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Otro cuadro geopolítico en América Latina

El triunfo de Gustavo Petro en Colombia altera seriamente el mosaico político en la región, donde ahora la izquierda variopinta apunta como posible mayoría. Sin embargo, los elegidos no siempre profesan el mismo ideario ni los electores los han escogido por iguales motivos. Revisemos los estados de situación y los atributos o defectos de los mandatarios de los países afectados:

México: Su proximidad con los Estados Unidos le otorga un poder de negociación privilegiado que aprovecha Andrés Manuel López Obrador (2018-2024) para ejercer una diplomacia híbrida con etiqueta progresista cuando conviene y sumisa a Washington mientras fluyen los dólares.

Honduras: Fiel esposa de Manuel Zelaya, su defenestrado marido, Xiomara Castro (2022- 2026) implementa puntualmente sus instrucciones, con abnegada domesticidad victoriana. La dama se peina —obviamente— con la mano derecha y se despeina con la izquierda.

Nicaragua: La pareja Daniel Ortega-Murillo (2007-2027) es el amasiato infernal que oprime a su pueblo con una nefasta tiranía sin ejemplo. Todo opositor que se manifiesta es de inmediato encarcelado y las protestas se reprimen con sangre.

Cuba: Escapa a la clasificación “izquierdista” porque allí se instauró un modelo que funciona hace 62 años y Miguel Díaz-Canel (2018-2023) es el cumplido arlequín de aquella gerontocracia revolucionaria, en vías de extinción.

Venezuela: Es el más triste paradigma de ese “progresismo” —simbiosis de discurso callejero y corrupción cotidiana—, pues sin el carisma de Hugo Chávez, Nicolás Maduro (2013-2024) es como el elefante en una cristalería. Últimamente entró con estruendo al club de los parias del mundo y su mayor angustia es probar su inocencia frente a sus supuestos narcovínculos. El petróleo le resultó útil moneda de cambio con el Imperio.

Argentina: Alberto Fernández (2019-2023) podría decir “mi reino por una foto” por cuanto despotricando contra la reciente Cumbre de las Américas, se abrió paso a codazos para posar junto al presidente Biden, ocultando previamente igual fotografía tomada con Vladimir Putin, en Moscú, un mes antes.

Perú: Inclasificable en la geometría política, Pedro Castillo (2021-2026) dejó en su enorme sombrero las propuestas libertarias con las que triunfó en las elecciones. Ahogado en acusaciones de corrupción su vida presidencial pende de un hilo, en manos del Congreso.

Chile: Con su impecable victoria para conquistar el Palacio de la Moneda, Gabriel Boric (2022-2026) ensaya ser tomado en serio y se desmarca de compañías “progres” inconvenientes. Inicia su periodo sin aparentes imprudencias, pero sin dejar la demagogia discursiva destinada a la calle.

Bolivia: La administración de Luis Arce Catacora (2021-2025) es cautiva del poder que aún detiene el expresidente Evo Morales y su inclinación hacia la izquierda limita con la política económica en vigor. Profesor universitario, debería recuperar su autonomía de gestión y declinar la tutela chapareña.

Colombia: Acaba de ganar el exguerrillero Gustavo Petro (2022-2026), que desea desmontar —en el frente externo— la armadura prooccidental construida en décadas y al interior, paliar la pobreza, erradicar la corrupción y la violencia imperantes. El 7 de agosto, día de su posesión, debería evitar la presencia de huéspedes controvertidos. Cuestión de imagen.

Otras naciones latinoamericanas como Brasil, Uruguay, Costa Rica, El Salvador, República Dominicana, Paraguay y Ecuador escapan a la categoría “progresista” y son más bien gobiernos de administración normal, salvo las ocurrencias del presidente Bolsonaro, que podría perder las elecciones de octubre frente a Lula, su némesis favorito o las extravagancias del presidente salvadoreño Nayib Bukele (2019-2024), quien fumiga a las pandillas y adopta el bitcoin como moneda nacional.

En resumen, el avance del populismo de izquierda se debe en realidad a la protesta antisistema, incapaz de resolver los problemas de la pobreza extrema, del desempleo, de la inseguridad y de la impunidad ante la corrupción, particularmente del narcotráfico.

Lejos están en aquellos países las bases de la democracia: estado de derecho, justicia independiente, libertad de prensa e igualdad de oportunidades. Todo ello conlleva a la opción tentadora de la autocracia con la modalidad totalitaria de la reelección indefinida.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.