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El fascinante misterio de las matemáticas

Alec Wilkinson

/ 23 de septiembre de 2022 / 01:14

De niño, en las primeras semanas de la clase de álgebra, me sentía confundido y luego me sentí como adormecido. Los adolescentes ordenan el mundo a partir de fragmentos de información. A su manera, la adolescencia es una especie de álgebra.

Las incógnitas se pueden determinar, pero hacerlo requiere una aptitud especial, sin mencionar que es necesario sentirse cómodo con la información que queda oculta. Se requiere un pensamiento lógico y directo, y la voluntad de seguir las reglas, que no son capacidades adolescentes distribuidas por igual.

Cuando pensaba en las matemáticas cuando era un chico era para especular sobre por qué me obligaban a aprenderlas, parecía obvio que no se necesitaban en la vida adulta. Llevar el saldo de una cuenta o hacer un presupuesto eran las respuestas que nos daban sobre cómo las matemáticas serían necesarias más adelante, pero no se necesita el álgebra, la geometría o el cálculo para hacer ninguna de esas cosas.

Sin embargo, si hubiera entendido la profundidad con que están integradas las matemáticas en el mundo, cómo figuran en cada gesto, ya sea cruzar una calle llena de gente o atrapar una pelota, cómo figuran en la pintura y la perspectiva y en la arquitectura y en el mundo natural, etcétera. Entonces tal vez las habría podido ver como las habían visto los antiguos: como una parte fundamental del diseño del mundo, quizá incluso el diseño mismo. Si hubiera sentido que el mundo estaba conectado en las partes de la matemática, podría haberme inspirado una especie de asombro y entusiasmo. Podría haber querido aprender.

Hace cinco años, cuando tenía 65 años, decidí ver si podía aprender las matemáticas de los adolescentes —álgebra, geometría y cálculo— porque me había ido mal en las asignaturas de álgebra y geometría y nunca había cursado cálculo en ningún momento. Tampoco me fue bien la segunda vez, pero me he convertido en una especie de evangelista de las matemáticas.

Ahora veo que las matemáticas son importantes porque amplían el mundo. Es un punto de entrada a inquietudes más grandes. Enseñan la reverencia. Insisten en que uno sea receptivo al asombro. Exigen que una persona preste mucha atención. El hecho de tener que reflexionar un problema con cuidado desalienta el pensamiento disperso y desordenado y fomenta el pensamiento sistemático, una ventaja en cualquier iniciativa, hasta donde he podido comprobar. Abraham Lincoln aseguró que pasó un año leyendo a Euclides para aprender a pensar de forma lógica.

Al estudiar matemáticas en la adolescencia, una persona atraviesa un territorio donde se han dejado huellas desde la antigüedad. Algunos de los senderos han sido inaugurados por figuras distinguidas, pero la mayor parte ha sido obra de gente común y corriente, como yo. Cuando era niño, e intentaba seguir un camino con una luz defectuosa, nunca vi los misterios entre los que me movía, pero en mi segunda oportunidad empecé a hacerlo. Nada había cambiado con respecto a las matemáticas, pero yo sí había cambiado. Cuando era adolescente, no podría haber imaginado a la persona en quien me había convertido. Las matemáticas eran diferentes, porque yo era diferente.

El misterio matemático del principiante, al alcance de cualquiera, se refiere al origen de los números. Es una especulación sencilla: ¿de dónde vienen los números? Nadie lo sabe. ¿Fueron invención de los seres humanos? Es difícil saberlo. Parece que son parte del mundo de un modo que no podemos comprender del todo.

El segundo misterio es el de los números primos, como el 2, el 3, el 5, el 7, el 11 y el 13 que solo pueden dividirse de manera exacta entre uno o entre ellos mismos. Todos los números que no son primos son compuestos, y todos los números compuestos son resultado de una disposición única de números primos. Si los seres humanos inventaron los números y el conteo, entonces: ¿cómo es que hay números como los primos que tienen atributos que nadie les asignó? El gran misterio envolvente es saber si las matemáticas fueron creadas por los seres humanos o si existen de manera independiente a nosotros en un territorio adyacente al mundo real, cuya ubicación nadie puede precisar. Platón lo llamó el reino no espacio-temporal. Es la nada atemporal que nunca ha existido ni existirá en ninguna parte pero que, sin embargo, es.

Las matemáticas son uno de los medios más eficaces para acercarse al gran secreto, para considerar lo que está más allá de todo lo que podemos ver o imaginar en la actualidad. Las matemáticas no describen el secreto, sino que dan a entender que existe.

En mi segunda inmersión, cada vez que encontraba una definición de matemáticas, la anotaba. Entre las que más me gustaban estaba la que las define como una historia que se ha estado escribiendo durante miles de años, a la que siempre se añaden cosas y que quizá nunca termine. Esa idea me habría atraído de niño y habría hecho que las matemáticas se vieran tal vez no acogedoras, pero sí menos imponentes de lo que parecían.

Alec Wilkinson es columnista de The New York Times.

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Las matemáticas son la respuesta

Estoy agradecido de que las matemáticas me hayan devuelto una sensación de misterio

Alec Wilkinson

/ 10 de febrero de 2024 / 18:29

Me sorprende estar pensando en Dios en esta última etapa, a mis 70 años. En mi defensa, podría decir que no llegué a estos pensamientos reflexionando sobre mi propio fin inevitable o a partir de una religión o una Escritura o el ejemplo de una figura santa. Llegué a través de las matemáticas, específicamente las matemáticas simples: álgebra, geometría y cálculo, el tipo de matemáticas que hacen los adolescentes.

Hace varios años decidí que necesitaba saber algo de matemáticas, una materia que me había maltratado cruelmente cuando era niño. Creía que no saber matemáticas había limitado mi capacidad para pensar y resolver problemas y para ver el mundo de manera compleja, y pensé que si entendía aunque fuera un poco, sería más inteligente. Mi conocimiento de las matemáticas es todavía escaso. Solo soy un turista matemático, pero mi experiencia me ha llevado a creer que las matemáticas están plagadas de indicios de una presencia divina.

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Ésta no es una observación mía. Los matemáticos han estado encontrando sugerencias de divinidad en las matemáticas al menos desde Pitágoras, en el siglo VI a.C. Para muchos matemáticos, no hay duda de que Dios está involucrado de alguna manera. Newton, por ejemplo, creía que las matemáticas ejemplificaban los pensamientos en la mente de Dios.

Un par de misterios simples, al alcance de cualquiera, ayudan a explicar por qué esto podría ser así. La primera es la cuestión de si las matemáticas se crean o se descubren. Algunos matemáticos creen que las matemáticas son un sistema inventado por los seres humanos y que está moldeado por las tendencias de los seres humanos hacia tipos particulares de pensamiento. Ésta es una opinión minoritaria. La mayoría cree que las matemáticas existen como si fueran independientes del pensamiento humano y que los descubrimientos que hacen los matemáticos son el mapeo de un territorio independiente y atemporal, una especie de mundo paralelo donde nada es bueno o malo pero todo es verdad. También está la observación del matemático canadiense Robert Langlands de que las matemáticas no son completas y, debido a su naturaleza, es posible que nunca lo sean. Las matemáticas, que intentan definir el infinito, pueden ser en sí mismas infinitas.

Para los teólogos de la antigüedad, el infinito era una propiedad de Dios. Al ser finitos, se creía que los humanos eran incapaces de concebir el infinito por sí solos. Dios nos dio la capacidad, pensaban, como un medio para comprender su naturaleza. Los teólogos eran incluso un poco susceptibles acerca de su posesión exclusiva.

A finales del siglo XIX, el matemático Georg Cantor descubrió que el infinito no es una descripción estática. Algunos infinitos, dijo, son más grandes que otros. Por cada infinito hay uno más grande, un infinito al que se le ha añadido algo. De hecho, hay una multitud de infinitos, y los infinitos mismos pueden sumarse unos a otros. Finalmente, se llega al infinito que contiene todos los demás infinitos. Lo que sobrepasa todo, escribió Cantor a un amigo, era “lo Absoluto, incomprensible para el entendimiento humano. Este es el Actus Purissimus, que muchos llaman Dios”.

Cuando era un niño pequeño, no pensaba tanto en Dios sino que lo sentía a él o a ella o a ellos, como quiera que lo encuadres. Ahora sé, pero no lo sabía entonces, que este sentimiento es lo suficientemente común como para tener un nombre: inmanencia. Estoy agradecido de que las matemáticas me hayan devuelto una sensación de misterio. Me complace haber recibido, de una fuente inesperada, una razón a la vez humilde y humana para sentir que hay más en la vida de lo que podría creer. E incluso si fueron creadas por hombres y mujeres, las matemáticas, como leí en alguna parte, son el pensamiento humano continuo más largo, una circunstancia que en sí misma merece ser contemplada con asombro.

(*) Alec Wilkinson es escritor y columnista de The New York Times

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