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Tuesday 23 Apr 2024 | Actualizado a 12:15 PM

Colombia: cambio, ¿de qué?

/ 28 de junio de 2022 / 02:54

Ni el tipo de cambio se ha duplicado ni la economía se ha quebrado. Ningún gran banco se ha ido del país, ni petrolera alguna. Los propietarios continúan conservando sus propiedades y los que estaban condenados por delitos permanecen en las cárceles. Y, por supuesto, Colombia sigue siendo Colombia y no ese país al que se alude siempre en toda campaña electoral.

¿Significa eso que el nuevo Gobierno de Petro será lo mismo? Definitivamente, no.

El uso frecuente de la palabra “Cambio” puede llevar a equívoco por dos razones.

Una, porque este término suele ser utilizado superficialmente en muchas campañas electorales a modo de eslogan y, en consecuencia, se acaba quedando en eso, en un significante vacío para usar y tirar.

Dos, porque un determinado sector opositor (mediático y partidario) lo aprovecha para meter miedo aplicando un libreto ya por todos conocido. Es decir: si gana el candidato del Cambio, siempre y cuando sea progresista, entonces, llega el Fin de todo y el Inicio de la Era del Horror.

El cambio no es lo uno ni lo otro.

Recuerdo que en el libro Nuevo Examen de la Desigualdad, de Amartya Sen (Premio Nobel de Economía), se plantea la necesidad imperiosa de identificar la “variable focal” a la hora de realizar cualquier tipo de análisis sobre la desigualdad que pretenda ser preciso y riguroso. ¿De qué? Esa es la pregunta a la que hay que responder para saber a qué tipo de desigualdad nos estamos refiriendo.

Algo similar ocurre con el Cambio.

Cambio, ¿de qué?

No será un Cambio de todo, pero tampoco de nada.

Hay ejes muy claros marcados en campaña, y también antes de ella. El ahora presidente electo no habla nunca en modo curvilíneo. Cuando le preguntan algo y no tiene la respuesta, suele decir “lo estoy pensando”. Y, por el contrario, aunque la pregunta sea muy comprometedora, si tiene una reflexión cerrada al respecto, entonces, sin duda, lo expone sin titubeos ni filtros.

El pensamiento político y económico de Petro pivotea sobre determinados ejes de Cambio que son, precisamente, aquellos por lo que ha sido respaldado con esta votación histórica. Y digo histórica porque siempre es mucho más determinante lo que se logra en primera vuelta que en segunda (Petro logró 8,5 millones de votos, lo que ningún otro presidente obtuvo).

La Paz, la Vida y el Amor componen indudablemente el nuevo triángulo de gravedad del cambio que se viene en Colombia. Y no se trata de un lema sin contenidos. Petro lo ha expresado como la base esencial de todo. El “entendimiento” entre sectores diferentes es la única vía para edificar lo que se viene. Y, de manera inédita, seguramente dará muestra de ello con un Gabinete Amplio, en el que quepan muchas piezas de una Colombia muy diversa. Inclusive con personalidades con las que no coincide ideológicamente (salvo uribistas). Sin embargo, esto no significa que Petro se convierta en “un Presidente de Centro” ni tampoco que acabe naufragando en un mar lampedusiano donde todo cambia para que nada cambie. No. En absoluto. Petro aboga por el Acuerdo Nacional, pero entendido éste como Herramienta y no como un Objetivo en sí mismo.

El Fin de los Privilegios es, tal como lo plantea y práctica AMLO en México, la manera más justa y eficiente para comenzar a “organizar la casa” en cualquier país. Petro lo ha manifestado de mil maneras; por ejemplo, en relación a los bancos que especulan y ganan a costa de la pérdida de la mayoría; a las exenciones tributarias que únicamente gozan unos pocos; a unos fondos que se aprovechan de los planes de pensiones. Todo esto cambiará, aunque una minoría proteste y haga tanto ruido que parezca una mayoría.

El Ambientalismo y el Feminismo son dos dimensiones que diferencian el progresismo que propone Petro de otros en América Latina. Tampoco son banderas de campaña electoral. Vienen de lejos. En lo primero, no se saltará etapas, pero tampoco dejará de transitarlas. Es consciente que no hay ningún software que permita salir del extractivismo de la noche a la mañana. Lo ha explicado, aunque haya sido descaradamente tergiversado por cierta prensa conservadora. Se ha reunido con Ecopetrol y hay más coincidencias en ese plan de transición energética de lo que parece. Será otro cambio, aunque lento.

En lo segundo, su feminismo no es impostado. De hecho, lo va fraguando lentamente. Su propia hija, Sofía Petro, así lo ha dicho públicamente: “mi padre está en un proceso de deconstrucción”. Y esos procesos son los más sólidos. Los que van desde donde partes hasta donde quieres llegar, y no aparentas partir desde un lugar en el que no estás. A ciencia cierta será un Gobierno con más equidad, pero no solo en las formas sino también en el fondo.

La soberanía en política internacional será otra arista del Cambio que se viene en Colombia. Petro lo demostró desde la primera hora en una doble llamada el mismo día a Maduro y Biden. El mensaje fue claro: no voy a obviar la importancia de Estados Unidos, pero tampoco voy a subordinar el interés nacional a lo que me dictaminen desde el Norte en relación a un país vecino con el que tengo más ‘cotidianeidad’ que con cualquier otro. A este primer punto habría que sumarle otro: su decidido latinoamericanismo.

El Estado Colombiano de Bienestar será el gran reto del Cambio para dejar atrás una suerte de mercantilización excluyente en materia de derechos sociales. Educación, salud, vivienda y pensiones formarán el cuadrilátero social imprescindible para que la gente en Colombia viva bien. En esta tarea el Estado ha de estar presente, y eso definitivamente será otro gran diferencial.

La relación con la Prensa es otro componente de la nueva manera de hacer política que se viene. Petro es muy propenso a conversar con los medios afines y no afines. No es de los que rehúye el debate, la discusión. Ese será otro Cambio.

A todas esas líneas hay que sumarle una clave transversal del Cambio. Se llama Francia Márquez, su vicepresidenta. Que además de su valor simbólico, por lo que es y representa, trae consigo una corriente de pensamiento colectivo que aporta bases y matices sustanciales. Ella delinea un campo del cambio. Muy auténtico y genuino. Que no solo tiene asidero en su biografía, que también. Sino que marca horizonte y pone los puntos sobre las íes y constituye una garantía de inclusión, real, de esas que se logra reivindicando y no callando. Y, ciertamente, será una voz-alerta cada vez que algunos factores de poder procuren maniatar esas ansias de transformaciones que tiene la sociedad colombiana. 

En definitiva, atender al ‘de qué’ es la única manera de comenzar a dotarle de vida propia al cambio, y de evitar caer en tópicos y lugares comunes. Entender el cambio que se viene también exige entender su tempo, su mientras tanto, sus tensiones, su montaña rusa, porque jamás, jamás de los jamases, todo se hace en un día, ni en dos, ni en tres. Eso sí: la ciudadanía tiene una expectativa muy alta del cambio que se necesita, con respuestas urgentes ante cada necesidad, y esas han de ser prioritarias, como, por ejemplo, que la gente tenga condiciones de vida digna cuanto antes.

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).

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Ganadores y perdedores

¿Ser un buen candidato es garantía de ser un buen presidente? No. Definitivamente, no

Alfredo Serrano Mancilla

/ 23 de abril de 2024 / 06:45

¿Tendría sentido tener que superar un examen de física cuántica para ser periodista deportivo? ¿O un test para conducir camiones si vas a ser bibliotecario? Esta relación sinsentido, en la que lo uno está desconectado totalmente de lo otro, predomina cada día más en la política; más específicamente, entre dos universos que, aunque están interconectados, no parecen tener nada en común.

¿Ser un buen candidato es garantía de ser un buen presidente? No. Definitivamente, no.

Lea: Cuando un champiñón es un bien de lujo

Son muchos los ejemplos que podemos encontrar en América Latina que demuestran que el conjunto de exigencias para ganar una cita electoral no está en concordancia con los requisitos para poder gobernar virtuosamente.

En los meses de campaña, un candidato hace y dice cualquier cosa. No se le exige ni rigor ni responsabilidad. Además, se premia lo “anormal”; cuanto más raro y excéntrico, casi mejor.

Véase, por ejemplo, a Milei en Argentina: podía gritar, insultar, mostrar una motosierra, decir que estaba a favor de la venta de órganos o de eliminar el Banco Central. Y no le restó nada para ganar. Es más, seguramente, le sumó unos puntos “mostrarse” como “el diferente” a los políticos tradicionales. Sin embargo, todo ese plus, a la hora de gobernar “resta”, porque lo que en campaña podría ser tildado como algo simpático, ahora puede ser considerado como una ineptitud (como ha sido el esperpéntico episodio hablando de la caída de la inflación a través de los datos de un bot falso).

Por otro lado, también está el plano comunicacional. En campaña, cuando se trata de candidatos opositores, la esencia de su puesta en escena está en criticar, en expresar que todo está mal, en objetar todo. Con esta estrategia opositora, muchas veces basta para sintonizar con una mayoría hastiada. De hecho, apenas dedican tiempo a mostrar y explicar propuestas elaboradas y sólidas. Las soluciones casi siempre se formulan con un exceso de simplicidad (inexistentes en la realidad).

En definitiva, el test de idoneidad para ser un buen candidato, en muchas ocasiones, nada tiene que ver con el test para ser un buen gobernante. En consecuencia, este tránsito de pasar de una condición a la otra está plagado de tropiezos y errores.

Las cualidades exigidas para lo uno no sirven para lo otro.

¿Por qué? En gran medida, esta falta de concordancia se explica porque las reglas para ser el más votado están desacopladas de las reglas de funcionamiento del Poder Ejecutivo. Pareciera que estemos asistiendo a un dilema democrático de época, en el que la política tiene de dos caras que no necesariamente están sincronizadas. Lo que se hace en la campaña electoral no sirve para gobernar, y viceversa.

Véase otro ejemplo: Noboa en Ecuador. Muy capaz para hacer un spot publicitario en campaña e incapaz para dimensionar la importancia que tiene el respeto al Derecho Internacional. Tal vez creyó que invadir una embajada extranjera era lo mismo que preparar un video para TikTok.

Nos encontramos, así, con presidentes sin preparación para ejercer su cargo. Sin saber cómo gobernar, pero creyendo que sí están dotados para ello porque ganaron unas elecciones. Y no. No es así. No están capacitados, porque tienen facultades para hacer una buena campaña, pero no para gestionar un país en el día a día.

Por esta razón es común ver cómo muchos presidentes comienzan su periplo con una imagen positiva muy elevada en los primeros meses, gracias al viento a favor que venía de los tiempos de campaña, pero, a medida que les toca gobernar, se desploman rápidamente. Este es un patrón cada vez más constante en América Latina y en el mundo (con excepciones, como la de AMLO).

En conclusión: puede ganar una elección el que vaya a ser un muy mal Presidente.

(*) Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)

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Cuando un champiñón es un bien de lujo

Estos precios ‘libres pero imposibles’ ya afectan a todos los bienes y servicios, sin excepciones

Alfredo Serrano Mancilla

/ 9 de abril de 2024 / 07:00

Argentina está en disputa. Lo está su modelo económico. Y también sus sentidos comunes. Lo están sus próceres y la Historia; su moneda y el territorio; sus instituciones y los Derechos Humanos. Absolutamente todo. No hay casi nada que escape a esta disputa de época.

Se está librando una batalla cultural tan grande que no me extrañaría que, más pronto que tarde, acabemos discutiendo sobre cuántos son los rayos flamígeros del sol color oro que está en el centro de la bandera celeste y blanca.

El gobierno de Milei, a diferencia del de Macri, decidió desde el primer momento pisar el acelerador para ganar esta batalla cultural con el objetivo de imponer un conjunto de ideas, creencias, valores y sentidos comunes. Son conscientes de que esa es la condición necesaria para construir hegemonía política, mucho más allá de una victoria electoral.

Lea también: El bloque hegemónico en México

Sus principales portavoces, desde el presidente hasta su hermana, creen profundamente en lo que lo pregonan. Defienden sus dogmas, tanto como los miembros de una secta confían en su líder. Están convencidos del camino y del destino. Y parece que nada ni nadie los apartará de ello. Ni siquiera la realidad.

Esta obsesión por ganar la batalla cultural, además, tiene otro objetivo: lograr que una buena parte del país aplauda un truco de ilusionismo que consiste en hacer creer que el nuevo orden económico será exitoso cuando realmente es insostenible.

Dicho de otro modo: Milei necesita aumentar el umbral de tolerancia social a una cotidianeidad económica catastrófica, a sabiendas de que las cuentas macroeconómicas no le cierran ni lo harán en el mediano plazo.

Necesita paciencia en la era de la inmediatez. Necesita comprensión y confianza frente a un escenario altamente complejo caracterizado por la siguiente dupla: malestar microeconómico con desequilibrio macroeconómico.

Y es que se olvidó de algo: que todo está relacionado con todo. Creyó que la economía es la sumatoria de parcelas no relacionadas entre sí. Critica a la Economía Neoclásica, pero abusa de su marco teórico asumiendo que se puede corregir la inflación únicamente cortando el grifo monetario. Y no. No lo logra. Porque la inflación en Argentina depende de los dólares disponibles. Y éstos no aparecen por ninguna parte.

Además, se autoengaña con su propio juego de magia, no contabilizando en las reservas netas todo aquello que tiene como deuda en materia de importaciones. Lo mismo hace con el déficit fiscal. Festeja un superávit sin considerar los pagos pendientes. Y, lo peor, es que no tiene mucho más margen para ajustar. Sumado a que la recaudación viene en caída libre porque la actividad económica está paralizada, los salarios y jubilaciones están por los suelos, y el desempleo en aumento.

Tampoco tiene garantizada la liquidación del “campo”, porque la inflación también es elevada en dólares, más del 60% en los tres primeros meses. Los agroexportadores más grandes exigen devaluación para garantizar su (siempre) pretendida altísima tasa de ganancia. Y Milei sabe que, si cede ante tal presión y devalúa, la espiral inflacionaria no cesará jamás.

Además, no podemos olvidar que hay otra disputa en esta “Argentina en Disputa”: el “campo” vs. las finanzas. Porque el Modelo Milei es el Modelo Caputo, el que premia la financiarización de la economía y, por supuesto, da la espalda a todo lo que tenga que ver con industrialización.

En definitiva, el Gobierno necesita ganar la batalla cultural para ganar tiempo y, así, lograr llegar a fines de 2025 con una economía en crecimiento, aunque sea para alcanzar el mismo nivel de riqueza económica que tenía cuando asumió, pero pretende hacerlo con un centro de gravedad diferente, el de la “timba” financiera. Y algo parecido sucede con los precios: lograr estabilidad algún día lejano, pero con precios estables elevadísimos e inalcanzables para el 99% de la población argentina.

Estos precios “libres pero imposibles” ya afectan a todos los bienes y servicios, sin excepciones. Desde una cobertura privada de salud, que tuvo una inflación promedio de 153% en estos cuatro últimos meses. A una bandeja de ocho champiñones —comprados en un barrio cualquiera de un pueblito cualquiera de la Provincia de Buenos Aires— que me ha llegado a costar 3.500 pesos ($us 3,5).

Cuando en un país este tipo de alimento tiene un precio de bien de lujo, entonces, nos encontramos ante un dilema con solo dos caminos posibles: o se normaliza y naturaliza que hasta lo “básico” deja de ser “básico” gracias a que Milei ganó la batalla cultural o, por el contrario, gana la batalla cultural aquel sentido común que rechaza enérgicamente este atropello a la libertad real, es decir, a aquella libertad que permite que cualquier persona cubra sus necesidades básicas y, de ser posible, un poco más.

A la solución pronto la conoceremos. Lo que es seguro es que la respuesta se encontrará en la Política (y no me refiero exclusivamente a la clase política).

(*) Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)

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El bloque hegemónico en México

/ 18 de febrero de 2024 / 01:17

Lo que está sucediendo políticamente en México contradice las voces que pregonan que el tiempo de la izquierda en América Latina ha terminado.

Después de casi 2.000 días de gobierno, el presidente AMLO goza de un gran apoyo ciudadano. Su imagen positiva, según el promedio de todas las encuestas publicadas, oscila entre 58% y 65%. Y todo apunta a que su movimiento, Morena, será el gran vencedor en las elecciones presidenciales del próximo 2 de junio. La ventaja de Claudia Sheinbaum sobre su principal competidora, Xóchitl Gálvez, se sitúa alrededor de los 25 puntos.

Además, actualmente, Morena gobierna en el 20% de los municipios (514 de 2.470); en el 66% de los estados (21 de 32, incluyendo Ciudad de México); tiene mayoría en Diputados y Senadores; y es más que probable que mejore estos números en la próxima cita electoral.

Es innegable que en México se ha conformado un nuevo bloque hegemónico. ¿Cómo se ha logrado? Se podrían destacar los siguientes rasgos constituyentes:

1) Lo principal es que se mejoró la vida cotidiana de la gente al mismo tiempo que se cuidó el balance macroeconómico.

2) Se partió de un proyecto político con perspectiva histórica (la Cuarta Transformación, 4T) y con horizonte de futuro; cargado de símbolos y valores; reivindicando el orgullo de ser mexicano; y con el humanismo como eje central.

3) Con una praxis política audaz ante cada adversidad; con un pragmatismo relativo sin retroceder en las convicciones; con alianzas tácticas sin desorientarse estratégicamente.

4) Confrontando con los poderes fácticos sin rodeos: con el poder mediático, con las transnacionales presentes en sectores estratégicos, con la vieja clase política neoliberal, con la monarquía española, con el Departamento de Estado estadounidense, etc.

5) Se llevó a cabo una política de comunicación directa, sincera, sin moderación, instalando “agenda” a diario (a través de las Mañaneras), muy alejada de lo que dicen los manuales mainstream del marketing político.

6) Una política exterior soberana, muy activa y protagónica, mirando al Sur (véase por ejemplo su posición en Perú a favor de Pedro Castillo, su rol en el rescate de Evo en Bolivia, su relación con Cuba, su defensa de la no injerencia en Venezuela, su apoyo a Petro en Colombia) y sin descuidar su relación inevitable con su vecino del Norte.

7) El liderazgo de AMLO no ha supuesto un freno para el crecimiento de Morena. Todo lo contrario. Se ha conseguido generar sinergia. Hoy en día, este es el espacio político con más valoración positiva en toda América Latina (con valores cercanos al 40%).

8) Y, por último, el debate político prevalece en cada disputa electoral. El mejor ejemplo de esta visión es lo ocurrido hace pocos días: en el marco del 107 aniversario de la Constitución y en pleno periodo electoral, AMLO planteó la necesidad de una reforma constitucional para recuperar el espíritu de la de 1917, reparando todos los cambios hechos en los años neoliberales. Su planteamiento es que la gente no debe votar por nombres y apellidos. Hay que hacerlo por ideas y propuestas, y por ello, ha formulado la necesidad de: a) no permitir que el aumento al salario mínimo sea menor al de la inflación; b) reconocer a los pueblos indígenas como sujetos de derecho público, atendiéndolos de manera preferente; c) reafirmar el derecho a la pensión de adultos mayores a partir de los 65 años y aumentar el monto anualmente; d) prohibir en el territorio nacional la extracción de hidrocarburos mediante el fracking; e) elección directa para las autoridades del Poder Judicial; f ) convertir en política de Estado la austeridad republicana (luchando contra la corrupción, eliminando privilegios tributarios de unos pocos, prescindiendo de gastos públicos onerosos, injustos e ineficientes); g) otorgar becas a estudiantes de familias pobres de todos los niveles; y h) garantizar atención médica y gratuita a todos los mexicanos, solo por mencionar algunas.

Así, con estas y otras fortalezas, este espacio ideológico se ha consolidado como centro de gravedad de la política mexicana.

Y, a partir de ahora, su principal reto no será ganar las elecciones, porque las ganará con cierta comodidad. Su verdadero desafío, hacia delante, estará en sostener la hegemonía sin que se resquebraje la unidad, porque cuando se logra ser hegemónico el riesgo consiguiente es que afloren las disputas internas. Ojalá que no.

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director ejecutivo de Celag Data.

 

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La Biblioteca de Milei

El Fin de la Fidelidad (para siempre) a un partido político permitió, entre otras razones, que Milei llegara a la Presidencia

Alfredo Serrano Mancilla

/ 13 de diciembre de 2023 / 07:18

Tengo una muy mala noticia para Milei: el arte de Gobernar es infinitamente más difícil que el arte de Panelear (es decir: comentar absolutamente todo en televisión, radio y redes sociales).

La tan anunciada Nueva-Vieja Era en Argentina ya está aquí. Y a partir de ahora el presidente, además de hablar, tendrá que actuar y tomar decisiones. Se le acaba un ciclo exitoso, en el que le bastaba con acudir a entrevistas y decir “cualquier cosa”. A partir de este momento, no le valdrá únicamente con Saber-Comunicar. A esta experticia tendrá que sumarle otra: Saber-Hacer.

Dicho de otro modo: Gobernar requiere del Poder Ejecutivo y no solo del Poder Comunicativo. Lo que implica, a su vez, transitar de las generalidades a los detalles. Esto es: traducir al terreno de lo concreto su mantra del “ajuste+shock+motosierra porque no hay alternativa”.

Es la hora de la letra pequeña.

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Milei deberá precisar y especificar cómo se aplica cada idea, con qué instrumento legal, con cuánto apoyo parlamentario cuenta, cuál es su sustento social, a quién afecta, en qué magnitud, en qué tiempo.

Para afrontar este desafío propio de la praxis política que se le avecina, Milei, que presume de ser muy buen lector, seguramente buscará en libros y textos las respuestas más certeras.

¿Cómo será la Biblioteca que tiene el presidente en la Quinta de Olivos? ¿Cuántas corrientes de pensamiento estarán presentes? La imagino con cuatro estanterías, con estos títulos: una, Anarco-Liberalismo Experimental; dos, Macrismo Conservador; tres, Retro Menemismo; y cuatro, Negacionismo a lo Villarruel.

Como sucede en toda librería, también hay una sección llamada Cajón de Sastre (aunque también podría ser denominada como Cajón Desastre), con un poco de todo: FMI, Doctrina Monroe, Jabad-Lubavitch, Darwinismo, Fascismo, Cinología, Banca y Especulación, Anarquismo y, por supuesto, Autoayuda.

Una amalgama muy variopinta que genera zozobra e incertidumbre. Más de la que había.

Porque, además, ninguna Biblioteca en la vida real de un presidente logra mantener tanto orden como el que pueden tener las estanterías. Habrá disputa entre las diferentes doctrinas y habrá conflicto de intereses entre los diferentes actores.

Hay demasiadas “manos invisibles” y poderosas que, en definitiva, fungirán como los verdaderos hacedores de lo que Milei llama “el orden espontáneo libertario”, que consiste sencillamente en el mismo orden que pregona el neoliberalismo desde hace medio siglo.

Este podría ser el futuro de Argentina salvo que sobrevenga un hecho social no tan improbable: que un gran porcentaje de aquellos que le respaldaron electoralmente comiencen a oponerse políticamente.

Este fenómeno, que puede parecer utópico en los primeros días, con el paso del tiempo ocurre más regularmente de lo que nos imaginamos. Sobre todo cuando el presidente confunde el voto de la segunda vuelta con su base real; y cuando no sabe diferenciar entre el volumen de ciudadanos que le eligieron ante un escenario condicionado en el que hay mucho voto anti (55%) y quienes verdaderamente confiaron en él, tanto en las PASO como en primera vuelta (30%).

Es más: este casi tercio es muy heterogéneo y, además, altamente volátil. Que va y viene. Que hoy elige una canción y mañana otra. Un sujeto cada vez más característico de las Democracias Spotify que emergen a nivel global.

El Fin de la Fidelidad (para siempre) a un partido político permitió, entre otras razones, que Milei llegara a la Presidencia. Pero, paradójicamente, este mismo rasgo de época también podría ser la causa de una pérdida acelerada de sustento si no resuelve los problemas cotidianos de la gente a la mayor brevedad posible. Porque las necesidades jamás tienen paciencia.

Si Milei cree que puede seguir en campaña electoral como si nada, y que todo se resuelve comunicando, con diagnósticos falsos y propuestas genéricas, el “mileísmo” no ganará la batalla política. Ni tampoco la cultural. Porque para que triunfen las ideas no se pueden descuidar los hechos y sus consecuencias.

(*) Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)

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¿Qué pasó y qué pasará en Argentina?

Alfredo Serrano Mancilla

/ 28 de octubre de 2023 / 07:22

I) El Techo de Milei. Una gran parte de la sociedad argentina le dijo “hasta aquí”. Según datos de las últimas encuestas CELAG, la mayoría no comparte su idea de dolarizar; no comulga con el término casta; le considera un violento, chanta y machista; cree que es inestable; y no está de acuerdo con el resto de sus propuestas. En definitiva, políticamente tiene un límite, y electoralmente también. De las PASO a la primera vuelta bajó su intención de voto en porcentajes (31,6% a 29,98%, sobre votos afirmativos), a pesar de que aumentó su caudal de votos en 651.345 (esto se explica por el aumento de la participación en 8 puntos).

II) Bullrich, del piso al sótano. Perdió 533.996 votos entre PASO y primera vuelta; casi 6 puntos porcentuales. Juntos por el Cambio regresó a la casilla de salida. Su resultado actual es similar al obtenido en las PASO de 2015 (23,8% vs. 24,5%). Están en caída libre y aún no han terminado de caer. Las derrotas hacen mucho daño y, si son dos consecutivas, mucho más. Están en un laberinto sin salida. No supieron qué hacer con la aparición de la ultraderecha libertaria y siguen anclados en el pasado.

III) La escalera de Massa. Fue de menos a más. Creció en más de 3 millones de votos, casi 8 puntos porcentuales. Logró convencer a una buena parte de los votantes del Frente de Todos de 2019 que se quedaron en casa en las PASO de 2023. ¿Cómo lo hizo? No fue ni con spots publicitarios ni con jingles. Fue con decisiones concretas en materia económica (devolución del IVA, por ejemplo) y explicando con sinceridad la alta responsabilidad que tiene el FMI en todo este entuerto; y, además, pidiendo disculpas por todo lo que no se ha hecho bien. Si sigue así, con acciones precisas que mejoren la cotidianeidad, seguirá subiendo escalones.

IV) La fórmula de Axel: Ideas + Gestión – Rosca. Es el triunfo de la Política en mayúsculas. Obtuvo casi el 45% de los votos en la elección para Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Ganó por goleada. Y lo consiguió gobernando y creyendo en principios. Sin distraerse lo más mínimo de lo verdaderamente importante. Se convierte, así, en un proyecto político presente que vino para quedarse.

V) La impotencia de los grandes medios de comunicación. Desde hace años venimos demostrando, gracias a las encuestas CELAG, que los medios en América Latina tienen su importancia, porque son muy consumidos masivamente a modo de entretenimiento, pero no son creíbles. Pueden crear marcos, sí, pero no llegan a tener el alcance y la fuerza que se les atribuye. Y en Argentina volvieron a fallar en su intento. Su candidata quedó en tercer lugar.

VI) Los cisnes no siempre son negros. Se exagera —y mucho— cada acontecimiento coyuntural (se llame Insaurralde o Chocolate), ignorando que la ciudadanía “está en otra”. Hemos caído en la trampa de la houseofcardización de la política, creyendo que todo tiene una lógica lineal y simple. Y a veces nos olvidamos que los sentidos comunes y los surcos profundos no cambian tan rápidamente. 

VII) La segunda vuelta está abierta. Si la participación y los votos blancos/nulos se mantuvieran tal como en la primera vuelta (como fue en 2015, última vez que hubo segunda vuelta), entonces tendríamos que: a) Milei necesitaría crecer en 5,5 millones de votos para ganar, por ejemplo, captar el 90% de los votos de Bullrich; b) Massa necesitaría 3,8 millones para ganar, por ejemplo: todo el voto de Bregman más el 80% de Schiaretti más el 60% de los votantes de Larreta (suponiendo que éstos fueron a votar Bullrich en primera vuelta, que sería lo más probable según nuestros estudios).

A día de hoy, es muy complicado saber qué es lo más probable: si lo primero o lo segundo. Pero hay algo que está muy claro: la solución a esta ecuación electoral no se encontrará haciendo sumas y restas como si los votantes de cada candidato fuesen todos idénticos entre sí. La aritmética (rampante y simplona) en política tiene sus límites.

El resultado final dependerá de la capacidad de convicción que tenga Massa o Milei en medio de una disputa de época entre dos visiones contrapuestas sobre el futuro del país en materia de justicia, democracia, soberanía, libertad, igualdad, derechos.

Se abre a partir de ahora una batalla política y electoral que tendrá su lado propositivo y que, por supuesto, también estará acompañada de una “guerra de miedos”. Veremos quién gana.

Alfredo Serrano Mancilla
es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).

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