El resultado de las elecciones en Brasil no fue el esperado, a pesar de estar dentro de lo previsto. Los datos de sondeos previos presentaban a Bolsonaro con mucho menor apoyo. Es posible que el error fuera planificado y respondía a la estrategia de mostrar un triunfo de los bolsonaristas, a pesar de su segundo puesto. Sin embargo, cualquiera sea el caso, es innegable el apoyo logrado por la extrema derecha, aún luego de una gestión de gobierno nefasta. Parece que el crecimiento de la derecha no responde a factores “materiales” o de gestión.

Veamos algunas cifras: Lula obtuvo 48,43% de los votos válidos. Se trata de la mayor votación lograda por un candidato en primera vuelta, 25 millones más en comparación a Haddad (candidato del PT en 2018). Su voto se concentró en el norte del país y el voto del exterior.

Bolsonaro quedó en el segundo lugar con el 43,20% de votos (2 millones más que en 2018). Logrando ser el segundo candidato más votado en primera vuelta de una elección presidencial. Ganó principalmente en estados del sur y en varias ciudades grandes (como Río de Janeiro y Sao Paulo).

La abstención fue de 20,95%. Cifra significativamente alta en un país donde el voto es obligatorio. Expresión del descreimiento y alejamiento de la política de una importante parte de la población. Paradójicamente, es el abstencionismo alentado por la derecha y a la vez cantera de la misma. Parecería que la derecha se apropió del discurso antisistema y de posibilidad de cambio.

El fortalecimiento de las tendencias de extrema derecha también se ve reflejada en la votación de diputados y senadores. El ‘bolsonarismo’ será minoría mayoritaria en ambas cámaras, con 99 diputados y 13 senadores. El PT de Lula, con 80 diputados y 9 senadores, se encuentra muy lejos de contar con el control del poder legislativo y no le será fácil construir alianzas. El Parlamento brasileño cuenta con 513 diputados y 81 senadores.

Un dato que muestra esa “derechización” del electorado lo encontramos en el diputado federal más votado de Brasil: Nikolas Ferreira (26 años), del partido de Bolsonaro; logró casi 1,5 millones de votos en el estado de Minas Gerais. Cantidad que triplica la votación más alta en dicho estado, del diputado del PT, Ananias, con 520.000 votos en 2002.

Muchas y polémicas figuras del ‘bolsonarismo’ lograron ser electas: la exministra de familia Damares Alves; el ministro de salud del periodo COVID, general Eduardo Pazuello; el exministro de Medio Ambiente Ricardo Salles; la exministra de Agricultura Tereza Cristina Corrêa da Costa Dias; el general exvicepresidente Hamilton Mourao, entre otros. También llama la atención la elección al Senado del exjuez y ministro de Bolsonaro, Sergio Moro, aunque con otro partido.

Ese panorama muestra la impronta conservadora que se fortaleció en Brasil. No por cinco años de una gestión positiva de Bolsonaro, sino más bien impulsada por la fortaleza de los sectores evangélicos de todo el país, sus medios de comunicación y un discurso basado en “intangibles” como la familia, lucha contra el comunismo, valores morales, la bandera, etc. Si Lula logra el triunfo el 30 de octubre, tendrá que lidiar con ese escenario, con una narrativa conservadora que hizo carne en la sociedad brasileña.

De cualquier manera, un triunfo de Bolsonaro sería el peor resultado no solo para Brasil, sino para toda la región. La sola posibilidad de ese escenario, tiene que llevarnos a reflexionar sobre las dificultades que enfrentamos y las debilidades de los procesos progresistas en la región. ¿Cuáles son los elementos que están en juego? ¿Cuál el imaginario que permite que grandes proporciones de población se dejen seducir por una narrativa conservadora?

Cuando hablamos de una crisis sistémica (energética, económica, ambiental, social), sintetizada como crisis civilizacional, ¿pensamos que el discurso y las narrativas se encuentran fuera de la crisis? ¿Que una crisis civilizacional no nos obliga también a replantearnos categorías, marcos de análisis, lenguaje y alternativas? La crisis de un modelo civilizacional, su caída, arrastra necesariamente a las narrativas que lo constituían, tanto las que lo apuntalaban como las que lo criticaban. Resulta imprescindible, para profundizar los procesos de cambio, reconectarnos con la sociedad en el aquí y ahora, con utopías del siglo XXI, no del siglo XVIII. Nos encontramos frente a amenazas concretas como el envenenamiento del planeta, el fin de la especie humana, las distopias hipertecnológicas, concentración absurda del poder y la riqueza, hambrunas y sequías. Se requiere dejar de lado las certezas de un mundo que ya no existe; desaprender las fórmulas simples y lineales; aventurarnos en un nuevo ciclo, siguiendo alternativas de otros modelos civilizacionales que aún persisten.

Jean Paul Guevara Ávila es demógrafo.