Una pistola en la cabeza
Una multitud de partidarios se reúnen para brindar apoyo a su lideresa. Al tiempo de darle la mano, o pasarle libros para que los firme, sostienen el celular y filman. El resultado es escalofriante: vimos multiplicado en decenas de ángulos el momento en que un joven levanta su pistola, la aproxima a centímetros de la cabeza de su víctima y dispara. En la grabación de uno de los teléfonos, se escucha claramente el mecanismo del arma, que estaba cargada, pero por un milagro increíble no llegó a expulsar la bala.
Esa pistola empuñada en medio de una multitud es un símbolo del odio, que hoy mueve más que la convicción, la ideología o la palabra.
Poco se sabe todavía de las razones que llevaron a Sabag Montiel y su novia a apuntar contra la expresidenta Cristina Fernández. Hay fotografías, balas, un teléfono con medidas de seguridad sospechosamente profesionales. Hay videos que los muestran durante varios días vigilando, sopesando y planificando los mejores lugares para materializar el crimen. Está el tozudo silencio del perpetrador, quien lleva ya una semana sin soltar ni una palabra que lo incrimine. Poco se sabe, pero mucho se sobreentiende. A nadie le sorprendió el intento de asesinato, porque durante años se cultivó el odio contra Cristina Fernández. Se la descalificó y persiguió como a pocas mujeres en la historia latinoamericana. Probablemente porque ha habido pocas mujeres que alcanzaron su estatura política.
Ese detalle, que la víctima del atentado sea una mujer, no es una mera anécdota. Así como a las mujeres sin poder se las acosa, golpea y asesina cada día, a las mujeres poderosas se las denuesta de forma sistemática. La propia Cristina Fernández afirmó hace tres años que, en la política, la condición de mujer es un agravante. Para una mujer ser famosa por su belleza o por su música o por sus capacidades histriónicas está permitido y hasta es celebrado, pero en el momento en que pretende brillar por encima o en el territorio de los hombres “ahí te disparan a matar”, escribió proféticamente en su libro Sinceramente.
A Cristina le dispararon a matar los grupos de derecha extrema que la odian por ser mujer, por ser de izquierda, por defender el derecho al aborto y sobre todo porque amenaza con ser Presidenta de nuevo. A Cristina no solo le puso una pistola en la cabeza el joven Montiel, mucho antes que él levantara el arma ya habían pedido su muerte los políticos de oposición y muchos periodistas. A Cristina no la intentó matar “un loco suelto”, sino una estructura enorme que la viene amenazando con la cárcel y la muerte civil desde hace décadas.
Quién es Sabag y en qué estaba pensando la noche del 1 de septiembre es, al final, irrelevante. En el mejor de los casos, la investigación lo llevará a la cárcel por un crimen que no es suyo solamente. La pistola en la cabeza de Cristina es fruto de una construcción colectiva y sistemática de odio, que tarde o temprano iba a decantarse en violencia. La pistola en la cabeza es consecuencia de una polarización brutal, que afecta a la Argentina tanto como a casi todas las sociedades contemporáneas.
La grieta, como llaman en nuestro vecino del sur a este fenómeno, parece ser la forma que está tomando la convivencia social en estos tiempos de posverdad y redes sociales. Una grieta que ahonda las diferencias e impide diálogo, propuestas y soluciones. Una grieta oscura y profunda que, más que cualquier pistola, amenaza con tragarse la democracia.
Verónica Córdova es cineasta.