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Transiciones energéticas

ORDEN CAÓTICO

El mundo está atravesando una transformación tras otra luego del primer brote de la pandemia y ahora con la guerra contra Ucrania. Ambos eventos, precedidos de las fricciones geopolíticocomerciales de la era Trump, están configurando un mundo menos globalizado del que vivíamos a mediados de la década de 2010.

Junto con este retroceso relativo de la globalización, vienen los problemas: las cadenas de suministro se interrumpen y, como cherry sobre la torta, la guerra contra Ucrania ha ocasionado un problema severo de inflación a nivel mundial; Rusia es el primer exportador mundial de petróleo, el quinto exportador mundial de gas y el primer exportador mundial de trigo… que está en guerra con el quinto exportador mundial de trigo (casi el 30% de las exportaciones mundiales de trigo estaban concentradas entre Rusia y Ucrania para 2020).

Volviendo al tema energético, Europa importa cerca del 40% del gas que consume, desde Rusia. Con la guerra y las sanciones, la energía se ha vuelto más escasa —Rusia está limitando sus exportaciones de gas a Europa— y más cara en todo el mundo.

Para Europa, el tema energético es, hoy por hoy, un problema de seguridad. En tal sentido, urge hacer la transición hacia otras fuentes de provisión. Como nos cuenta The Economist en su edición del 23 de este mes, la energía nuclear gana atractivo ante la perspectiva de una disrupción de largo plazo de las relaciones comerciales con Rusia.

Pero en Europa, la reputación de la energía nuclear estaba muy a la baja en las últimas décadas. Francia queda como un bastión en generación de energía nuclear. Sin embargo, largos años de descuido en inversión en el sector están afectando hoy en día la capacidad de producción, desde varios frentes: primero, el deterioro por el uso y el descuido hacen que hoy Francia tenga apagada la mitad de su capacidad para encarar trabajos de mantenimiento.

En segundo lugar, incluso cuando los países deciden instalar nuevas plantas, la des-acumulación de conocimiento técnico (entre varios otros factores) ocasiona largos retrasos y significativos incrementos de presupuesto en la construcción de nuevas centrales nucleares… lo que nos lleva al siguiente dilema, que es volver a confiar en proveedores rusos (que sí mantuvieron actividad en la construcción de centrales nucleares) para apoyar los esfuerzos de Europa por ser más independientes de los energéticos de Rusia.

En última instancia, el problema central son los precios, que están determinados por las condiciones actuales de mercado, que están determinadas por la guerra.

Como quiera que sea, los países europeos están adoptando crecientemente la idea de que el componente nuclear tiene que ser mayor en sus redes energéticas, no solo para ganar algo de autonomía respecto a Rusia, sino para ir reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero y lograr la meta climática de París 2015. Así lo indican las declaraciones del ministro finlandés de asuntos económicos, la decisión de Bélgica para financiar investigación en energía nuclear por 100 millones de euros y el aún incipiente debate político en Alemania para revertir el cierre programado de las centrales nucleares que aún están en funcionamiento.

El dilema que enfrenta Europa es un dilema mundial, pues al final del día tenemos más países importadores netos de hidrocarburos que exportadores netos. Como mencioné antes, en última instancia todos quieren (queremos) precios bajos por la energía. Si a eso le sumamos los compromisos de protección al medio ambiente, las alternativas son pocas. Evidentemente, debemos seguir incorporando más fuentes de energía renovable y verde, pero estas alternativas no siempre tienen ni la densidad energética (energía producida por superficie), ni la tasa de retorno energética (energía producida por energía consumida para su producción) que tienen los hidrocarburos o la energía nuclear.

Los cambios que estamos atestiguando en este momento seguramente tendrán implicaciones para el largo plazo. Lo que sí es seguro es que lo que parecía herético hace unos lustros suena sensato hoy en día.

Pablo Rossell Arce es economista.