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Matria íntima

A FUEGO LENTO

Agobiado por un tinnitus desatado por las ingestas descontroladas en las fiestas de devoción al Tata Santiago- Tata Illapa, fuimos a buscar una sierra de carpintería de 42 cm a las ferreterías antiguas de la avenida Buenos Aires. Dicha excursión fue un fracaso, otra había sido realizada semanas antes en la inmensa feria de la 16 de Julio, también infructuosa. Decidí volver a mi favela de la ladera y para ello monté a un minibús al lado del maistrito conductor, furibundo fan de la cumbia y así, con el volumen a todo ku’chi de sus temas favoritos, recorrimos ese tramo de comercio endiablado donde cada espacio está ocupado y el abigarramiento no deja resquicio alguno en este textil humano.

Con un mohín de molestia, le rogué al conductor que bajara el volumen de su radio, me dirigió una mirada de paramilitar y cambió de emisora a una religiosa, en ella un pastor alertaba sobre la inminente llegada de Jesucristo para meter en una gigantesca hoguera a todos los pecadores. Durante el trayecto, escuchamos la cadena de torturas y padecimientos a los que serían sometidos todos los herejes y paganos que quemaban mesa para la Pachamama e iban a los prestes a pecar y rendir devoción a estatuas de yeso. Por supuesto yo era un candidato perfecto para tal venganza celestial. Pensé, en ese momento, que era mejor escuchar a David Castro, Luna Cruel o a cualquier grupo de bulliciosos cumbieros que hacen de su ritmo percutivo una especie de mantra que nos hipnotiza en las fiestas. Sin embargo, nadie escuchaba, era solo un acompañamiento al viaje porque todos los pasajeros estaban presos de sus celulares. Recientemente había perdido a mi comadre Wendy, componente de nuestra cofradía de devotos del Tata y de Amaru, el hijo del músico Adrián Villanueva, mi compañero de colegio. Escoltado por estos sentimientos y el irritante tinnitus, arribé a mi ladera, divisé un saco del que emergían unas papas de piel dorada y me acerqué a mi casera Lidia que me recordó: —¡Por qué no has escrito la semana anterior! Y recién me percaté de mi olvido y pensé: —Ya estoy kaivo, ¡Cómo me olvidé! Lidia me relató que ya había sembrado la papa en su comunidad y que para noviembre estará lista la cosecha. Me enseñó que la papa es siempre hembra y que se la debe respetar y festejar para que sus frutos alimenten a las personas. Compré una cuartilla y la cociné, era sabrosa y harinosa y puede servir para puré o fritura, en tanto bullían me puse a revisar el calendario de festividades en septiembre: el 8 fue de la Virgen de la Natividad, en la zona Luis Espinal de El Alto, en Peñas, Kasani, Chuchulaya; del Señor de la Exaltación en Central Dolores en El Alto, Santiago de Machaca, Garita de Lima, en Obrajes, Vino Tinto, Calamarca, en Cota Cota, Villa Ingavi en El Alto, Rosas Pampa, Sorata, en Tiwanaku, Villa Exaltación en El Alto, Caja Ferroviaria; el Señor de Lagunas, en Alto Tejar; del Apóstol San Mateo, en el Cantón Sivicani; la Octava de Exaltación en Puerto Chaguaya. Viene la fiesta de mi virgencita, la Mechita, la patrona de los presos, en Valencia, Chiaramaya, Karhuisa, Villa Esperanza, en la penitenciaría de San Pedro, Centro de Orientación Femenina de Obrajes; y finalmente la fiesta de San Miguel, en Iruma, provincia Aroma y en Palomar, río Abajo. Como se podrá apreciar, los candidatos a arder son millares y forman ese entramado íntimo que la patria oficial desconoce. Patria es, popularmente, la tierra natal o adoptiva, ordenada como nación, a la que se siente arraigada el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y, sobre todo, en las clases populares, afectivos.

En cada barrio, como en el mío, el entramado humano se vuelve casi familiar, aquí viven personas de todas partes y el afecto que cultivamos entre compadres y amistades con los que convivimos es sustancial. El aislamiento de la pandemia y las turbulencias políticas generaron una ruptura; ahora estamos sanando las heridas porque nos necesitamos entre todos. El espíritu comunitario nunca se extinguió y el valor de la vida prevalece en esta Matria íntima que nos cobija como una madre.

Édgr Arandia Quiroga es artista y antropólogo.