El rechazo tajante al gobierno reaccionario de Jair Bolsonaro que predecían las encuestas y deseaban millones de personas no llegó. Brasil está al borde del precipicio.

No todo fue negativo. En las elecciones presidenciales del domingo, Luiz Inácio Lula da Silva, el antiguo líder sindical de centroizquierda que gobernó con destreza a Brasil de 2003 a 2011, se llevó aproximadamente el 48% de los votos; fue un resultado satisfactorio, dentro del margen de error de las encuestas finales. Lo malo es que Bolsonaro superó las predicciones y se llevó el 43% de los votos, por lo que es probable que la segunda vuelta del 30 de octubre sea más cerrada de lo que se esperaba. Por si fuera poco, varios aliados y antiguos ministros del gabinete de Bolsonaro por todo el país lograron el mismo éxito en las elecciones locales.

Los resultados mostraron, sin lugar a dudas, que Bolsonaro no es ningún accidente de la historia. Podría haber sido posible restarle importancia a su sorpresiva victoria hace cuatro años, cuando llegó al poder gracias a un sentimiento antiizquierdista generalizado, y explicarla como mera suerte. Pero ya no. Detrás de sus vagas referencias a “Dios, patria y familia” hay un respaldo muy firme por todo el país y de una parte amplia y diversa de la sociedad. Independientemente del resultado que obtenga a finales de este mes, los espíritus que alborotó Bolsonaro y la política que cultivó no desaparecerán.

De hecho, la primera vuelta de las votaciones parece indicar que el proyecto político que se impuso en 2018 (en una palabra, el “bolsonarismo”) no solo sigue vigente, sino que puede crecer. Si pensamos en el desastroso manejo del COVID-19 por parte de Bolsonaro, sus constantes amenazas a la democracia brasileña y la serie de escándalos de corrupción en torno a él y su familia, el futuro luce sombrío.

Pero esto no es inexplicable. Aunque hay mucho que no sabemos (el censo, postergado debido a la pandemia y a un sabotaje institucional, tiene más de una década de retraso), algunas cosas son claras. A pesar de que Bolsonaro conservó su abrumadora ventaja en las áreas del oeste y el noroeste del país, el aspecto más sorprendente de las elecciones fue con cuánta claridad mantuvo las líneas establecidas de apoyo regional. En el sureste, un bastión tradicional de política conservadora, Bolsonaro prosperó. En el noreste, refugio del Partido de los Trabajadores, Da Silva sobresalió. El éxito de Bolsonaro ha consistido en mantener y ampliar la base de apoyo conservadora tradicional, convocándola en torno a sus amargas denuncias de los progresistas, el sistema de justicia, la prensa y las instituciones internacionales.

Sin embargo, con todo y esta gran demostración de dominio de Bolsonaro, el resultado más probable todavía es la victoria de Da Silva. Después de todo, el segundo lugar en la primera vuelta de las elecciones nunca en la historia ha ganado la segunda vuelta. Además, lo más probable es que los candidatos que terminaron en tercer y cuarto lugar, Simone Tebet, de centroderecha, y Ciro Gomes, de centroizquierda, apoyen a Da Silva. El gusto del expresidente por las actividades de campaña, evidente en un animado mensaje que escribió en Twitter en cuanto los resultados fueron claros, es otra ventaja. Cuatro semanas dedicadas a hacer campaña deberían sentarle bien.

El problema es que prolongar la campaña también podría ser peligroso. Los partidarios de Bolsonaro ya han estado envueltos en varios actos de violencia en contra de los seguidores de Da Silva. No sería inesperado que el “bolsonarismo”, movimiento arraigado en una retórica violenta, se cobre más vidas antes del 30 de octubre. Mientras tanto, gracias a su sorpresivo éxito, el presidente Bolsonaro tiene más tiempo y credibilidad para seguir adelante con sus planes en contra de la democracia brasileña.

Bolsonaro todavía debe librar varios obstáculos para hacerse con el poder. Pero acaba de superar uno muy importante.

Andre Pagliarini es historiador y columnista de The New York Times.