¿Derrumbando imaginarios?
He leído opiniones que reproducen viejos imaginarios, construidos desde el poder y que profundizan las regionalizaciones: Nállar es narco; Nállar es cruceño; y, los cruceños son… Falaces y perversos silogismos con verdades a medias.
En los años 80 y 90 se construye dicho imaginario para encubrir el accionar del clan sirio-libanés que manejaba la Fiscalía paceña (y sin tener título de abogado), la que era ciega ante quienes pisaban coca en las abandonadas minas altiplánicas (producto del DS 21060), y después comercializar, como denunciara el padre Mauricio Bacardit, entonces director de la PASOC y con quien lanzamos la campaña “Por la dignidad”, a raíz de los súper fiscales con jurisdicción nacional y sus súper delitos en función. Solo había ojos, oídos, boca y un poderoso instrumento legal para lo mismo, pero generado en el oriente, principalmente Beni y Santa Cruz.
En esas épocas se hablaba de entre $us 500 y 800 millones anuales que movía el narcotráfico en Bolivia. Muchas ciudades “prosperaron”, pero las únicas que quedaron en el imaginario como territorios del narcotráfico serían las del oriente debido a los “grandes” operativos y su parafernalia. Y, contrariamente, por ejemplo, lo de Huanchaca (hoy parque Noel Kempff), que fuera parte del gran plan Irán-Contra. Santa Cruz puso el territorio, los muertos y los únicos procesados, en cambio el poder nacional y el foráneo se beneficiaron con la droga. Roberto Suárez y después Techo de Paja quedaron en el imaginario, pero no así Barbaschocas (campeón con más de 4 toneladas en un solo vuelo y respaldo oficial), que por ser exageradamente bochornosa la implicancia oficial, procedieron a detenerlo. El imaginario estaba consolidado.
Hoy, un estudio serio como el de A. Banegas señala que son alrededor de $us 2.500 millones anuales lo que mueve el narcotráfico en Bolivia, para otros serían 4.000 millones, nos quedaremos con la cifra más conservadora. El contrabando movió el año pasado alrededor de $us 3.000 millones y “operativos” trajeron como resultado a militares emboscados y muertos, además de quemar puestos aduaneros, pero nunca hubo grandes operativos policiales, ni titulares grandilocuentes. Recordando, además, que usualmente el ingreso delincuencial de vehículos chutos es a cambio de drogas.
“Quiero ser narco”, le responde una niña alteña a M. Galindo y ésta cuestiona explicando esta aspiración a partir de la realidad: “…cuando vemos matrimonios increíbles… fiestas de millones de dólares… unos cholets de millones de dólares”. El siglo pasado, un gran escritor mexicano señalaba que ningún militar aguantaría un cañonazo de dólares, refiriéndose a las dictaduras. Hoy, podríamos afirmar que no hay autoridad de nivel que se relaciona al narcotráfico, muertos como en Colombia o México, y no es por vacuna alguna de anticorrupción. El contravalor se impone y se convierte en valor ciudadano. ¿Podría ser diferente? Lo que sí puede ser diferente es en la reconfiguración de los imaginarios que profundizan las contradicciones entre el centro y la “periferia” del poder y reproducen perversas discriminaciones. Los problemas del narcotráfico, contrabando, trata y tráfico de personas, violencia de género, discriminación por color de piel, etc., son nacionales y transversalizan sectores sociales, regiones, ideologías, etc.; y esto sí es responsabilidad de todos en tanto y en cuanto lo aceptemos como males, como primer paso para encarar un gran diálogo nacional.
Alejandro Colanzi Zeballos es criminólogo y nonnino de Valentina.