Los impasses de Camacho
La política identitaria exacerbada puede servir para consolidar nichos electorales y una masa de fieles decididos, pero se transforma en un callejón sin salida si se dedica únicamente a alentar expectativas imposibles de satisfacer y sobre todo si no tiene una estrategia para constituirse en una mayoría. Su desgracia es que cada vez precisará de mayor radicalización para mantener su legitimidad y al hacerlo podría terminar inviabilizando su futuro.
Cuando las dirigencias cruceñas se han enfrentado a una debacle política nacional, suelen recurrir a la receta regionalista para equilibrar el escenario. En 2003-2007, sobre los escombros del proyecto neoliberal erigieron el artificio de la “media luna”, que acabó en los delirios confederales de Branko y sus muchachos en La Torre. Las inconsistencias de ese ensayo terminaron contribuyendo a la consolidación del Estado Plurinacional.
El colapso sorpresivo en un semestre de la experiencia restauradora de Áñez en 2020, impulsada por lo más preclaro de esa dirigencia regional, les obligó, otra vez, a desempolvar el viejo regionalismo a la cabeza de un caudillo joven, vigoroso y deslenguado.
El renovado cruceñismo fue, al final, efectivo para ganar un par de elecciones en el departamento y forzar un brutal recambio de las dirigencias locales. Pero de yapa dinamitó las posibilidades de las fuerzas centroderechistas a nivel nacional. Sin embargo, incluso en ese momento de auge, el experimento ya mostraba sus límites: Luis Fernando Camacho solo replicó el desempeño electoral histórico de Costas, el viejo líder repudiado por los jóvenes radicales.
Ya en su rol de gestor y líder instalado en la institucionalidad, es muy evidente su incomodidad para mantener la iniciativa política y consolidar sus posiciones no solo en Santa Cruz, pero sobre todo en la esfera nacional. Transformarse en el opositor más intransigente del MAS puede servir para alimentar la fe de los convencidos, pero sin resultados contundentes, la apelación permanente a la movilización puede frustrar a sus fuerzas. Al mismo tiempo, solo prometiendo futuras grandes victorias contra el “diablo” masista puede sostener su liderazgo en la ausencia de otros recursos políticos.
Para ello, se ha ensayado de todo, al ritmo frenético de esos realities que están obligados a mantener la atención del espectador para mantenerse de moda: el federalismo, ¿alguien se acuerda en qué quedó eso?, una semana de paro para que Francisco Figueroa sobreviva como dirigente gremial y ahora una lucha a muerte para adelantar seis meses un censo.
Mientras más el personaje se encierra en sus particularismo y excesos, más se debilita en el resto del país y aumentan sus problemas para construir alianzas más allá de la solidaridad de algunos segmentos de la derecha más jailona de las ciudades del Occidente. En el mediano plazo, su popularidad regional dopada por su retórica no parece que será suficiente para compensar el abismo político que significa haberse convertido en el político más rechazado en el resto del país. ¿Está complicado construir algo si el 90% de los ciudadanos del resto de Bolivia no tienen buena opinión de ti?
Pero, el problema no es solo la inmadurez del joven gobernador, la cuestión de fondo es la gran dificultad de la élite empresarial y política cruceña para asumirse como un factor de poder nacional y su incapacidad para descifrar al Occidente, a las clases populares y dar un salto hacia una política de equilibrios regionales más sofisticada que la simplista convicción de que los intereses de Santa Cruz son los que expresan a todas las regiones por fuera del centro.
Dirigencias regionales desorientadas que no ven que Santa Cruz está quizás ya en la vanguardia de una Bolivia popular en rápida transformación, con una dinámica sociedad multicultural que está cada vez influyendo más en los estilos de vida de todos los bolivianos. Es decir, su ilusión particularista resulta tremendamente incongruente con el protagonismo y gran interrelación real y cotidiana que ya tiene esa región con las otras dinámicas nacionales: ¿Cuándo la élite cruceña se animará a asumirse como dirigencia nacional, para lo cual tendría que transgredir sus ataduras regionalistas y proponer un proyecto inclusivo a toda la nación?
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.