La voz de Basilia
Recuerdo bien una propaganda del MAS en 2005. Se trataba de una chola que barría una casa: era la trabajadora del hogar. Contaba que en anteriores elecciones su patrona le había ordenado por quién votar, pero que ahora estaba convencida de su voto y sabía lo que significaba para ella. En mi corto entendimiento político de los 12 años me quedé pensando en la gravedad de que el voto de alguien esté controlado por otro. En una sociedad racista como la boliviana, la forma en que vemos, tratamos y escuchamos a la chola es parte fundamental en la (de)construcción de los mecanismos de racialización.
Se inauguró la 26° Feria Internacional del Libro de La Paz que ostentó en su afiche la imagen de una chola leyendo un libro y pocos días antes se había presentado la segunda edición de De Chualluma he venido, de Basilia Catari Torres. La obra inicia con la frase “en subida es mi lugar”, metáfora de lo duro y hasta heroico del proceso de Basilia por llegar a un espacio de escritura. Narra que ha sido tratada como subalterna, pero no deja que se la encasille en tal categoría: “A nosotras nos dicen sirvientas, nos dicen empleadas domésticas. Y así nos tratan. Nosotras somos trabajadoras del hogar porque cumplimos un rol que es muy importante”. Es resaltable la finura escritural de la distinción entre un soy y un me dicen que soy: escribe desde la conciencia de su yo y no deja que se la inscriba en cómo otros la ven. Habla desde la apropiación del cuerpo, del lenguaje y del poder político en una sociedad que en todo momento quiso impedírselo.
Ella cuenta (a veces con lágrimas traducidas en palabra) las historias de más de una compañera cuyo cuerpo estuvo sujeto al poder de sus patrones: se le impone si puede o no ser madre (no le dejan tener novio o la despiden si se embaraza), se le ordena el ritmo de sueño (si el patrón llega tarde, ella debe despertarse, abrirle el garaje y calentarle la sopa, por fuera de las 10 horas de trabajo), se le impone una servidumbre sexual obligatoria (cuando el patrón la viola o entra al baño mientras se está duchando), se la golpea, se la humilla y se le descuenta dinero de su sueldo debido a gastos por enfermedad. Basilia se negó a dejar que su cuerpo sea dominado: tuvo una hija, huyó de donde fue golpeada o humillada, y escribe desde la complicidad hermana de estas voces.
El grupo social boliviano que se piensa como blanco vive con la aspiración de vivir fuera del país y generalmente tiene la posibilidad de irse y negar su bolivianidad. Desde su espacio, Basilia reclama que el Gobierno haya estado en manos de estas personas: “Porque los que están gobernando son descendientes de gente que no son originarios”. El indio no tiene esa oportunidad, por ello es enfática en que el indio es quien debe gobernar el país para salir adelante. Utiliza la metáfora de una casa cuyos propietarios “seríamos los originarios, los campesinos, los comunarios. (…) Nosotros vamos a morir en nuestra tierra y no vamos a ir a otro lado”.
El libro comienza con la carta de Melany Bohorquez Catari, hija de Basilia, solicitando a Mujeres Creando el apoyo para imprimir el texto, de modo que las ganancias le permitan terminar sus estudios. La obra cierra en pluma de Basilia con el deseo de tener una hija en el futuro: “Si yo tuviera una hija, me gustaría que ella estudie”. La autora escribe para una generación que va a tomar el poder político y su libro termina de la forma más poética que existe: un círculo articulador de aprendizajes. No se queda en mera literatura para ferias, no se trata de el arte por el arte, nos ha escrito Basilia un espejo mismo de lo que somos en una obra con potencial de cambio social. Nos ha escrito la chola que ha dado a luz a nuestras familias una carta biográfica de adónde debemos apuntar como país.
Ante semejante propuesta escritural, no deja de hacerme ruido el afiche de la FIL. Mucho se dice que la literatura debe ser política y resistir al sistema: ¿cuántas de las escrituras que abundan hoy en la literatura boliviana realmente buscan resistir al sistema del racismo? Muy pocas. En más de una obra hoy la chola aparece como adorno silenciado o como una mistificada excepcionalidad pachamamista, más de un lector se queda fascinado ante una folklórica Sara Chura y ante distopías en El Alto, pero se niega a leer el libro de Basilia o a algún escritor alteño. En una Feria del Libro con la imagen gigante de una chola leyendo, deberían haber vendido De Chualluma he venido en la puerta.
Juan P. Vargas es literato.