Icono del sitio La Razón

El sentido común

Vivimos tiempos, como dice Carlos Granés, de la política salvaje. De esa política que primero está contenida en su mayoría por lo subjetivo, es decir, las emociones; segundo, actores políticos y sociales que más les interesa ejecutar los más impactantes actos performativos para ser considerados tendencias coyunturales; y el máximo interés del público por conocer la parte más íntima de los actores, para llevarlo al escándalo mediático, y en la medida que eso refuerce por delante la creencia del bando político que se defiende mucho mejor.

Así, las coyunturas se van articulando en torno a la construcción de un tipo de sentido común que consumimos por dosis a diario, quienes se están encargando de construir ese sentido común son los medios de comunicación (tradicionales y nuevos), junto con periodistas que desde sus perfiles personales en redes buscan ser ellos mismos el medio de comunicación; haciendo a un lado los procedimientos que antes empleaban de buscar obtener declaraciones o pruebas de la parte y la contraparte que están involucradas en el acontecimiento sobre el que tuitean; luego escribir una nota al respecto, esperar que ese escrito pase por un filtro del jefe del medio y finalmente publicarla.

Todo lo contrario, hoy se publica algo en el perfil personal y desde ahí se pretende que se genere el titular y ya nos hemos ahorrado los lectores de leer una investigación al respecto y ellos de hacer la investigación como correspondería, porque además desde el teclado predictivo del que publican ya viene por definición la alimentación a un bando político de insumos con los que replicar al otro bando como si se tratara de una biblia.

Esa construcción de un tipo de sentido común está reforzada porque hoy en la política uno de los principales gatilladores para que la gente se movilice, en redes sociales y en la calle, es sin duda la identidad política. Esa identidad política se ha convertido en el último tiempo en el verdadero carnet de militante político partidario, ha reemplazado al militante ideológico.

Las identidades políticas se organizan en torno a un símbolo en particular y la búsqueda de representación de un otro al que vemos al frente, es decir, los que no están dentro de la identidad con la que coincido no es que sean mis adversarios, son mis auténticos enemigos y como tales deben ser destruidos. De este modo los posicionamientos públicos alrededor de los temas coyunturales primero que los revisto de una máscara de valores que se encuentran dentro de la corrección política, y segundo que la acusación al enemigo viene de inicio acompañada de un candado cerrado dentro de un baúl que contiene todos los rasgos negativos que se pueden imaginar. De tal suerte, la tarea consiste en alimentar ese baúl cerrado con ese marco comunicacional y no dejarlo entreabierto a la posibilidad de dialogar o negociar posiciones.

Quizá por tanto, la polarización que tanto hablamos que vivimos no sea de exclusiva responsabilidad de un partido político o de actores políticos específicos; sino que por ahí también es responsabilidad compartida por todos, pero con un pelín más de carga a los actores que se encargan de construir esos sentidos comunes a los que me referí antes; sabemos quiénes son, la pregunta es: ¿vamos a dejar que lo sigan siendo o vamos a comenzar a pedir que se ejerza responsablemente el valor democrático de la libertad de expresión?

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.