Taiwán: una ambigüedad estratégica peligrosa
Todo comenzó cuando Mao Tse Tung culminó su larga marcha (1935) haciéndose del poder en la China continental, fundando la República Popular en 1949 y empujando al generalísimo Chiang Kai-shek kan, su rival nacionalista, a exiliarse en la cercana isla de Taiwán, escoltado por sus menguadas tropas. Era la época de la guerra fría que, trasladada a los estrados de las Naciones Unidas, reconoció al gobierno en el exilio como legítimo en detrimento del régimen comunista instaurado en Pekín (Beijing).
Esa abusiva medida persistió hasta que, en 1972, el brillante Henry Kissinger planificó el encuentro del presidente Richard Nixon con el gran timonel chino, acordado en arduas discusiones con el elegante canciller Chou En-lai. Entre los puntos no negociables estaba el reconocimiento de una sola China, implicando la exclusión de Taiwán de todos los órganos de la ONU, incluyendo el Consejo de Seguridad donde la representación maoísta se instaló como miembro permanente con derecho a veto. No fue fácil relegar al ostracismo a la ínsula que bajo la presión de Beijing fue aislada de la diplomacia mundial conservando ahora relaciones únicamente con 14 países (frente a 181 que reconocen a Beijing). Sin embargo, la persistencia de su cancillería logró mantener oficinas comerciales en varios Estados, fortalecer su industria tecnológica y expandir grandemente sus exportaciones. Estos esfuerzos estuvieron desde siempre aupados bajo el paraguas americano, que a falta de embajador acreditado recibió inicialmente a Soong Mailing, la bella y talentosa esposa del generalísimo que incluso pernoctaba en la Casa Blanca, forjando íntima amistad con la primera dama de turno.
En el modus vivendi concluido entre Washington y Beijing, en lo que se apodó “ambigüedad estratégica”, figura hasta hoy la garantía de protección militar para la autonomía de la isla, situación que el régimen maoísta tolera, confiando en incorporar Taiwán a su dominio por medios pacíficos que, podría ser: un país, dos sistemas.
Con estos antecedentes se entenderá mejor la irritación de Beijing por la visita a Taipéi de Nancy Pelosi, presidenta del Congreso, en momentos tan delicados del acontecer internacional. Se comprenderá también que los generales americanos y el propio Joe Biden se opusieran al viaje, porque se corría el riesgo que, ofendidos, los chinos dejaran su discreta neutralidad en el caso ucraniano y empezaran a brindar apoyo económico, logístico y militar a Rusia, rompiendo ese equilibrio ardorosamente obtenido por la diplomacia americana.
La advertencia china, contraria a ese inopinado viaje y otros en ciernes, se cumplió de inmediato, con un bloqueo inicial aéreo y marítimo de la isla, aparte de sanciones comerciales que afectan los fluidos vínculos económicos que existen entre las partes.
Se dice que dentro los elementos sensibles que afectarían al mercado mundial estaría la exportación de chips de semiconductores de sofisticado acabado, que en un 64% produce la multinacional taiwanesa TSMC ( frente a 20% de Corea del Sur), y que sin ellos la industria electrónica en el mundo se vería altamente perjudicada.
Aunque los expertos aseguran que no creen que Beijing llegue a invadir Taiwán en un futuro cercano, el deterioro de las relaciones con Washington solo sirve supremamente a los intereses de Moscú en su pleito con Ucrania y, en general, a alentar la nueva configuración geopolítica del planeta.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.