En La casa del dragón, el nuevo éxito de la cadena HBO, los dragones son más grandes, más escamosos y sacan más fuego que en Juego de tronos, la épica fantástica de la cadena que cambió la cultura. La misoginia habitual y los tropos raciales perturbadores de la primera serie, sin embargo, se han atenuado. Esto es en respuesta a la crítica generalizada de cómo Juego de tronos normalizó la violencia sexual y valorizó la piel blanca, según dijeron los creadores de La casa del dragón, Ryan Condal y Miguel Sapochnik.

Y aunque La casa del dragón todavía presenta muchas muestras de barbarie contra las mujeres, el estilo es notablemente menos voyerista que la estrategia que motivó a Libby Hill de Indiewire a decir que “las ocho temporadas de Juego de tronos” eran “tortura pornográfica fortuita”. Algunos críticos han sugerido que la nueva serie es un poco sosa — “cargada de respetabilidad” y “tímida de un modo extraño”. Otros han llegado a decir que es “aleccionamiento feminista” y un ejemplo del pánico de Hollywood sobre la sensibilidad (aunque, milagrosamente, nadie ha dado todavía con la frase “despertar la conciencia social del dragón”).

George R. R. Martin, el autor de los libros originales, quien participó en la creación de ambas series de HBO, argumentó que el tratamiento de la raza y el género en Juego de tronos se basa en la realidad histórica. En 2015 declaró a Entertainment Weekly: “Los libros reflejan una sociedad patriarcal basada en la Edad Media. La Edad Media no era una época de igualdad sexual”. En 2014, el autor respondió en su blog personal a un fan que preguntaba por qué no parecía haber ningún asiático en la serie: “Tampoco había muchos asiáticos en la Inglaterra yorkina”.

Por supuesto que tampoco había zombis de hielo ni gigantes ni (cof, cof) dragones en la Inglaterra yorkina. Dado que la tierra de Poniente es una fantasía totalmente surgida de la imaginación, podría haber sido cualquier cosa que sus creadores quisieran y, en Juego de tronos, su autor y sus productores caucásicos y hombres la imaginaron como un lugar donde la gente de color es mayoritariamente servil, silente o ausente.

Pero, como señalan Sapochnik y Condal, La casa del dragón llega en un momento muy distinto. Condal lo dijo sin rodeos en una entrevista con Entertainment Weekly: “Para Miguel y para mí era muy importante crear una serie que no fuera otro grupo de gente blanca en la pantalla”. Sapochnik citó los movimientos #MeToo y Black Lives Matter en una entrevista con Jeremy Egner del Times: “Estamos en un mundo radicalmente distinto al de hace diez años”, dijo. “Tenemos que reflejar los cambios en el mundo actual, no porque alguien nos haya dicho que lo hagamos, sino porque realmente sentimos que tiene sentido”.

Todo lo anterior evidencia que aceptar todo tipo de opciones de talento en lugar de apegarse con rigidez a una inspiración histórica no afecta la narración ni el interés de la audiencia. De hecho, es muy probable que un elenco más diverso haya atraído a nuevas audiencias a estos polos de fantasía, haciéndolos más relevantes y accesibles para los espectadores que rara vez se han visto en el centro de historias de tal grandeza y escala épica.

Eso tiene sentido a nivel comercial: el gigante de la consultoría McKinsey and Company calcula que un Hollywood más incluyente podría generar $us 10.000 millones de ingresos anuales adicionales.

Y en lo que respecta a La casa del dragón, después de sentar un récord de audiencia en HBO para el estreno de una serie con 10 millones de espectadores en directo y luego superar ese número con su segundo episodio, ha sido renovada para una segunda temporada. Si su historia sigue evolucionando en esta dirección, podría hacerse realidad una fantasía que muchos de nosotros hemos tenido: que las mujeres y en general los aficionados no blancos puedan deleitarse con dragones e intrigas palaciegas sin sentirse agredidos en el proceso.

Jeff Yang es columnista de The New York Times.