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Las paradojas del modelo brasileño

ARCILLA DE PAPEL

Según las proyecciones oficiales, en 2022, Brasil alcanzará un nuevo récord en el volumen de granos de soya, maíz y arroz cosechados. Así, en un contexto de guerra en Ucrania que ha precipitado el incremento de precios, la producción de cereales de Brasil este año será histórica. Sin embargo, este mismo año, el hambre en Brasil se dispara a niveles de hace tres décadas, alcanzando a 33 millones de personas. El país que alimenta al mundo no logra alimentar a su propia gente, ¿cómo puede ocurrir esto?

En los últimos 20 años, Brasil ha pasado a ser el tercer mayor exportador agrícola del mundo. La agroindustria en su conjunto representa el 20% de su PIB. Brasil es hoy el primer exportador mundial de carne de res, de pollo, de café, azúcar y soja, llegando a 150 países y alimentando a más de 1.200 millones de habitantes en todo el mundo. ¿Cómo es que un país tropical se convierte en una superpotencia agropecuaria?

Registran algunos investigadores que todo comenzó en la década del 70, cuando la recién creada Empresa Brasileira de Pesquisa Agropecuária (Embrapa), el mayor instituto mundial de investigación biotecnológica tropical, logra alcalinizar la acidez del suelo amazónico con cal para adaptarlo al cultivo de la soja, y así logran duplicar la productividad del campo brasileño. De allí en adelante la frontera agrícola de Brasil no ha parado de ampliarse año tras año.

Sin embargo, esa enorme riqueza productiva no evitó que, como lo registra de manera detallada un informe de la Red Penssan sobre soberanía y seguridad alimentaria, actualmente “el 16% de la población no tiene qué comer”. Y es que, explican los investigadores, en el gobierno de Bolsonaro, “la negligencia del Estado ha pasado a ser determinante”. Así, sostiene el informe, el hambre es un proceso. Los 33 millones de ciudadanos hambrientos son parte de un grupo mucho mayor, el de los 125 millones de brasileños que viven de manera cotidiana en la pobreza producto de la desigualdad.

A este desastre social hoy se suma el desastre ambiental. El periódico El País registra que los incendios intencionales baten récords ante el temor de que un triunfo de Lula da Silva traiga leyes de control más duras. La denuncia de los especialistas es que, en año electoral, siempre hay un aumento de la deforestación porque nadie presta atención a lo que ocurre en la selva. Pero en estas elecciones es mucho más evidente, pues las personas saben que Bolsonaro no tiene ninguna intención de castigar a los infractores y, como no saben lo que pasará el año que viene, la actitud es “vamos a hacer todo lo posible para deforestar y quemar ahora”. Esto incluye a los invasores de tierras públicas y los mineros informales, pues sienten que tienen que correr para consolidar sus delitos.

Literalmente, la ley de la selva. Y justo hoy se cumplen 35 días de ese símbolo: la desaparición y muerte del activista brasileño Bruno Pereira y del periodista inglés Dom Phillips en la Amazonía, el hecho que marca la visibilidad internacional de la impunidad de los asesinatos de defensores ambientales, ante la pasividad del Gobierno, al tiempo que el crimen organizado y el narcotráfico toman posesión del territorio amazónico.

La Amazonía es una sola, y hablar de la amazonía brasileña es también hablar de la amazonía boliviana. Por ello el modelo agroindustrial y minero (legal e ilegal) no puede ser un horizonte que nos deslumbre. En la Amazonía, los incendios están directamente ligados a la deforestación y a la desertificación; no es normal que la selva tropical arda, pero el cambio climático está dejando la Amazonía más seca de lo normal, lo que facilita la combustión. Otra forma de convivencia y productividad con los bosques es posible.

Lourdes Montero es cientista social.