Un demócrata de este tiempo
La generación que sufrió los atropellos autoritarios del último periodo dictatorial en Bolivia y la que, posteriormente, protagonizó la recuperación de la democracia está constituida por personas que, al día de hoy, forman parte del bloque etario perteneciente a la tercera edad. Salvando las excepciones, se puede decir que ellos y ellas guardaron la expectativa de ver en vida el crecimiento y fortalecimiento de una democracia liberalrepresentativa como la conocieron y por la que generacionalmente apostaron. La aceleración de los cambios socioculturales en nuestras sociedades globalizadas, la digitalización de nuestras vidas y la enorme cantidad de fenómenos políticos globales y locales transcurridos en las últimas décadas han hecho que lo que se avizoraba como un periodo de consolidación, pronto se transforme en un periodo de incertidumbre democrática.
Por el otro lado, a las generaciones siguientes nos ha tocado afrontar el peso de la responsabilidad que conlleva no solo la consolidación y fortalecimiento del sistema democrático, sino su transformación y preservación en tiempos de sociedades hipercomplejas que practican una política dominada por las emociones, guiada por el desconocimiento y amenazada por la desinformación. En ese escenario, se ha tildado varias veces a estas generaciones de no estar a la altura de los desafíos. Siempre ha sido así y lastimosamente es aún muy común en la mayoría de los ámbitos que las generaciones con mayor edad miren en las que vienen una plétora de carencias que les inhabilitan para mantener o mejorar determinados legados históricos.
En ese marco, el complejo e irresuelto perfil de demócrata al que debieran apuntar las actuales y nuevas generaciones que buscan erigir una cultura política destinada a sostener/mejorar las democracias y sociedades de este tiempo, se vislumbra demasiado complejo de disipar. Pero resulta que algunas personas, luego, van resolviendo esa disyuntiva en su propio vivir. Buscando darle contenido a ese perfil pienso, por ejemplo, en la desafiante comprensión intercultural que se requiere como habilidad para entender nuestros países hacia adentro y nuestro mundo hacia afuera. En la creatividad que se necesita para encontrar soluciones a espinosos problemas que plantea la realidad de hoy. En la profunda alteridad que debe ser labrada meticulosamente para establecer puentes dialógicos en sociedades polarizadas como las actuales. Pienso también en el pensamiento complejo y el nivel de análisis que se requieren para llegar a las profundidades donde se encuentran los puntos que conectan o desconectan nuestra convivencia diaria. En la sensibilidad cultural que se cultiva mediante la lectura y la práctica de un arte y que, a posteriori, permiten establecer comunicaciones que superan los lenguajes políticos o coyunturales. Se me viene a la mente también el necesario respeto por las raíces que permite tener claro dónde se concreta el deseo de una sociedad mejor. Y pienso también en la enorme humildad que se requiere como para entender que en un grupo humano solo se puede ser en plural y no en singular.
Hay demócratas, con valores propios de su tiempo, que partieron dejándole al país su legado tras toda una larga vida de trabajo. Y —para pena nuestra— hay otros que, aunque parten pronto, no lo hacen sin antes dejar su legado en clave generacional, cumpliendo —incluso sin proponérselo— el perfil de un demócrata cabal de este tiempo. Por eso, por todo lo demás y, sobre todo, por tanto a su paso, Amaru Villanueva Rance queda inscrito ya en este tejidopaís que tanto quiso, navegó y vivió.
Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka.