Retomando a la naturaleza en las urbes
Hace unas semanas veía cómo mi vecino cortaba un árbol que “ensuciaba” su acera. Sentí una gran impotencia y pena al ver cómo este maravilloso ser era tumbado en cuestión de horas. Día a día, somos testigos de cómo nuestras ciudades van “comiéndose” a los árboles y a los espacios verdes, dando paso a la infraestructura de cemento en una paulatina desvalorización de la naturaleza y desconexión con ella.
La pérdida de la biodiversidad, los ecosistemas naturales y sus funciones ambientales esenciales, dan paso a un sistema urbano funcionalmente incompleto que depende de otros ecosistemas a grandes distancias, donde ocurren los procesos imprescindibles para su subsistencia, como la producción del agua.
Asimismo, las evidencias muestran que lejos de lo estético, las áreas verdes, como bosques urbanos, parques, jardines y calles arboladas, cumplen un papel fundamental para aportar a dicha funcionalidad ecosistémica que la ciudad necesita, y contribuyen significativamente al bienestar de sus habitantes.
Gracias a estos espacios, la purificación del aire, la regulación microclimática, la reducción de los ruidos, el hábitat y refugio para diversidad de especies son posibles. Además, eventos extremos debidos al cambio climático, como las inundaciones, pueden ser controladas reduciendo los flujos de agua de lluvia, permitiendo la infiltración y mejorando la permeabilidad de los suelos. No menos relevantes son otros beneficios como el esparcimiento y recreación que mejoran la salud mental y emocional de la gente. Inclusive un solo árbol urbano es capaz de proporcionar todos estos beneficios.
La crisis del COVID-19 nos mostró que las ciudades no están aisladas de los desafíos globales y cuán importante es que estén preparadas para dar a las personas buenas condiciones de vida. Retos como la lucha contra el cambio climático, la pobreza y la desigualdad deben ser encarados desde y en las ciudades. A su vez, éstos son clave para definir qué tipo de ciudades necesitamos para soportar un futuro impredecible.
Las cifras muestran que el crecimiento urbano es una tendencia mundial. Hasta 2021, el 56% de la población del planeta estaba concentrada en ciudades y se espera que hasta 2050 llegue al 68%. En Bolivia, la población urbana alcanza el 65% y se estima que llegue al 75% en 2025. Las ciudades demandan gran cantidad de recursos, consumen el 70% de la energía mundial, emiten el 75% de los gases de efecto invernadero (GEI), generan grandes volúmenes de residuos sólidos y contaminación del agua.
A medida que éstas crecen, su exposición al cambio climático y el riesgo de desastres también aumenta. En los países en desarrollo este proceso es más marcado, a medida que las ciudades crecen aceleradamente, y mayormente sin planificación, también aumenta la cantidad de población pobre y vulnerable a eventos extremos como inundaciones, olas de calor y sequías.
Nos enfrentamos a un futuro urbano que nos ofrece la oportunidad de construir ciudades más saludables, inclusivas, resilientes y sostenibles retomando a la naturaleza y asignándole un rol central a favor del bienestar integral de las personas. Mantener y aumentar la cantidad, calidad y diversidad de nuestros espacios verdes es una posibilidad para hacer frente al cambio climático y mejorar nuestra calidad de vida. Estamos llamados a poner nuestro granito de arena, mantener nuestros jardines y nuestras aceras, apreciar y respetar nuestras áreas verdes, y especialmente a reconstruir una relación más consciente con la naturaleza.
Heidy Resnikowski es subgerente de Planes de Manejo de la FAN.