Niños y redes sociales
Tener hijos siempre ha estado lleno de culpas y preocupaciones, pero cada vez más padres en la época de las redes sociales enfrentan un tipo de impotencia particularmente intensa. No es que las redes sociales no tengan un valor rescatable, pero en general no son un lugar para los niños.
Técnicamente, las principales empresas de redes sociales exigen que los usuarios sean mayores de 12 años. Pero esa regla suele pasarse por alto. Casi el 40% de los niños estadounidenses de entre 8 y 12 años usan las redes sociales, de acuerdo con una encuesta reciente de Common Sense Media.
Cuantificar los peligros que esto implica ha sido un reto para los investigadores, y sin duda hay quienes dicen que los riesgos se han exagerado. Pero hay evidencia de que la exposición a las redes sociales presenta un daño serio para los preadolescentes y también para los adolescentes. Al menos eso sugieren las investigaciones mismas que han realizado las plataformas.
Junto con otras plataformas de redes sociales, TikTok —que también es muy popular con los usuarios en etapas de pubertad y adolescencia— también se ha relacionado con cuestiones de imagen corporal, y con problemas que van desde la dismorfia corporal a un síndrome como el de Tourette, la explotación sexual y diversas acrobacias mortales. Otros problemas más anticuados, como la intimidación, el acoso y el conspiracionismo, también suelen verse amplificados y exacerbados por la mediación de las plataformas en la vida social de los niños.
Las redes sociales también presentan beneficios para los jóvenes. En ocasiones, ahí encuentran conexión y apoyo, descubren cosas y afinan su curiosidad. Como respuesta a los informes negativos sobre sus propias investigaciones, Facebook señaló que había encontrado que, según algunas consideraciones, Instagram “ayuda a muchos adolescentes que batallan con algunos de los problemas más difíciles de esa edad”.
Los encargados de elaborar políticas pueden ayudar. Si se eleva la edad mínima de la Ley de Protección de la Privacidad Infantil en Internet de 13 a 18 años (con la opción de que los padres aprueben de forma verificable una exención para sus hijos, como ya permite la ley), y si se establece una verificación efectiva de la edad y sanciones significativas para las plataformas, el Congreso podría ofrecer a los padres una poderosa herramienta para hacer frente a la presión de usar las redes sociales.
La verificación fiable de la edad es factible. La verificación real de la edad también permitiría restringir más eficazmente el acceso a la pornografía en línea, una plaga inmensa y deshumanizadora que nuestra sociedad ha decidido inexplicablemente que no se puede solucionar. También en este caso, es evidente que las preocupaciones sobre la libertad de expresión, sean cuales sean sus méritos, no aplican a los niños.
Quizá resulte extraño abordar el problema del uso de las redes sociales por parte de los niños a través de la protección de la privacidad en línea, pero esa vía ofrece algunas ventajas claras. La Ley de Protección de la Privacidad Infantil en Internet ya existe como mecanismo legal. Su marco también permite a los padres decidir por sus hijos si lo desean. Aunque el proceso sea laborioso, los padres que estén convencidos de que sus hijos deben estar en las redes sociales podrían permitirlo.
Este enfoque también abordaría un problema central de las plataformas de redes sociales. Su modelo de negocio es la clave de por qué las plataformas están diseñadas de formas que fomentan la adicción, la agresión, el acoso, las conspiraciones y otros comportamientos antisociales. Si las empresas quieren crear una versión de las redes sociales orientada a los niños, tendrán que diseñar plataformas que no moneticen los datos y la participación de los usuarios de esa manera y luego dejar que los padres tomen sus propias decisiones.
Empoderar a los padres es realmente la clave de este enfoque. Fue un error dejar que los niños y los adolescentes entraran a las plataformas en primer lugar. Pero tenemos las herramientas para corregir ese error.
Yuval Levín es columnista de The New York Times.