La economía es la historia de lo que hacen las personas: cómo gastamos el dinero y el tiempo, los aspectos cuantitativo y cualitativo de la existencia. Cuando en esa historia hay demasiado ruido para interpretarla, la gente empieza a esperar lo peor. En los relatos contradictorios sobre el estado de la economía influyen las interpretaciones contradictorias sobre dichos relatos, y discernir qué está pasando realmente en la economía se vuelve casi imposible. Lo que la gente espera puede acabar sucediendo pronto, y ahora mismo, con unos datos cada vez peores, las expectativas de muchas personas coinciden en prever una recesión. Y esas expectativas podrían perfectamente conducirnos a ella.

El producto interior bruto de Estados Unidos se contrajo en el segundo trimestre de 2022, siguiendo el decrecimiento del trimestre anterior. Estas cifras del PIB fueron la guinda en el pastel de las malas noticias: una subida del 9,1% en el índice de precios al consumo, los precios de la vivienda por las nubes y la desaceleración del mercado laboral, como evidencia el aumento de las solicitudes de prestaciones por desempleo.

En torno al 70% del PIB es gasto en consumo, que en gran medida obedece al ánimo del consumidor. Cómo nos sintamos tú y yo y todos los demás respecto al estado de la economía determina qué y cuánto compramos. En términos generales, los consumidores no están de muy buen ánimo en lo que respecta a su capacidad para comprarse nada. Muchos culpan de la inflación a los precios abusivos de las empresas, y sin duda hay algo de verdad en ello. Sin embargo, las previsiones de ganancias de muchas compañías también se están desplomando, ya que también han de lidiar con el encarecimiento de los costos de producción.

Una restricción presupuestaria, para los consumidores y también las empresas, es la falta de suministros de primera necesidad, como el gas natural y el petróleo. Cuando suben los precios de la energía, tiene que subir el de todo lo demás, y puede tener el efecto de un doble costo para los consumidores.

La Reserva Federal (Fed), el regulador supremo de las vibraciones, en las épocas buenas y en las malas, se ha lanzado a lo Rápido y furioso a intentar combatir la inflación. La principal herramienta de la Fed es, actualmente, empeorar las vibraciones generales, y gestionar la demanda con una subida de los tipos de interés y hacer que a la gente le resulte más caro comprar cosas.

La percepción de la gente moldea la economía, pero quien moldea esas percepciones es la Fed. El riesgo de ir demasiado deprisa es especialmente alto ahora, cuando el desplome del PIB y de otros indicadores económicos demuestra que la economía ya se está ralentizando. Si la Fed sube demasiado los tipos de interés en este contexto, se arriesga a una recesión.

Los ánimos en la economía están… raros. Esa extrañeza tiene efectos reales. Un estudio reciente reveló que el ánimo sí influye en lo que hace la gente, y el relato de los medios sobre la economía es responsable del 42% de la caída del ánimo del consumidor en la segunda mitad de 2021.

Los indicadores como el PIB son importantes, pero muchas veces los problemas económicos radican en las expectativas. Cuando pensamos en cosas como la inflación, las condiciones financieras y la política monetaria, lo mejor es plantearlas a través de la gente. Y la gente, por supuesto, hace tonterías y es caótica. Demasiados economistas y expertos olvidan que la economía consiste, en realidad, en un puñado de gente que va por ahí comportándose como tal y tratando de darle un sentido a este mundo.

Cuando las políticas se centran más en unos indicadores que podrían no reflejar la realidad completa, y no en esa gente caótica que hace tonterías, a la que se supone que dichas políticas deben servir, entramos en un territorio peligroso.

No hay recesión económica, todavía. Ahora mismo estamos en una especie de “recesión anímica”: un periodo donde la bajada de las expectativas que sienten las personas se basan en preocupaciones del mundo real y sus experiencias en el pasado. Las cosas no van bien. Y, si no mejoran, tendremos que preocuparnos por algo más que las malas vibraciones.

Kyla Scanion es columnista de The New York Times.