La cumbre del Grupo de los 7 (G7) en Alemania terminó la semana pasada con el compromiso de los líderes de los países más ricos del mundo de apoyar a Ucrania “durante el tiempo que sea necesario”. No hay duda de que Ucrania debe recibir esa ayuda. Pero los líderes del G7 están perdiendo de vista el panorama más grande. Y es aterrador.

Incluso antes de la invasión de Rusia a Ucrania, los precios mundiales de los alimentos estaban cerca de llegar a niveles récord. Pero ahora el efecto dominó de la guerra amenaza con causar hambre y sufrimiento en una escala enorme. Y, sin embargo, los miembros del Grupo de los 7 no respondieron con el nivel de compromiso necesario para evitar una catástrofe humana.

El gran anuncio de la cumbre fue la promesa de contribuir con $us 4.500 millones para la seguridad alimentaria, una fracción de los $us 22.200 millones que el Programa Mundial de Alimentos necesita en este momento, y una promesa minúscula para un bloque que representa alrededor del 45% del PIB mundial. El mundo necesita un plan Marshall. Y le pusieron una curita.

La desconexión de los países ricos se hizo evidente en el formato de la cumbre del grupo, celebrada en un resort y spa de lujo en los Alpes bávaros. Los líderes de Argentina, India, Indonesia, Senegal y Sudáfrica fueron invitados a hablar de problemas como la alimentación, la salud y el clima, pero solo 90 minutos del encuentro de tres días se dedicaron a esas inquietudes.

Al abordar la presión mundial de alimentos, energía y deuda como temas secundarios de la guerra en Ucrania, el G7 perdió una oportunidad invaluable para ayudar a quienes sufren hambre en el mundo y a refutar la línea argumental de Vladimir Putin que considera al orden mundial liberal como una fuerza gastada que no se preocupa por los pobres. Es probable que los países ricos ya estén perdiendo esa batalla por los corazones y las mentes.

Pero los mecanismos del sistema occidental orientado al mercado, que tanto generan oprobio en el sur global, podrían ofrecer las soluciones que los países en desarrollo necesitan con urgencia. Impulsados por los temores sobre la oferta, al menos 23 países han impuesto prohibiciones a las exportaciones de alimentos, lo que ha provocado que los precios suban aún más. El G7 pidió a las naciones que eviten el almacenamiento excesivo de alimentos. Pero también podría haberse comprometido a hacer un esfuerzo concertado ante la Organización Mundial del Comercio para aplicar medidas que mantengan los mercados de exportación abiertos.

No se trata solo de la escasez de alimentos. El 60% de los países de bajos ingresos están batallando con la deuda. De nuevo, los líderes del Grupo de los 7 podrían haber anunciado planes para persuadir al Fondo Monetario Internacional de suspender los pagos de la deuda, eliminar los límites de endeudamiento y acelerar el proceso para hacer nuevos préstamos y ayudar a los países a comprar alimentos y energía importados.

Los miembros del G7 acordaron estudiar posibles topes de precios al petróleo y gas rusos para aliviar las presiones inflacionarias y limitar la capacidad de Putin para financiar la guerra. Es probable que ese esfuerzo se encuentre con una serie de dificultades políticas y técnicas, pero vale la pena explorar esa idea, en combinación con la ampliación del suministro a otras fuentes. Por supuesto, el paso más importante a largo plazo con respecto a la energía es la transición a fuentes renovables. El cambio climático afecta la seguridad alimentaria porque los cambios en el clima y el suelo pueden limitar la capacidad de cultivo de un país. La guerra en Ucrania también ha revelado los riesgos de seguridad que provoca la dependencia de los combustibles fósiles, lo que da influencia a líderes como Putin.

Los países e instituciones occidentales necesitan reunir la misma voluntad política y demostrar que pueden responder de manera dinámica para ayudar a los países en riesgo y probar que el orden liberal internacional sigue siendo una fuerza global para el bien. Los miembros del Grupo de los 7 perdieron una oportunidad en Alemania. Pero aún no es demasiado tarde.

Mark Malloch-Brown es exsecretario general adjunto de la ONU y columnista de The New York Times.