La pandemia de COVID-19 ha sido una prolongada batalla entre un virus que marcará a una generación y los científicos que trabajan a un ritmo vertiginoso para combatirlo. Mi grupo de investigación estudia el mantenimiento de la inmunidad, y hemos aprendido que los detalles importan. Para arreglar los desperfectos en el blindaje de la inmunidad, los científicos necesitan entender qué sigue funcionando, qué pasos en falso se han dado y por qué.

Tras la vacunación o la recuperación de una infección, el sistema inmune nos deja varias capas de defensa para contrarrestar cualquier futuro contacto con el virus. Uno de los componentes de la inmunidad duradera lo forman las células de memoria que patrullan el cuerpo en busca de cualquier señal del virus. Las vacunas contra el COVID-19 son bastante eficaces para inducir toda clase de células de memoria. Esto es una buena noticia, y ayuda a explicar por qué las vacunas disponibles siguen contribuyendo a la drástica reducción de las enfermedades graves, incluso ante las variantes que han cambiado considerablemente respecto a la cepa original del coronavirus.

Una segunda capa de inmunidad la componen los soldados especializados del sistema inmunitario, llamados células plasmáticas. Cada célula plasmática crea anticuerpos a una velocidad astronómica: varios millares cada segundo, haya presencia de virus o no. Debido a que dichos anticuerpos solo permanecen unas pocas semanas, la persistencia de las células plasmáticas es fundamental para reponer y mantener los anticuerpos protectores a lo largo del tiempo. Las vacunas contra el COVID- 19 se comportan de forma muy distinta unas de otras en lo que respecta a cuántas células plasmáticas se crean y cuánto tiempo viven.

Entonces, dadas estas circunstancias, ¿qué cosas viables se pueden hacer para alargar la duración de la inmunidad? En primer lugar, están las dosis de refuerzo. En segundo lugar, las vacunas y dosis de refuerzo que tenemos, actualmente dirigidas a una cepa que desapareció hace más de un año, serán actualizadas para adecuarlas a las variantes como Ómicron. Es probable que la adecuación de las vacunas al virus ayude a los anticuerpos a funcionar mejor, al procurarles un espacio limpio donde decaer. Conseguir una dosis de refuerzo con una vacuna específica para Ómicron podría ayudar a proteger a las personas frente a contagios y reinfecciones del virus.

Si bien las dosis de refuerzo frecuentes podrían restablecer una cierta proporción de los niveles de protección frente al virus de las vacunas originales, dada la baja aceptación de las dosis de refuerzo hasta la fecha, los científicos y grupos de interés también deben perseguir soluciones de larga duración y nuevas herramientas para frenar los contagios.

Las vacunas administradas por vía nasal u oral posicionan las células de memoria y los anticuerpos cerca del lugar de la infección, y proporcionan posibles maneras de impedir la manifestación de los síntomas, y tal vez la infección, en general. Algunos de estos tipos de vacunas se están sometiendo ahora a los ensayos clínicos y podrían estar disponibles pronto.

Hay grupos de investigadores que también están investigando vacunas monodosis para adultos que pudieran funcionar contra todas las versiones del nuevo coronavirus. Estas vacunas a prueba de variantes, como se pretende, dificultan al virus aventajar al sistema inmune. También han dado resultados muy prometedores en los experimentos con animales. Algunos están entrando en la fase de los ensayos clínicos y podrían estar disponibles en los próximos años.

Estos tipos de vacunas podrían procurarnos una protección duradera frente a contagios y enfermedades. Cuando se combinan, crece nuestro arsenal terapéutico para combatir el COVID-19. No acaba aquí la partida de ajedrez. Vamos a mover nuestras piezas muy pronto.

Deepta Bhattacharya es profesor de inmunología y columnista de The New York Times.