Fiestas patrias
A197 años de la independencia de nuestra patria y al margen de saludar este nuevo aniversario, deseo puntualizar el estado actual de la industria minera, hoy generadora principal de divisas y de empleo para los sectores menos favorecidos de nuestro país. El Bicentenario nos encontrará con la misma cara ya arcaica de una minería artesanal e informal predominante, de una sola mina de clase mundial (San Cristóbal) que ya se acaba en su concepción primaria y esforzándose para generar un proyecto nuevo (proyecto óxidos) que prolongue más allá de lo planeado la vida de esta mina, con algunas operaciones medianas que siguen el mismo camino de declinación productiva (San Vicente, San Bartolomé, Don Mario), otras minas pequeñas para los estándares internacionales como son aquellas de las mineras Sinchy Wayra e Illapa (ex Comsur y operadoras de la suiza Glencore), luchando por subsistir acudiendo a un nuevo operador, Santa Cruz Silver Mining y una cadena interminable de sueños de desarrollar un potencial innegablemente grande que duerme el sueño de los justos por centurias y de entrar en la industrialización de los productos mineros (hierro, plata, zinc, litio, potasio, etc.). Hay, como anoté varias veces en esta columna, un juego perverso de intereses que han impedido a través de la historia el desarrollo sostenible y que han generado un movimiento pendular a posiciones liberales o nacionalistas a su turno, cuyo resultado es estancamiento, burocracia, en algunos casos corrupción y juego de intereses corporativos. Así las cosas, no hay nada que festejar en este aniversario porque, cuando la visión de desarrollo se limita al miope horizonte de intereses corporativos o personales, los resultados son siempre negativos.
Hay un marcado desfase entre las tendencias actuales de la minería en el mundo, preocupada en el upstream, y el suministro de metales para garantizar la energía verde del futuro (v.g. plati-noides, tierras raras, cobre, grafeno, etc.) y los planes ya añejos de la minería nacional que se quiere actualizar en el país. La Comibol se dedica al estaño, zinc, plomo y plata, soñamos con reabrir minas de antaño como Mesa de Plata en los Lípez y dejamos para la minería informal de pequeña escala, yacimientos aluviales de oro del noreste del país, cuyo valor exportable ya superó todos los récords (más de $us 2.500 millones en la gestión pasada). Todo en aras de la reactivación económica, a cualquier precio y de la mano de lo que se llama democracia participativa. La vorágine de avasallamientos en ríos y tierras mineralizadas aumenta cada día bajo la mirada poco proactiva, para decir lo menos, de las autoridades llamadas por ley y el desorden cada vez es más visible para la población en general. Hay un hermetismo poco usual sobre los problemas de Vinto y sus deudas, Karachipampa y Mutún, y sus idas y venidas, el proyecto de litio y su avance, etc. Todo se limita a escuetas rendiciones de cuentas y a comparaciones estadísticas con un periodo pretérito de transición de gobierno y de pandemia, que obviamente no tiene un valor específico valorable.
Como apuntaba en una de mis columnas y parafraseando a Octavio Paz: “…en nuestra región la democracia no necesita echar alas, lo que necesita es echar raíces. Antes de vender tiquetes al paraíso, preocupémonos primero por consolidar nuestras endebles instituciones.” Ya va siendo tiempo de acuñar un pragmatismo más tecnocrático que político que nos permita salir de esta situación, corregir errores, proyectar lo valorable y abrir un horizonte de esperanza para una industria que en la coyuntura actual ha vuelto a ser de primer orden. ¡Felicidades Bolivia!
Dionisio J. Garzón M. es ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.