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Andamios de la polarización

SAUDADE

Una de las pesadas herencias de la coyuntura crítica de 2019 es la persistente polarización en el país. No es que la polarización haya llegado hace tres años: siempre estuvo ahí, como expresión de tensiones irresueltas de la historia larga. Pero ahora pareciera tener otra esencia. Hemos ido discutiendo al respecto este tiempo: ¿hay polarización?, ¿entre quiénes?, ¿en qué cuestiones?, ¿quiénes la alientan?, ¿qué intereses beneficia? En fin: ¿se puede superar?, ¿cómo? `

Un avance en el debate fue caracterizar la polarización, ponerle apellido. Por eso hoy hablamos de polarización política y discursiva. En principio, no existen dos polos en disputa acerca del horizonte de país. La agenda vigente tiene como núcleo el proceso (pos)constituyente. Más allá de relatos y ruidos, no hay alternativa que plantee, por ejemplo, borrar la plurinacionalidad o el lugar central del Estado. La polarización se nutre de tensiones, pero no es programática.

Otro aspecto tiene que ver con la durabilidad. La polarización no es pasajera, ni transitoria, o solo de coyuntura: llegó para quedarse. Si esto es así, la pregunta no es qué hacer para “superar” la polarización, sino cómo darle orden. O mejor: ¿cómo gestionar la polarización por cauces democráticos, tanto institucionales como en la política en las calles? ¿Cómo evitar que la polarización se convierta en fractura? Para ello será fundamental, como premisa, salir de la querella pro versus anti.

¿Quiénes están polarizados? ¿La polarización habita solamente en los actores políticos, sus operadores mediáticos, las redes sociodigitales, los “activistas” y “autoconvocados”? ¿O está instalada, también, de forma extendida, en la sociedad? Quisiéramos creer que la polarización es cosa de políticos, medios y guerreros de uno y otro lado. Pero la forma horrible en la que se manifestó durante la crisis dejó huellas en la colectividad, con quiebres incluso en las familias.

Por último, si la polarización política y discursiva es duradera y está extendida, es evidente que algunos la sostienen para beneficio propio. Ahí están, en primera línea, los actores políticos. Y varios medios de comunicación, que se han polarizado y polarizan. Y otros operadores de la sociedad (in)civil que atizan el conflicto. La buena noticia es que la polarización tiene límites y es cada vez menos rentable. Hay señales de hastío y agotamiento. Quien no polariza, gana.

Dicho esto, mantengo la sensación de que, en la coyuntura crítica de 2019, a diferencia de otras como la de 2008, se quebró algo en nuestra convivencia democrática. Es una fisura que no llegó a romper el hueso social, pero provocó mucho daño. Y no será cicatriz, sino herida abierta.

 FadoCracia negacionista

1. Las recientes declaraciones de actores políticos sobre su participación en la crisis de 2019 me recordó, salvando abismos, una linda/radical canción de Sabina: Lo niego todo. 2. La negación de Sabina es existencial (“ni he quemado mis naves / ni sé pedir perdón”); la de los políticos, en cambio, (auto)exculpatoria. 3. Como en la caricatura del gran Al-azar: “¿Qué sabe sobre el ratón de 2019?”, preguntan al gato. “Yo no sé nada”, responde con la cola del ratón saliendo por su boca. 4. Ahí está, por ejemplo, por confesión propia, el agente de viajes de Evo (sic): “El avión mexicano estaba en Perú, no ingresaba, yo hablo con la gente de la Fuerza Aérea, les digo que den el permiso”. Qué tal. 5. Antes, el día de la autoproclamación, el señor pidió disculpas a los suyos por haber hecho “gestiones con la Fuerza Aérea para que el tirano salga de Bolivia”. 6. Ahora lo niega todo: falso, cuál permiso, ninguna gestión, me facilitaron el teléfono, solo hablé con un oficial de quien apenas conocí su voz. 7. Ante negacionistas amnésicos, nada mejor que escuchar a Joaquín: “Lo niego todo, incluso la verdad”.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.