Precedente preludio

No se trata solo del aborto. Lo ocurrido hace unos días cuando la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos decidió eliminar todas las protecciones federales para el acceso al aborto en este país constituye un preocupante precedente y a la vez un momento preludio que es preciso entender en su magnitud, porque se trata de un decidor hito de nuestra época actual y de los desafíos que conllevará gestionar nuestras sociedades en los siguientes años y para las generaciones venideras.
En la actualidad, al centro de las discusiones en torno al tipo de sociedades occidentales que queremos se encuentra el destino de muchos de los derechos adquiridos de las personas en las últimas décadas, pero, sobre todo, los de las poblaciones históricamente excluidas y condenadas sistémicamente a las múltiples desigualdades; las regresiones con las que se amenazan hoy a estos derechos y el rol de los Estados ante su protección y garantía. ¿Qué tanto de ello es privativo de la justicia aún en este tiempo? ¿Es posible que los desacuerdos respecto a los derechos de las personas permanezcan en manos de tribunales de justicia? Los debates jurídicos en torno a ello deben darse no solo con mayor celeridad sino con mayor atención, pues pareciera ser que los tiempos que nos llevan hacia “el futuro” se están acelerando, ganándole la carrera a la institucionalidad del Estado de derecho, tal como lo conocemos.
Si partimos de la hipótesis que los sistemas democráticos tal y como los conocemos, a esta altura del partido, ya no tienen un futuro garantizado, estamos —en lo cultural y discursivo— ante el enorme desafío de pensar cómo se logra que sea el gran relato democrático de la ampliación (y garantía) de derechos humanos el que salga triunfante dentro de las disputas de este tiempo, esto es: que convenza a quienes componemos las sociedades de que ese es (sigue siendo) el camino de la convivencia y la base de un nuevo (renovado, más bien) contrato social.
No se trata solo del aborto. Aunque esta batalla político-cultural haya iniciado hace ya algunos años, en realidad lo que este fallo denota es que independientemente del nivel de institucionalización que tengan los Estados, las decisiones sobre las vidas/cuerpos de las personas aún pueden estar sometidas a las concepciones de mundo de quienes tienen el poder para generar Estado. Esto, peor aún, sin haber atravesado una (s)elección democrática que avale que estas personas representan el pensamiento y la forma de vida de, cuando menos, la mayoría de las personas que componen una determinada sociedad.
En el fondo, pues, lo ocurrido hace días en Estados Unidos se ubica como uno de los principales síntomas del signo de época que llevará la historia occidental en los próximos años y que se ha venido cultivando desde hace varios años. Y, lo curioso y que se ha ido anticipando, es que ese signo de época tiene más que ver con lo que conocemos como pasado —y, en consecuencia, se creía superado— que con lo que durante muchos años se imaginó como futuro de la democracia. Estamos al frente, pues, de un signo de época ya demasiado cercano y que debe ser pensado, afrontado y gestionado con profundidad, creatividad y seriedad desde la política en un tiempo en el que la inmediatez, la superficialidad y la desinformación cooptan muchos de los escenarios en los que se libran las batallas político-culturales de nuestro tiempo.
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.