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Los cuatros guiños de Petro

bajezas

“El sistema no teme al pobre que tiene hambre.

Teme al pobre que sabe pensar”, Paulo Freire.

Petro es Gustavo Francisco Petro Urrego, exguerrillero, economista. Petro es un lector voraz (lee todas las noches, comparte ese “vicio” con el presidente Luis Arce Catacora); es católico y seguidor de la Teología de la Liberación; es amigo de los perros. Nace un 19 de abril de 1960, primer guiño al destino. Tiene una cruz de San Benito —para defenderse de demonios y diablos— en su muñeca izquierda bendecida por el papa Francisco. Es hincha del porro sabanero, ritmo tropical de su Córdoba natal y gusta de ponerse sombreros “vueltiaos”.

Petro cree que Gabo (García Márquez) es el colombiano más grande de toda la historia. Estudió en el colegio La Salle de Zipaquirá (Bogotá) junto al Nobel de Literatura. Es sopero y duerme poco; su plato favorito —que él mismo cocina— es espagueti “a la amatriciana”.

Militó en la guerrilla del M-19 (de abril, segundo guiño) durante 15 años. Luego fue concejal, alcalde de Bogotá y senador. Petro aprendió a disparar en los entrenamientos que los tupamaros uruguayos impartían en las afueras de la capital colombiana. Tuvo dos alias, “Comandante Aureliano” (por el coronel de las mil victorias/derrotas de Cien años de soledad) y “Comandante Andrés”. Dice —en su biografía, Una vida, muchas vidas— que nunca disparó contra una persona, “quizás a mí también me hubiera devorado la violencia, como dice José Eustasio Rivera”.

La mamá de Petro era “gaitanista” (seguidor de Jorge Eliécer Gaitán Ayala, cuyo asesinato el 9 de abril de 1948 provocara el famoso “Bogotazo”). Su profesor de sociología en la universidad fue un chileno —llamado Raimundo Trincao— que llegó a Colombia después de haber sido parte del gobierno de Salvador Guillermo Allende Gossens.

Petro fue torturado con métodos “chinos” y aún tiene una marca en la ceja producto de un culatazo de fusil durante las sesiones de tortura. Pasó por la cárcel dos veces (en la segunda planeó tumbar los muros con explosivos) y tuvo que marchar al exilio europeo/ belga después de que la organización armada donde militaba firmara la paz (y tras el asesinato, otro, del líder de la guerrilla M-19 Carlos Pizarro Leongómez, en abril, siempre abril, de 1990).

A Petro le gusta cantar canciones republicanas de la Guerra Civil española como el himno anarquista A las barricadas. Es su particular “venganza” contra los curas franquistas de su colegio lasallista. Cuando supo que los “paracos” lo iban a matar, pidió una entrevista con Carlos Castaño Gil, líder paramilitar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), asesinado también (a manos de sus propios hombres). Estaba convencido que si hacía públicas las amenazas se podría salvar. Y se salvó.

En Cúcuta, en 2018, zafó de milagro cuando los tiros (la prensa dijo que eran piedras) chocaron contra los vidrios de su carro de candidato presidencial. Su madre, su hermana y sus sobrinas tuvieron que salir al exilio de Canadá. Incluso mataron a los perros que tenía en la casa después de investigar como senador los vínculos entre políticos y bandas paramilitares, la llamada “parapolítica” y su reguero de sangre.

Cuando todas las puertas se cerraron, se quedó sin trabajo, como el padre del novelista Héctor Abad Faciolince, el autor de El olvido que seremos. Un amigo tuvo que pagar la matrícula de su hija en la universidad. Se enfermó de gastritis y hace dos años fue operado en Cuba. Cuando un periodista le preguntó con qué presidente se podría comparar, Petro respondió que con José María Melo, el último general del Ejército Libertador de Bolívar, un indígena, un defensor de los artesanos.

Petro es un “pelietas”, le gusta provocar/armar discusiones. Y no quiere envejecer en la política, quiere retirarse a algún lugar para hacer libros. Las penas más profundas de su corazón han sido penas de amor. Jorge Mario Bergoglio le dio solo un consejo: “Ame a su pueblo”.

Gustavo Francisco Petro Urrego salió elegido el pasado día 19 (el tercer guiño al destino) como presidente de su país (con una “vice” negra y hermosa llamada Francia Márquez) porque perdió el miedo y la mentira; porque el odio fue derrotado en las urnas; porque llegó por fin la primera victoria popular; porque los ”nadies” se hicieron escuchar y se pusieron de pie. Las plazas y las calles de la nueva Colombia se han llenado otra vez de hombres y mujeres dignos con dos propósitos: devolver amor y construir la paz, garantía de los derechos de la gente. Petro es el último guiño (el cuarto) de unas izquierdas que han vuelto con todo(s) a nuestra América común.

Ricardo Bajo H. es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Su twitter es: @RicardoBajo.