La vacunación de los hijos pequeños
Podríamos pensar que los centros de vacunación estarían abarrotados de padres apresurados por vacunar a sus hijos pequeños contra el COVID-19 después de que en junio la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) autorizó la vacunación para menores de cinco años. Pero para principios de agosto, solo 5% de los niños menores de cinco años que cumplían los requisitos habían recibido la primera dosis del esquema de vacunación. Lo que es peor, la cifra de niños vacunados ha ido disminuyendo.
Algunas personas podrían argumentar que es más difícil vacunar a sus hijos porque no todas las farmacias vacunan bebés y niños pequeños, pero el hecho de que la aceptación siga siendo tan baja, a pesar de que los pediatras y los médicos de cabecera pueden proporcionárselas, sugiere una falta de urgencia. Además, solo el 30% de los niños de 5 a 11 años tiene el esquema completo de vacunación, cuando las vacunas para ese grupo están autorizadas desde el otoño de 2021 y están disponibles en cualquier lugar donde se apliquen vacunas.
La mejor manera de acabar con la pandemia y mantener a todos a salvo es la vacunación. Entonces, ¿qué significa que la mayoría de los padres no hayan vacunado a sus hijos contra el COVID? ¿Incluso si, como sugieren los datos, ellos mismos se han vacunado en índices mucho más elevados? Me temo que se trata de una señal de la pérdida de confianza de los estadounidenses en el sistema de salud pública. Gran parte de ello se debe a la información errónea y a la desinformación difundidas acerca de la seguridad y la eficacia de las vacunas, pero otra parte se debe a una comunicación científica inconsistente y, con frecuencia, de bajos estándares por parte de los expertos en salud pública.
Parte de la información es en realidad muy confusa. Varios países europeos no recomiendan la vacunación contra el COVID en los niños pequeños porque consideran que no corren un riesgo tan alto al enfermarse. No estoy de acuerdo con esa decisión, porque, aunque es poco frecuente, sí hay menores que mueren a causa de esta enfermedad (al igual que de la influenza). No tengo ningún problema en recomendar que también los vacunemos contra la influenza.
Es más, hay otros resultados sobre el COVID que justifican la intervención, y ese es quizá un mejor argumento para la inmunización infantil. Los niños vacunados tienen menos probabilidades de enfermar, y si enferman, pueden tener menos probabilidades de enfermar de gravedad, desarrollar SMIC o ser hospitalizados. También podrían tener menos probabilidades de verse afectados por el COVID persistente. Estas consecuencias son mucho más comunes en los niños que los fallecimientos.
Además, lograr que más personas se vacunen reducirá la prevalencia general del COVID en la comunidad y beneficiará a toda la población. A menudo nos vacunamos para proteger a quienes no pueden protegerse. Deberíamos desear que la mayor cantidad de personas, incluidos los niños, se vacunen lo antes posible para que todos estén más seguros. Centrarse en los beneficios colectivos en lugar de los riesgos individuales podría dar mejores resultados. Reconocer que hay un peligro continuo mientras se pide una respuesta colectiva para proteger a los más expuestos podría ser más lógico que reducir otras medidas mientras se sigue considerando a la pandemia como una emergencia.
Los mensajes basados en el miedo pueden ser contraproducentes. Avergonzar a las personas por no estar de acuerdo con tus políticas de prevención contra el COVID endurecerá sus posturas, no hará que coincidan contigo.
La pandemia no ha terminado. Los casos siguen proliferando, demasiadas personas están muriendo y sectores extensos del mundo siguen sin vacunarse. Si los expertos en salud no pueden convencer a las personas de que los verdaderos peligros del COVID-19 existen, entonces habrá poca voluntad pública no solo para vacunarse, sino también para tomar otras medidas, como mejorar la ventilación y aumentar la inversión en salud pública en general. Sin duda, estas cosas mejorarían la salud y la seguridad, pero sería necesario invertir energía y recursos.
Además de la vacuna contra el COVID-19, muchos padres no están vacunando a sus hijos contra otras enfermedades infecciosas. La poliomielitis (una enfermedad que está erradicada en Estados Unidos) se ha detectado ahora en las aguas residuales de Nueva York.
La ciencia de la salud pública no se decide por votación. Sin embargo, requiere que la mayoría de la gente entienda y apoye un plan general para tener éxito. Quienes dirigen nuestras acciones para luchar contra la pandemia tienen que cambiar sus tácticas para conseguir ese respaldo, porque lo que están haciendo no está funcionando. Estados Unidos no es un país dividido en cuanto a los peligros del COVID, sino un país que quizá ya no esté escuchando.
Aaron E. Carroll es columnista de The New York Times.