Icono del sitio La Razón

Heterodoxias

Virtud y fortuna

Estamos viviendo un momento de gran incertidumbre económica en el planeta. La novedad e imprevisibilidad de los fenómenos que motivan esta crisis están presionando a todos los gobiernos. Las respuestas ortodoxas parecen insuficientes e incluso podrían ser contraproducentes. Son tiempos de adaptación y sobre todo de una gestión sociopolítica inteligente de la economía.

La inflación y el estancamiento económico a escala global se están perfilando como los escenarios más probables para los próximos meses. En América Latina, las alzas de precios están tensionando la estabilidad macroeconómica de la mayoría de los países y provocando conflictos y movilizaciones sociales de gran magnitud.

Hace unas semanas, el Gobierno de Ecuador tuvo que reducir el precio de los combustibles después de varias semanas de agudo conflicto. En estos días, la agitación se trasladó a Panamá, donde se desencadenaron movilizaciones, cortes de ruta y manifestaciones, inéditas en la historia de esa nación centroamericana, relacionadas con el aumento del costo de vida. Al igual que en el país andino la situación obligó al Gobierno a establecer subvenciones para bajar el costo de la gasolina, presionado por las calles. Esos eventos dejaron además como saldo a gobiernos debilitados y una situación política aún más inestable.

En ambos casos, las orientaciones de la política económica tuvieron que ser modificadas casi a la fuerza, en medio de convulsiones sociales y políticas, y las autoridades tuvieron que alejarse de la receta de austeridad fiscal y de no intervención en los precios que les sugería el enfoque ortodoxo liberal de tratamiento de la inflación.

En otro frente, la propuesta peronista en Argentina está enfrentando una nueva ola de inestabilidad macroeconómica, ligada a la crisis de precios mundial pero también a un nivel de gasto público y endeudamiento externo que complican la disponibilidad de divisas para el funcionamiento normal de la economía. Ahí la pregunta es la sostenibilidad y capacidad de financiar una política de subvenciones de gran escala y al mismo tiempo pagarles a los acreedores externos. Difícil ecuación.

Estos sucesos son una nueva demostración de la estrecha interrelación entre economía, política y humor social que hace que las decisiones estrictamente tecnocráticas o únicamente justificadas por sesgos ideológicos tengan grandes dificultades para ser implementadas si no toman en cuenta la dinámica política y las expectativas y temores de los ciudadanos. En crisis de las características que estamos experimentando, las élites dirigentes están, en cierto modo, obligadas a la heterodoxia, es decir a liberarse de los dogmas y las directrices rígidas sobre la política económica más adecuada.

Por supuesto, este realismo vale también para el atrincheramiento en políticas de subvención o de controles de precios generalizados, que, tarde o temprano, pueden tener serios impactos sobre la estabilidad fiscal o los incentivos para la producción futura. Por tanto, hay que evaluar seriamente sus costos, tiempos y modalidades de implementación. Hay límites en ese camino que no se deben olvidar.

Así pues, ser heterodoxo en tiempos de crisis implica una gran dosis de pragmatismo, objetividad y capacidad de autocrítica. Hay que calibrar las respuestas a los desequilibrios día a día, pensar en sus implicaciones políticas y sociales, articular un discurso adecuado para acompañarlas y prever los escenarios que podrían violentarla. Es una tarea casi permanente y que requiere de gran flexibilidad y adaptabilidad.

Por lo pronto, no sabemos cuánto más durará la crisis global ni sus derivaciones. Y eso es clave pues el entorno externo es determinante en esta coyuntura para cualquier respuesta interna. Bolivia parece haber encontrado un espacio de mayor estabilidad en el frente de los precios, viendo las inquietudes de muchas de las naciones vecinas, pero no es aún el momento de cantar victoria, aún pueden pasar muchas cosas en el mundo. Tampoco es aconsejable transformar los instrumentos que actualmente están funcionando en dogmas y nuevas camisas de fuerza ideológicas.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.