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La fecunda vida del maestro Cavour

A FUEGO LENTO

Durante los dos días de velorio, el Museo de Instrumentos Musicales de Bolivia, creación y esfuerzo personal del maestro Ernesto Cavour Aramayo (1940- 2022), el desfile de decenas de músicos de todas las edades, convirtieron la ceremonia velatoria en un concierto de despedida de muchas horas que llenó la casona del siglo XVIII hasta sus últimos rincones. Como dice la canción de pascua tarijeña que se la cantaron varias veces: una despedida mezcla de pena con alegría, una conjunción de emociones por todo lo que este ser humano excepcional hizo por su país, el charango y por las personas que lo conocieron. Un niño grande travieso y generoso que se asombraba de todo, que recuperaba su niñez cada Navidad al organizar a los niños para que interpretaran villancicos y sus extravagancias musicales para demostrar que todo está rodeado de música, que lo único que hay que hacer es develarla. Así, armaba con una caja de fósforos y una liga y creaba una percusión inédita, o piedras que se golpeaban entre sí para simular pasos de caballos o lluvia, a una bacinica golpeada con una baqueta y lograr el sonido de una campana de convento. Fue uno de los pocos músicos que compuso tonadas, cuecas, taquiraris y un sinfín de melodías a las cosas simples que nos rodean: los panes, las sillas, las hormigas…

Los espectáculos que presentaba en la Peña Naira eran inolvidables, un despliegue de creatividad que nunca se repetía y del cual salía agotado y después de un breve descanso volvía al ataque, para hacer bromas. Era un hermano mayor, un amigo a toda prueba y hasta un padre.

El día de la inhumación en el Cementerio General, la cantidad de personas que lo conocían y sus múltiples ahijados y comadres colmaban la estrecha callejuela de la Jaén. La plaza Riosinho colapsó interrumpiendo el tráfico, un taxista malhumorado y agresivo intentaba pasar violentamente, entonces un grupo de personas dolientes se acercaron y le espetaron al unísono: ¡Es Cavour! El taxista frenó su malacrianza y se pidió disculpas y la caravana se desplazó hasta el cementerio donde una columna de cientos de personas esperaba el cuerpo de su charanguista, multitud que lo lloró y a quien Cavour hizo bailar y alegrar desde la fundación del célebre grupo Los Jairas, que irrumpió con la música de cholos e indios, tumbando los prejuicios y la infamia racista que se manifestaban con virulencia en los años 60 del siglo pasado.

La herencia que nos dejaron Édgar Yayo Jofré, el gringo Favre, Godoy y Cavour desencadenó un torrente musical proscrito en un estado que es eminentemente musical. Cada rincón de Bolivia tiene un tesoro guardado en cada fiesta del santoral, fundidas con los ciclos agrícolas y cósmicos indígenas.

El interés por la cultura popular y su afán de preservarlo impulsó a Cavour a conformar y dirigir equipos para plasmar en trabajos de etnomusicología todo el legado ancestral en valiosos textos. Su filiación urbana al barrio de Chijini le permitió ser un centro de irradiación de la cultura popular urbana, Cavour conocía cada resquicio, era un gourmet de estos bulliciosos espacios donde se generan las formas de entender la felicidad y la tristeza. Eso lo llevó a candidatear para alcalde de La Paz en 1989 por Izquierda Unida (IU), cuando la izquierda estaba hundida y no existía una figura para evitar una dispersión mayor. Si bien Cavour no militaba en ningún partido, su vinculación con las clases populares era muy intensa.

En la última década, junto a su compañera María Antonieta, organizaron en el museo el Teatro del Charango, acompañado por el maestro Orlando Encinas y Franz Valverde, donde tocó en sus últimas presentaciones públicas. Además, concluyeron la catalogación, gracias al apoyo de una institución extranjera y la indiferencia estatal. Era una tarea que lo inquietaba.

El amor de Ernesto Cavour Aramayo a su país nunca fue enunciativo, su figura ya pertenece al imaginario popular y su nombre será recordado por el homenaje que le hará el gobierno municipal a través de la ordenanza que instruye la nominación de una calle con su nombre y cuyo proyectista fue el vicepresidente del Concejo Municipal, Javier Escalier. ¡Gracias por tanto, Coco Cavour!

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.