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Brasil: el error o la errática lectura de las encuestas

LA PIZARRA

¿Alguien utilizaría una cuchara para cortar la carne? Seguramente sí. Siempre se encuentra la excepción que confirma la regla. Pero el sentido común es otro: mejor un cuchillo para la carne y una cuchara para remover el azúcar.

Esta obviedad deberíamos aplicarla también para valorar las encuestas. Se las condena a la ligera como inservibles porque no estiman a la perfección un resultado electoral, cuando lo más jugoso de una encuesta es que nos ayude a realizar un buen diagnóstico sociológico, político y electoral.

Las encuestas son un insumo más. Complementario a otros. Jamás sustitutivo de nada. Y es inútil como atajo para analizar lo que pasa en un país. Tampoco son infalibles para estimar con precisión la intención de voto. Las encuestas no son una bola de cristal y todos quienes trabajamos con ellas lo sabemos. Y lo intentamos explicar, pero sin éxito. Aunque no será por no seguir intentándolo. Aquí va una vez más.

Las encuestas son muy útiles para detectar sentidos comunes. Clivajes ideológicos. Tensiones. Tendencias. Fidelidades y antipatías. Preocupaciones cotidianas. Marcos dominantes. Evaluaciones de política pública. Niveles de conocimiento sobre candidaturas. Posicionamientos coyunturales. Y mucho más. Esto es: en una encuesta existen muchas más preguntas y variables que se analizan conjuntamente, y nunca de manera aislada. Mucho menos la intención de voto.

Esta nutrida información nos ayuda a orientar la estrategia política-electoral, sin que esto signifique que cada decisión se tome en base a lo que nos arroja la encuesta. Porque de “seguir lo que marcan las encuestas” estaríamos haciendo otra cosa bien distinta, que nada tendría que ver con “hacer política”.

Definitivamente, las encuestas son muy útiles porque proporcionan un panorama complejo de una realidad compleja.

Reducirlas en su interpretación a la simplicidad de un dato, a un número exacto que nos facilita la estimación de voto de un candidato, es querer comer la carne con cuchara.

Esta lectura errática de las encuestas ignora que cada encuesta siempre publica su margen de error. Y esto no es un antojo estadístico. Significa que si, para el caso de Lula, había muchas encuestas que estimaban una intención de voto del 50%, lo que estaban realmente diciendo es que podría obtener entre 48% y 52%, que fue lo que finalmente sucedió.

Si seguimos con este último caso, el de Brasil en la última elección, también podemos observar que hay que considerar en cada encuesta: su tasa de no respuesta o rechazo. Es decir: para lograr entrevistar a 10 personas, en muchas situaciones hay que intentarlo con 100. La gente no siempre quiere responder, y menos en tiempos electorales. Esto sucede por muchas razones estudiadas, diferentes para cada país. Además, este parámetro varía según sea una encuesta telefónica IVR, telefónica CATI o presencial. Esta es una variable cada vez más determinante en la lectura de cada encuesta y que no se puede desconocer. Es muy probable que la subestimación de algunas encuestas respecto al voto logrado por Bolsonaro obedezca a este asunto.

Tampoco se puede desconocer que la mayoría de las encuestas termina días antes de la votación. Y, en consecuencia, es obvio que no pueden estimar lo que acontece en horas decisivas en cada elección. Esto es porque suele haber un porcentaje notable que se define al final, en las últimas 24 o 48 horas, sea porque duda, porque no lo tiene claro o porque optan por cambiar a última hora, resignificando la utilidad de su voto.

Son muchos los aspectos metodológicos que hay detrás de una encuesta. Desde su extensión, su muestra, sus ponderaciones, etc. Todos condicionan cada valor que se obtenga.

Es crucial saber interpretar los números asumiendo cada sesgo. De no hacerlo, sería como tomarse un medicamento sin conocer sus contraindicaciones.

Hay que mirar la totalidad de las que se publican y analizarlas integralmente. Esto venimos haciendo en CELAG y nos permite tener un mejor termómetro. Por ejemplo, al hacer un promedio quincenal de encuestas publicadas en Brasil, el último dato que teníamos era Lula con 44% sobre voto total y Bolsonaro, 36%. Estos datos deben ser proyectados a voto válido porque, de no hacerlo, se caería en otro error clásico a la hora de leer datos de encuestas. Solo se pueden comparar los valores que estén en una dimensión equivalente. Lo más riguroso es disponer todo en voto válido, y realizar comparaciones el día de la jornada electoral. Entonces, en el ejemplo que tenemos, el dato promedio quincenal para Lula sobre voto válido es 47,6% y Bolsonaro, 39,1%. O sea, cerca de lo real sin ser del todo preciso: el de Lula dentro del margen de error (sacó 48,43%); y el de Bolsonaro un par de puntos por encima de su extremo superior si consideramos su margen de error (sacó 43,2%).

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).