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¡Dejen en paz a mi viejo!

HUMO Y CENIZAS

Aunque de verdad me hubiera gustado dedicar este espacio a otros temas, los acontecimientos de la semana pasada hacen ineludible hablar acerca de las tensiones que se han estado dando entre el Gobierno y el expresidente Evo Morales, a raíz de las acusaciones vertidas contra mi viejo, que me parecen tan deleznables como improvisadas.

Si de atacar su imagen se trataba, yo hubiera elegido cualquier otro motivo, menos el de cuestionar su compromiso antiimperialista (que pasa por la defensa de eso que muchos llamamos “proceso de cambio”), que desde que tengo memoria sigue con una devoción comparable al de un fanático religioso. Y no lo digo con el propósito de elogiarlo, por cierto. Cuando me atropellaron a mis 23 años, él juraba que se trataba de un coche de La Embajada. Yo había estado de parranda todo el fin de semana, no le presté atención al semáforo. Pero el lo creía, en serio lo creía.

También recuerdo un tuit del expresidente, en el que le reconocía cierto mérito a mi padre, cuando pasó tiempo en la cárcel por sus ideales. ¿Así de rápido cambian las percepciones?

Bromas aparte, creo que es importante considerar que la revelación del supuesto “plan negro” fue, en realidad, el remate de una serie de ataques sistemáticos que se venían dando desde el extravío del celular de Morales, y que se dieron en un intervalo de dos a tres días entre sí. Pero a diferencia de como vino sucediendo desde el año pasado, éstos ya no estaban dirigidos en contra de tal o cual autoridad en particular, sino contra el gabinete del presidente Arce como un todo. Es decir, ya como una cuestión estructural.

Ahora bien, y no entiendo por qué ser discretos al respecto, parte de este antagonismo suele explicarse a partir de la definición de las candidaturas de 2025. Creo que esto solo es parte de la respuesta. Para explicar la urgencia con la cual se actúa para defenestrar a ciertas figuras del MAS-IPSP, me parece útil la observación que en algún momento hizo Fernando Mayorga acerca de la readecuación del modelo decisional dentro del partido, antes concentrado en la figura del expresidente, quien actualmente ya no tiene el control del Ejecutivo.

Tal readecuación, me temo, no se dará dentro de los márgenes de la discusión partidaria interna y democrática, sino a través de un proceso altamente conflictivo, y cuyo resultado es difícil de prever, pero que puede terminar con el fortalecimiento o el desgaste, tal vez definitivo, de determinadas figuras dentro del oficialismo. Estas transformaciones, al mismo tiempo, podrían llegar a debilitar o fortalecer el campo popular, dependiendo del grado de autodeterminación que alcancen a través de la definición de su objetivo histórico, que no puede limitarse a un individuo o un grupo de ellos.

En esto juegan un rol clave los entornos, que a veces están más involucrados que los mismos liderazgos en la competencia por el poder. Su grado de peligrosidad suele ser proporcional al de su servilismo. Los aduladores que saben muy bien que ellos sí son reemplazables y prescindibles, y que, de no estar cerca de alguien con poder, seguramente ni sus chicas se acordarían de ellos. Si tuviera que desconfiar, sería de ese tipo de personas. (Juro que no es una indirecta…)

No espero que la tensión baje ni se resuelva pronto, pero sí espero, al menos, que no se pierda de vista que existe un enemigo común que perpetró un golpe de Estado en 2019 y que no dudará en ejecutar un segundo si le es posible. Después de todo, me parece muy ingenuo pensar que una interrupción constitucional como esa sea una excepcionalidad, cuando la historia demuestra que un golpe de Estado generalmente abre, en vez de cerrar, un largo periodo de inestabilidades y cambios bruscos para la sociedad.

O tal vez soy muy pesimista, y ni el pseudogánster de Camacho ni el rabioso de Tuto aprovecharán la oportunidad. Pregunta: ¿por qué nadie los está atacando a ellos?

Mientras tanto, las acusaciones y los insultos deberían, al menos, dejar de ser tan prosaicos como lo vienen siendo hasta ahora. Lo último: ahora se compara a mi viejo con el bufón que trató de matar a Cristina Fernández. No imagino ni a Fidel ni al Che jugando así de bajo. Me consuela saber que la gente no es tan estúpida como creen estas personas.

Carlos Moldiz Castillo es politólogo.