Los costos ocultos de la transición energética
Desde hace ya varios lustros, el mundo se ha metido (y con razón) en una lógica de transición de uso de energía, con la intención de despegarse de las energías “sucias” —carbón, petróleo, gas—, que son causantes de los gases invernadero, el deterioro de la capa de ozono y, por ende, del calentamiento global.
La transición energética implica que como humanidad usemos más energías renovables: hidroeléctricas, eólica, solar —para mencionar solo las más relevantes—, pues su uso no implica la emisión de contaminantes. Este es el beneficio más tangible que se puede obtener de la transición energética; es un beneficio incuestionable.
Y como todo en la vida, la transición energética tiene costos que es necesario incorporar en la ecuación para, al menos, estimar el balance que quedará como resultado de esta tendencia que, al día de hoy, es irrefrenable.
Los costos más visibles son aquellos relacionados con la verdadera capacidad de las energías limpias para sustituir a las energías “sucias”: en primer lugar, hay que considerar la densidad energética de cada una de las fuentes presentes en el abanico de opciones actuales; en segundo lugar, tenemos que considerar la tasa interna de retorno de cada fuente de energía; y, en tercer lugar, el impacto ambiental derivado de los nuevos materiales y nuevas infraestructuras requeridas para la generación masiva de energías limpias.
Se llama densidad energética al ratio de energía producida por superficie requerida para producir dicha cantidad de energía. Por ejemplo, nos dice la experta en mercados y energía Lyn Alden, que una planta nuclear puede producir enormes cantidades de energía en superficies comparativamente muy pequeñas, lo mismo ocurre con la energía proveniente del carbón. Al otro lado de este abanico está, por ejemplo, la energía solar, que requiere de grandes extensiones de terreno para generar proporcionalmente menos energía que las fuentes más densas, nos explica Alden.
La tasa interna de retorno energético mide el ratio de cuánta energía se obtiene de una fuente determinada a lo largo de su vida útil, versus cuánta energía se debe invertir para obtener dicha producción. En otras palabras, de nuevo según Alden, se requiere cierta cantidad de energía para extraer petróleo de un pozo petrolero, pero la cantidad de energía que dicho pozo provee es muchísimas veces superior a la cantidad invertida en su puesta en marcha.
Daniel Weissbach realizó un estudio en 2013, Intensidades energéticas, tasa de retorno energética y períodos de repago de plantas de generación de energía. Como nota aclaratoria, el título es mi libre traducción, pues no cuento con una versión en español de dicho artículo. El estudio refleja que la tasa de retorno energética de la energía nuclear es 25 veces mayor a la de la energía solar; que la tasa de retorno del carbón es tres veces mayor a la energía eólica. La energía hidroeléctrica queda en una muy buena situación, pues su tasa de retorno es mayor a la del carbón en un 20%. Las plantas de ciclo combinado tienen una tasa de retorno que se sitúa al medio de la mejor (nuclear) y la peor (solar), con un resultado apenas inferior al del carbón
Por otro lado, la enorme demanda de nuevos materiales para la transición energética implica una gran demanda por nuevos tipos de minerales, como las tierras raras y otros. Se prevé que la demanda de níquel, aluminio, fósforo, hierro, cobre y litio —entre otros minerales— se multiplique por 10 o más veces hasta 2030, lo cual tendrá un impacto directo sobre sus precios.
Como boliviano, no puedo menos que estar optimista gracias a que nuestro territorio cuenta con recursos para proveer de casi todo tipo de energía; en hidrocarburos tenemos el gas, que es la menos contaminante, pero también tenemos eólica, hidroeléctrica y, además, contamos con litio. Si se confirman las sospechas del Gobierno, que hace muy poco creó el Viceministerio de Minerales Tecnológicos para investigar la existencia de uranio y tierras raras, cubrimos todo el abanico posible de energías. Sumado a ello, contamos con la mayor reserva de litio.
Ninguna transición es pura, y la transición energética no lo será. La humanidad tendrá un gran avance si al menos las energías nuevas van desplazando al carbón, que representa algo más de un tercio de la energía total que consumimos. De ahí para arriba, seguramente iremos sustituyendo el petróleo, etc. Bolivia está posicionada como para participar en todo el abanico. Es un reto y una oportunidad.
Pablo Rossell Arce es economista.