Icono del sitio La Razón

Nuestra casa

IMAGINARIOS  PACEñOS

Los seres humanos construimos identidades comunes y a diferentes escalas: en el conventillo, el barrio, la ciudad o la patria. Todas esas escalas se simbolizan en escudos, banderas o himnos. Son como “casas comunes” o refugios de identidad colectiva que se representan en libros sagrados o, simplemente, en un dibujo. Evoquemos juntos la mayor representación de un refugio existencial —en todo el sentido del término—, que hicimos los seres del Ande: el altar principal del Templo del Sol, el Coricancha, en el Cusco. Esa cumbre de nuestra cosmovisión, destruida en la conquista, fue redibujada (circa 1620) por el cronista indígena Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua. Un dibujo icónico de la cultura andina que pervive hasta nuestros días gracias a la enorme cantidad de interpretaciones y estudios que se realizan sobre ese admirable altar.

Una interpretación la realiza Nathan Wachtel en El regreso de los antepasados, libro reeditado por la BBB el presente año. Wachtel describe el “mapa cosmogónico” de Santa Cruz Pachacuti en sus diferentes componentes. Lo más importante, todo está enmarcado en el perfil de una casa arquetípica: un rectángulo con techo a dos aguas. Nuestros antepasados concebían la relación hombre/naturaleza bajo la simbología de un hogar que albergaba la suma existencial. En la cúspide se ubica un óvalo alargado que representaba a Viracocha, la entidad andrógina. Y a partir de ella, se configuran dos áreas: a la derecha lo masculino (sol, venus de la mañana, la tierra y el hombre) y a la izquierda lo femenino (la luna, venus de la tarde, el océano y la mujer). La suma del hombre y la mujer conforman el orden social, y ese orden está rodeado por ríos, nubes, estrellas y montañas que conforman la complementariedad y reciprocidad entre lo humano y lo natural. El conjunto termina en una cuadrícula que representa los frutos de la tierra. Nada es estático en la representación de Santa Cruz Pachacuti. Todo es dualidad y complementariedad que se mueve de derecha a izquierda y de arriba para abajo porque los trazos son flujos de energía encuadrados en esa “casa común”.

No conozco dibujo de arquitecto o urbanista que represente con tanta sabiduría una comunidad en correspondencia con la naturaleza. Es un diseño humanista y ecológico de lo que debe ser nuestra morada colectiva: un lugar en el universo donde primen las complementariedades. Sin embargo, hoy en día, nuestra ciudad se construye aislada de la naturaleza, retraída del cosmos y alejada de las creencias; y esa “casa común” es la antítesis perversa de lo que se simbolizaba en el maravilloso altar del Coricancha.

Carlos Villagómez es arquitecto