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La A de Argentina

La A amante

Bueno, en verdad es la A de Aires, de los Buenos. Cómo es la vida; después de haber juzgado (en silencio) a algún periodista que utilizaba su columna para contar sus viajes y presumir la cantidad de kilos de libros que compraba en sus giras por el mundo, aquí tienen a esta A, que tuvo el gran placer de llegar hasta el Obelisco, sobre el franco beso entre Corrientes y 9 de Julio.

El tema elegido para esta semana es también una manera de disculpa con los cuatro gatos amigos que se acercan a esta A quincenal por el silencio de hace dos semanas. Estimados gatos, fueron unos días de vacación y la celebración del cumpleaños de mi hijo en Porteñolandia. El acompañante adolescente ya tiene las herramientas para mirar las luces de esta ciudad sencillamente seductora.

No se asusten, amigos gatos, que no les contaré mis vacaciones. Sí hablaré de las cosas. Las cosas que siguen superando las “no cosas” de un universo virtual que nos esculpe a través de las sonajeras tecnológicas. ¿Qué quiero decir? Que con tabletas, computadoras y celulares podemos trasladarnos a cualquier punto del mundo. Como mi hijo, que un día paseaba por calles de India en su teléfono. Sí, con “googlear” tres palabras ya entramos a un museo y miramos las obras y nos enteramos y leemos comentarios y nos enredamos en debates y pasamos a “temas relacionados” en cuestión de un par de toques del dedo índice, curioso y cada día más impaciente. Sin embargo, esta experiencia, que no es poca cosa, no puede medirse (porque pierde por goleada) con estar delante de un inmenso lienzo que sella una de las más crueles guerras argentinas. No hay pantalla que supere el propio cuadro al que le hacemos el más nítido de los acercamientos con nuestro cuerpo. Los trazos están, pese a los años, ahí. El artista/combatiente, Cándido López, que perdió el brazo derecho pintó con el izquierdo y estos ojos, en este momento, son dueños únicos de la obra.

Por similares razones estar en la Fundación de Eva Perón es escribir nuestra propia pequeña pero querida historia. Y es que el vestido está allí. Todo en negro, cuello cerrado, terciopelo cuadriculado sobre el pecho y los brazos de la peronista; lentejuelas también negras sobre los hombros, la falda de raso de seda cae maravillosamente desde lo alto de la cintura con un corte en v y continúa divinamente hasta bien llegado el piso. Al lado, los zapatos de gamuza negros con un diseño que repite los cuadros de la parte alta del vestido y que sella la elegancia con unas cintas negras. Eva Perón no calzaba más de 35 o 36; habrá que volver al libro de Tomás Eloy Martínez para disipar esta duda que habita toda la atención de quien mira como si el vestido tuviera todavía adentro a la santa de los descamisados. 1945 y 2022 se hacen un solo momento. Lo que son las cosas.

Y lo que son los lugares, con sus cosas. Como la casa de Gardel, que exhibe en lo más visible de sus muros su certificado de nacimiento. Madre francesa, cuna francesa. Punto. Lo dicen las letras dibujadas a mano. No hay debate. Solo queda escuchar al ícono porteño en sus versiones originales delante de la guitarra en la que se compusieron tangos para la historia mundial. Por una cabeza de un noble potrillo que justo en la raya afloja al llegar/y que al regresar parece decir no olvidés, hermano, vos sabés, no hay que jugar. En ese preciso momento se hace presente, en esa casa, Néstor Benavente, un argentino atrapado en el cuerpo de un boliviano. Y la A se vuelve mantequilla. La fuerza de los lugares, como esta casa en el barrio del Abasto, calle Jean Jaures, la del francesito Charles Gardes. Lo que son las casas, lo que son las cosas y los recuerdos.

Y lo que son los recordados, los amados incondicionalmente. En el patio de Diego Maradona, alguien escribió: “No hay día en que no te extrañe”. Este Dios llegó a esta casita que en ese tiempo a él y a los suyos les pareció un palacio porque llegaban de Villa Fiorito, un rincón de los rincones de Buenos Aires. La villa, loco… En el palacio de Lascano 2257 llama a la curiosidad un pequeño baño que contiene una todavía más pequeña tina. Diego se retrató allí, sonriendo entre la espuma. Un rey con una pequeña habitación que luce, con espacio sobrado, la cama más sencilla del planeta, un perro de peluche sobre la mesita de luz, zapatillas gastadas, tres pilchas y un par de vinilos de Pablo Milanés. La foto del chico Diego Armando estirándose en su cama confirma todo, como el certificado de nacimiento de Gardel. Lo que son las fotos. Las de Diego, las de Carlos, las de Eva, las de Ernesto, las de Jorge Luis, las de Julio, las de Astor, las de Fito, las de Quino, las de millones de argentinos que hoy recorren el subte buscando la salida de la crisis, creando pese a la tormenta, exhibiendo (como siempre y para siempre) el más exquisito sentido del humor, mateando frente al dólar. Fito ya lo a/firmó: En Buenos Aires brilla el sol y un par de pibes en la esquina inventan una solución.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.