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Medidas para enfrentar la recesión

/ 10 de octubre de 2022 / 01:30

Ante la inflación en aumento, la estrategia de la Reserva Federal de Estados Unidos para intentar apaciguar la economía fue elevar las tasas de interés. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, se comprometió a hacer todo lo posible para lograr un “aterrizaje suave”; esto es, crear condiciones para que disminuya la demanda y bajen los precios, de manera que la economía no caiga en una recesión que deje a cientos de miles de personas sin trabajo. Pero la Reserva Federal no tiene un historial exitoso en ejecutar con éxito ese truco de magia en específico.

Desde los años 50, casi exactamente la mitad de las veces que ha aplicado medidas económicas agresivas para intentar reducir la inflación hemos terminado en una desaceleración económica. En una aparición ante el Congreso a finales del mes pasado, Powell admitió que una recesión “ciertamente es una posibilidad”.

“Una economía con crecimiento lento”, me dijo Wendy Edelberg, directora del proyecto Hamilton en el Instituto Brookings, “siempre corre el riesgo, en mi opinión, de llegar a una recesión. Lo cierto es que a cualquier economía le resulta difícil aplicar medidas restrictivas a la perfección y sin contratiempos”.

Incluso si la Reserva Federal lo logra, existen muchos otros riesgos económicos que podrían conducirnos a una recesión. El aumento en el gasto que impulsó un crecimiento económico rápido tras los cierres iniciales de actividades impuestos por la pandemia se debió a la demanda reprimida creada por la combinación de dos factores: los estadounidenses estaban en casa y recibían ayuda financiera del gobierno federal. Pero esos dos motores que impulsaron el crecimiento han perdido velocidad, por lo que también es probable que baje el gasto de consumo, como ya ha ocurrido con el gasto discrecional en respuesta a la inflación. Eso, sin considerar los riesgos derivados de la guerra en Ucrania y los enredos actuales en las cadenas de suministro.

En vista de todo lo que ocurre, es muy probable, o casi seguro, que Estados Unidos sufra una desaceleración económica en el futuro cercano. Por lo tanto, este es el momento de prepararnos para que menos personas sufran por este motivo. Y hay mucho que los legisladores pueden hacer si tienen voluntad política para actuar.

El seguro de desempleo quizá sea el programa en el que es más evidente la necesidad de cambios. El Congreso tomó medidas para apuntalar el programa al principio de la pandemia: en ese momento, amplió los criterios de elegibilidad para incluir a personas que por lo regular quedan excluidas, como los empleados de restaurantes que reciben propinas y los trabajadores de la economía bajo demanda, añadió semanas de prestaciones y aumentó el monto de las mismas 600 dólares por semana. Sin esas acciones de emergencia, lo más seguro es que muchos estadounidenses habrían recibido muy poco dinero durante unas cuantas semanas, o no habrían cumplido los requisitos para ser elegibles.

Aunque una respuesta adecuada en momentos de dificultades económicas no debería depender de la afiliación política del Congreso y la Casa Blanca, en este momento es así. Quizá los republicanos tenían motivos para respaldar las rondas iniciales de ayuda durante la crisis del COVID porque controlaban el Senado y la Casa Blanca, así que corrían el riesgo de que se les culpara si la respuesta era mala. Además, la naturaleza de la crisis era tan generalizada y urgente que los legisladores debieron actuar con rapidez. Sin embargo, desde que los republicanos dejaron el poder en 2021, se han negado a aprobar cualquier tipo de estímulo adicional. “Me preocupa que, con el Congreso tan dividido, en la siguiente recesión no logren ponerse de acuerdo”, dijo Rebecca Dixon, directora ejecutiva del Proyecto de Ley Nacional del Trabajo.

No obstante, no es difícil identificar las barreras para que actúe el Congreso. Una vez superada la crisis, es difícil lograr que los legisladores concentren su limitado rango de atención en la mejora de sistemas para tenerlos listos antes de la siguiente crisis. Las mejoras aplicadas al seguro de desempleo al principio de la pandemia, por ejemplo, ya no operan, y las propuestas para reformar el sistema ni siquiera quedaron incluidas en el paquete Build Back Better, que a fin de cuentas no se aprobó.

Es posible que a los legisladores les guste tener la oportunidad de actuar con rapidez durante temporadas difíciles y votar a favor de hacer cambios, de tal forma que demuestren su capacidad de respuesta, oportunidad que no tendrían en tantos casos si nuestros sistemas estuvieran listos para responder por su cuenta.

“El Congreso quiere que los ciudadanos vean cómo resuelve todos los problemas”, dijo Dixon. “Pero cada vez corremos un mayor riesgo de que no logren ponerse de acuerdo en cuanto a las medidas concretas para hacerlo, y quienes pagarán el precio serán los trabajadores”.

Bryce Covert es columnista de The New York Times.

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Pandemia y refuerzo

/ 11 de noviembre de 2022 / 00:55

El Buen Samaritano, un ministerio episcopal de Texas, presta sus servicios a la comunidad en el lado este de Austin, el más pobre de la ciudad, dividida por la Interestatal 35. Allí hay menos servicios públicos, y muchos barrios no tienen un centro de salud. La población se compone principalmente de personas de color y la lengua materna de muchas de ellas es el español. Es un tipo de población con bajas tasas de vacunación contra el COVID-19.

Sin embargo, El Buen Samaritano ha podido demostrar que, dentro de lo que cabe en Austin, el problema no es el temor a la vacuna en sí. “Todo tiene que ver con el acceso”, me dijo Luis García, director de tecnología y analítica de El Buen Samaritano. Su banco de alimentos recibe unas 200 visitas cada día de apertura, y muchas familias vuelven una semana tras otra. Cada vez que van a por alimentos, el personal de El Buen Samaritano tiene la oportunidad de hablar con ellos sobre la vacuna; García les habla en español mientras les entrega bolsas de comida y sandías. La organización también hace difusión en las redes sociales, ha hecho anuncios de radio en español y ha puesto carteles en otros bancos de alimentos.

Cada mes, El Buen Samaritano organiza un día de vacunación. En otros lugares pueden pedir un documento de identidad o una póliza médica, y suelen funcionar con cita previa, lo que requiere acceso a internet y a menudo una computadora, cosas que muchas veces no tienen en esta comunidad. El Buen Samaritano los vacuna sobre la marcha, sin hacer preguntas.

Para alrededor del 20% de los que acuden a vacunarse, todavía es su primera dosis, pero El Buen Samaritano también está administrando las nuevas dosis de refuerzo que protegen contra las variantes de la Ómicron y vacunando a los niños de seis meses o más. Lo que está haciendo El Buen Samaritano “demuestra que el problema no es la indecisión”, dijo García. “Lo que demuestra es que no pudieron hacerlo antes”. Sin embargo, esta vez nos estamos esforzando todavía menos por administrar estas fantásticas dosis a los menos favorecidos. Los demócratas recortaron los fondos para el COVID-19 de un paquete de gasto de marzo en respuesta a la oposición de los republicanos, y la actual falta de recursos financieros se traduce en que hay menos medios para conseguir que las vacunas tengan un mayor alcance y que la gente pueda acceder a ellas de forma fácil y asequible. Eso conlleva menos puntos de vacunación, menos alcance y, desde luego, menos soluciones creativas para generar conciencia y aumentar el acceso a las vacunas.

Se debería recuperar y reproducir el modelo de distribución de vacunas contra el COVID-19 anterior, y hacer que las vacunas y el asesoramiento sobre cómo obtenerlas sean gratuitos. También necesitamos un mejor sistema para dar mayor salida a las vacunas. El gobierno debería financiar campañas de vacunación móviles a largo plazo y dotarlas de personal, no solo para las vacunas contra el COVID-19, sino también para otras, sean rutinarias o de urgencia.

A veces hay intervenciones eficaces que no son tan complicadas. El evento “Vacunación para una vuelta sana al colegio” se celebró en un centro deportivo de Boston un sábado de mediados de septiembre. Las personas que se vacunaron recibieron tarjetas de regalo Visa por valor de $us 75 y material escolar para el nuevo curso. La familia de Dorothy Stringer destinó ese dinero a la compra de alimentos en estos momentos de alta inflación. Ese día se vacunaron más de 600 personas. Cuando la ciudad celebró un segundo evento en octubre, se vacunaron 780 personas.

Sin embargo, esas iniciativas ya son escasas y esporádicas. “Podemos hacerlo mucho mejor, y, sí, hace falta cierta estandarización e inversión”, dijo Julia Raifman, profesora adjunta de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Boston. “Pero eso hace una sociedad más habitable para todos, y ¿acaso no es esa la función del gobierno?”.

Bryce Covert es columnista de The New York Times.

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