del arte moderno— por su búsqueda de grandes transformaciones de la sociedad.

Posteriormente hubo otras propuestas, pero abordamos la pintura que condujo al nuevo tiempo del “arte conceptual” porque, en sentido estricto, dio fin a la estética procesual. Su relevancia radicó en que dejaría de ser el objeto de todo sentido tradicional y adoptaría el sistema “abierto” en sus distintas expresiones.

Fue a mediados del siglo XX que Umberto Eco arriesgó el concepto sobre el nacimiento de las obras en movimiento, como atributo de las obras abiertas. Éstas fueron estudiadas en una multiplicidad de significados, por lo que fueron momentos en que el valor del arte presentó manifestaciones artísticas que tuvieron también una diversidad de lecturas. Una apertura a un nuevo tiempo dentro de un sistema sin límites, el abierto.

Lo llamativo es que una obra abierta puede ser obstinadamente repetitiva, pero fue denominada abierta porque su situación sin límites la convierte en una obra con fronteras abierta a la creación conceptual. Tanto es así que en 1999 apareció una obra denominada “poética de la energía”, cuyo autor sorprendió al adoptar la sinergia para crear una pieza de arte cuyo origen fue el pensamiento, la lógica de la investigación artística. Él afirmaba que el arte es conocimiento que des-cubre y des-oculta elementos y relaciones, por tanto, su función estimula la reflexión.

Asimismo, ese artista aseguraba que las nuevas concepciones del arte debían estar cargadas de conceptos renovados, como toda obra abierta, la cual podía ser reiterativa, pero no desaparecer en las posibilidades de lo oculto (trasfondo de sentido).

Tampoco podemos dejar de referirnos al “arte en línea” que transita en internet. Una manifestación efímera pero de visibilización infinita.

Por todo lo anterior, resulta innegable que toda obra de arte tiene relación con la inmanencia del devenir y del ser mismo pensado desde el tiempo.

Patricia Vargas es arquitecta.