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Wednesday 22 Mar 2023 | Actualizado a 06:32 AM

Desglobalización y estanflación

/ 19 de octubre de 2022 / 01:08

Es difícil comprender el viraje brusco de la prédica de la globalización entendida, según el FMI, como la interdependencia económica creciente del conjunto de países del mundo, provocada por el aumento del volumen y la variedad de las transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como de los flujos internacionales de capitales, al mismo tiempo que la difusión acelerada de tecnología.

Resulta que ahora interdependencia es mala palabra, Alemania jamás debía haber aceptado un gaseoducto con los rusos, según Paul Krugman, por razones de seguridad nacional (La Razón, 30 de agosto). Por su parte, Biden esta con su política de fortalecer sus cadenas de suministro y contrarrestar a China con su Chip and Science Act habiendo prohibido a Intel empezar a producir microchips en la ciudad china de Chengdu para hacer frente a la escasez mundial. Por otra parte, las sanciones comerciales y financieras no solo son aplicadas a Rusia, sino que afectan a terceros países y empresas relacionadas con un impacto impredecible en la economía global. Anne Kruger, en Project Syndicate, había advertido que “antes de endurecer aún más las sanciones o imponerlas indefinidamente, las potencias occidentales deberían considerar los riesgos más amplios para la economía global y el comercio internacional y el sistema financiero”. No le hicieron caso y lo peor es que el rublo es la moneda más apreciada en el mundo.

¿En qué quedó entonces el discurso de la globalización? Si hay una nueva narrativa deberían avisarnos a los países dependientes, para que cambiemos los manuales de economía y las recetas del FMI, puesto que la guinda de la globalización era que abriéndonos al mundo tendríamos un mayor acceso a bienes, servicios y tecnología y a un menor precio que produciendo localmente o comprando a un país vecino. Así, la inflación bajaría y aumentaría el crecimiento económico en el mundo globalizado.

El problemita es que estamos en tránsito a una desglobalización, inicialmente, como resultado del COVID-19, que interrumpió las cadenas globales de suministro, pero que ahora está siendo inducida por disputas geopolíticas con la guerra de Ucrania y las sanciones de los aliados y la guerra de chips de EEUU contra China.

De esta manera, antes se hablaba en la jerga de la globalización del offshoring o deslocalización, con el fin de incentivar a todas las empresas a trasladarse a cualquier país con el fin de minimizar sus costos y maximizar sus beneficios globales. En cambio, ahora se sustituyó la sílaba off por on shoring, que significa relocalización, que obliga a las empresas a dejar los territorios enemigos y trasladarse a territorios amigos (friendshoring o suministro amigo), reconfigurando así geopolíticamente las cadenas de suministro globales.

Michael Spence, en Project Syndicate, advierte que se está llevando a cabo un proceso de diversificación geopolítica, ya que atrás quedaron los días en que estas cadenas se construían sobre la base del costo, la eficiencia a corto plazo y la ventaja comparativa y que ahora predomina el criterio de seguridad nacional siendo, por tanto, claramente inflacionarias, puesto que se alejan explícitamente de las cadenas de suministro de las fuentes de menor costo (países enemigos) para abastecerse de fuentes más caras (países amigos) apartándose del libre movimiento global de las mercancías, servicios y capitales.

Y aquí entra la estanflación. Los países del Área del Euro están en una inflación del 10% y los EEUU la están bordeando, con una inflación a septiembre de 8,2% interanual, la más alta desde 1982. De esta manera, por más que aceleren los bancos centrales el aumento de la tasa de interés no se desacelerará la inflación, porque está relacionada con shocks de oferta como la ruptura de los canales de suministros global, el aumento de los costos marítimos, el alza de los precios del petróleo y los alimentos, que escapan del control de las autoridades monetarias.

Estamos, por tanto, atravesando una etapa de transición en la configuración mundial con rumbo a una desglobalización y entrando a una globalización dual entre países amigos y enemigos: ¿Dónde nos alineamos o nos alinean a los países latinoamericanos?

Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista.

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¿Mini crisis bancaria global?

/ 22 de marzo de 2023 / 01:01

A principios de 2023, en mi artículo de opinión en LA RAZÓN ¿Recesión con crisis financiera?, había concluido que “estamos en un contexto de alta incertidumbre mundial, de tal manera que cualquier evento relevante, como el caso de las viviendas o las tecnológicas, o la crisis de las criptomonedas, etc., puede gatillar una crisis financiera que vaya junto de la mano a una estanflación. Habrá que tocar madera para que no se dé este escenario y el aterrizaje sea suave.”

Los acontecimientos recientes parecen indicar que no tocamos madera en forma suficiente, dado el brote de una mini crisis bancaria que se gatilló con la caída del Silicon Valley Bank (SBV), uno de los principales prestamistas de las empresas tecnológicas estadounidenses, el 16º banco en el ranking de EEUU y el primer banco grande en desplomarse después de la gran crisis financiera de 2008, que desató una clásica corrida bancaria.

La respuesta del Gobierno de EEUU fue inmediata, el banco fue intervenido y se salvó solo a los depositantes y no a los inversores y tenedores de acciones, pero seguidamente se dio el repentino cierre del Signature Bank de Nueva York, que hizo que el presidente Biden salga el lunes 13 para decir que Estados Unidos hará “lo que sea necesario” para apuntalar el sistema bancario y que “todos los estadounidenses deben sentirse seguros de que sus depósitos estarán allí cuando los necesiten”.

La reacción de los mercados financieros ante el colapso de un banco especializado como el SVB en prestar a las empresas start up tecnológicas y del Signature Bank, que tenía muchos clientes involucrados en criptografía, es solo una muestra o experiencia piloto de una corrida bancaria y lo que podría suceder si la incertidumbre financiera continúa y, en especial, los bancos centrales rescatistas, como la Reserva Federal (Fed) bajo la presidencia de Jeromy Powell, le echan más combustible a la estanflación aumentando aún más sus tasas de interés.

Recordemos, como dijo Stiglitz recientemente en Project Syndicate, que: “Powell formó parte del equipo regulador del expresidente Donald Trump que trabajó para debilitar las regulaciones bancarias Dodd-Frank promulgadas después de la crisis financiera de 2008, con el fin de liberar a los bancos ‘más pequeños’ de los estándares aplicados a los bancos más grandes y sistémicamente importantes.” Así, la ley fue modificada y actualmente solo se aplica a los bancos que tienen activos de más de $us 250.000 millones, y no a los más pequeños, por lo que el SVB no estaba sometido a las mismas reglas que los bancos más grandes.

El problema no está tanto en el detonante inicial o gatillador de la crisis sino en el contexto de altas perturbaciones financieras que puede asemejarse a un polvorín. Así, la corrida bancaria no pareció contenerse, en cambio se fue amplificando al sumarse la caída de las acciones del Credite Suisse, banco suizo pero que ya estaba en problemas desde el año pasado, después de que su principal accionista descartara seguir invirtiendo y aportando con liquidez al banco.

Sin embargo, el banco central suizo y el regulador financiero (FINMA) dieron el apoyo al Credit Suisse AG que dijo que tomará prestados hasta $us 54.000 millones, pero al final UBS, su rival, acabó comprándole.

También se dio el rescate del First Republic Bank cuando los mayores bancos de EEUU acordaron un plan para depositar unos $us 30.000 millones en dicho banco, en un esfuerzo orquestado por el Gobierno estadounidense para estabilizar al prestamista.

Si bien el Gobierno de EEUU actuó oportunamente, el problema está en la reacción de los principales bancos centrales. El Banco Central Europeo (BCE), en medio de la perturbación financiera, ya elevó su tasa de interés de referencia del 3% al 3,5% y ahora el dilema de subir o no subir le tocará al Fed en la reunión del 21 de marzo, cuando decida si continúa con los incrementos en su tasa de interés o prefiere congelar su tasa en 4,75%.

Lo que ha mostrado esta minicrisis bancaria es la preocupación de la calidad crediticia del sistema financiero a medida que aumentan las tasas de interés en un contexto de turbulencias financieras y la estanflación, por lo que no es tan simple la consigna de subir la tasa de interés a toda costa.

Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista.

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Los efectos de la guerra y las opciones de política

/ 8 de marzo de 2023 / 01:50

Cuando se analizan los efectos de la guerra y su impacto en la economía boliviana es bueno precisar previamente que la economía global atraviesa por una conjunción de tres crisis; la inicial con el COVID-19 y sus prolongaciones en China que dislocaron las cadenas de suministro mundiales, aumentaron los costos de envío, contrajeron la oferta de suministros y generaron medidas de expansión fiscal para contrarrestar sus efectos negativos en las empresas y en la gente. El producto global cayó en 3,2% y cuando la actividad económica mundial se estaba recuperando, puesto que en 2021 creció un 5,9%, vino un segundo sacudón en febrero de 2022, hace un año, con la invasión de Rusia a Ucrania, el apoyo directo de los “aliados” y especialmente la proliferación de sanciones comerciales y financieras que generaron una nueva dislocación económica ahora en función de los intereses geopolíticos y económicos en juego.

La torta de la cereza la pusieron los Bancos Centrales de los países avanzados al subir simultáneamente sus tasas de interés ante el aumento de la inflación, la cual de 3,1% en 2021 trepó a un 7,3% en 2022, y que llegó en el caso de Europa a los dos dígitos al superar el 10% en los dos últimos trimestres de 2022.

La “normalización financiera” que reclamaba el FMI en realidad fue un descoordinado endurecimiento de las condiciones financieras que, junto con la revaluación del dólar, incentivó en los países en desarrollo salidas de capitales de corto plazo, depreciaciones cambiarias, caída de las Reservas Internacionales y aumento del spread de los bonos de la deuda.

El impacto más notorio en la economía boliviana de esta pluricrisis fue en el desequilibrio del sector externo, el cual se puede enfrentar con mayor endeudamiento externo, modificación del tipo de cambio y con uso de las Reservas Internacionales Netas (RIN). Bolivia optó por las RIN, las cuales, en enero de 2020, antes de la primera crisis, eran de $us 6.374 millones y que, a enero de 2023, como resultado de la pluricrisis, cayeron a 3.616 millones, mostrando una pérdida acumulada de $us 2.758 millones.

Frente al desequilibrio en el sector externo por factores no controlados, el país podría recurrir a las instituciones financieras internacionales creadas expresamente para financiar desequilibrios de balanza de pagos, como el FMI y el FLAR, del cual Bolivia forma parte y es miembro activo con derechos y obligaciones.

En el caso del FMI, dentro de la diversidad de líneas de financiamiento o facilidades financieras, está la Línea de Crédito Flexible (LCF) creada el 24 de marzo de 2009 como parte de una profunda reforma de los mecanismos de préstamo del FMI, la cual “permite a los países beneficiarios utilizar la línea de crédito en cualquier momento para hacer frente de manera flexible a necesidades de balanza de pagos reales y potenciales. Los giros en el marco de la LCF no se escalonan ni están sujetos a condicionalidad ex-post, como ocurre con los programas ordinarios del FMI”.

El año pasado, el FMI aprobó un acuerdo de dos años para Chile de Boric en el marco de la Línea de Crédito Flexible (LCF) por un monto de DEG 13.954 millones ($us 18.500 millones; equivalente al 800% de su cuota). Que “reforzará temporalmente los buffers precautorios para Chile y brindará un seguro importante frente a una amplia gama de riesgos, como los derivados de una posible desaceleración brusca de la economía mundial, choques de precios de las materias primas, las repercusiones de la guerra de Rusia en Ucrania, o un continuo endurecimiento de las condiciones financieras internacionales”.

La cuota de Bolivia en el FMI es de 240,1 de Derechos Especiales de Giro (DEG), equivalentes a $us 320 millones, por lo que un monto similar a 800% de la cuota seria de $us 2.400 millones, cercana a la pérdida de RIN asociada a los shocks externos producto de la pluricrisis.

La LCF la utilizan Chile, Perú, Colombia y México, que no son neoliberales.

Eso sí, se requiere reconocer el problema (que ya es parte del 50% de la solución), romper el velo ideológico y utilizar los mecanismos disponibles en función de los intereses del país.

* Esta es una versión corta del artículo que salió erróneamente en el suplemento El Financiero del domingo 5 de marzo bajo el nombre de Pablo Deheza y bajo el titulo “Los efectos de la guerra y la política”.

Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista.

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Los efectos de la guerra y opciones de medidas

Los bancos centrales de los países con las economías más grandes subieron sus tasas de interés en el intento de controlar las presiones inflacionarias.

/ 5 de marzo de 2023 / 07:40

ECONOMÍA

La economía global atraviesa por una pluricrisis que inició con el COVID-19 y sus consecuencias en China que afectaron a todo el mundo, seguida por la guerra de Rusia en Ucrania, la cual provocó inflación y, consecuentemente, la subida de tasas de interés.

Cuando se analizan los efectos de la guerra y su impacto en la economía boliviana es bueno precisar previamente que la economía global atraviesa por una conjunción de tres crisis; la inicial con el COVID-19 y sus prolongaciones en China que dislocaron las cadenas de suministro mundiales, aumentaron los costos de envío, contrajeron la oferta de suministros y generaron medidas de expansión fiscal para contrarrestar sus efectos negativos en las empresas y en la gente. El producto global cayó en 3,2% y cuando la actividad económica mundial se estaba recuperando, puesto que en 2021 creció un 5,9%, vino un segundo sacudón en febrero de 2022, hace un año, con la invasión de Rusia a Ucrania, el apoyo directo de los “Aliados” y especialmente la proliferación de sanciones comerciales y financieras que generaron una nueva dislocación económica ahora en función de los intereses geopolíticos y económicos en juego.

La torta de la cereza la pusieron los bancos centrales de los países avanzados al subir simultáneamente sus tasas de interés ante el aumento de la inflación, la cual de 3,1% en 2021 trepó a un 7,3% en 2022, y que llegó en el caso de Europa a los dos dígitos al superar el 10% en los dos últimos trimestres de 2022.

La mala lectura de los bancos centrales —como señaló Dani Rodrik— aceleró la desaceleración económica hasta llegar a una situación de estancamiento y en algunos países de recesión e, incluso, avivó el aumento de precios de bienes y servicios distintos a los combustibles y alimentos. La mala lectura no entendió que el aumento de la inflación estaba asociado al efecto diferido del aumento de los costos de envíos mundiales (que se estiman hasta 18 meses), al aumento del precio de los alimentos y de los combustibles (que también tienen efectos de dos meses) asociado a la Guerra de Ucrania y a la provocada dislocación geoeconómica que alteró las cadenas mundiales de suministro. Es decir, como concluyó Roubini: “Más guerra significa más inflación”.

La “normalización financiera” que reclamaba el FMI en realidad fue un descoordinado endurecimiento de las condiciones financieras que, junto con la revaluación del dólar, incentivó en los países en desarrollo salidas de capitales de corto plazo, depreciaciones cambiarias, caída de las Reservas Internacionales y aumento del spread de los bonos de la deuda.

El impacto más notorio en la economía boliviana de esta pluricrisis fue en el desequilibrio del sector externo, el cual se puede enfrentar con mayor endeudamiento externo, modificación del tipo de cambio y con uso de las Reservas Internacionales Netas (RIN). Bolivia optó por las RIN, las cuales, en enero de 2020, antes de la primera crisis, eran de $us 6.374 millones y que, a enero de 2023, como resultado de la pluricrisis, cayó a 3.616 millones, mostrando una pérdida acumulada de $us 2.758 millones.

Frente al desequilibrio en el sector externo por factores no controlados, el país podría recurrir a las instituciones financieras internacionales creadas expresamente para financiar desequilibrios de balanza de pagos, como el FMI y el FLAR del cual Bolivia forma parte y es miembro activo con derechos y obligaciones.

En el caso del FMI, dentro de la diversidad de líneas de financiamiento o facilidades financieras, como los casos de la emergencia del COVID (Instrumento de Financiamiento Rápido para combatir la pandemia de COVID-19), la crisis alimentaria mundial, la Línea de Liquidez de Corto Plazo e incluso para implementar políticas climáticas sólidas, contempla la Línea de Crédito Flexible (LCF) creada el 24 de marzo de 2009 como parte de una profunda reforma de los mecanismos de préstamo del FMI (véase su sitio web), la cual “permite a los países beneficiarios utilizar la línea de crédito en cualquier momento, y está concebida para hacer frente de manera flexible a necesidades de balanza de pagos reales y potenciales. Los giros en el marco de la LCF no se escalonan ni están sujetos a condicionalidad expost, como ocurre con los programas ordinarios del FMI”.

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El año pasado, el FMI aprobó un acuerdo de dos años para Chile de Boric en el marco de la Línea de Crédito Flexible (LCF) por un monto de Derechos Especiales de Giro (DEG) 13.954 millones (aproximadamente $us 18.500 millones; equivalente al 800% de su cuota). La LCF “reforzará temporalmente los buffers precautorios para Chile y brindará un seguro importante frente a una amplia gama de riesgos, como los derivados de una posible desaceleración brusca de la economía mundial, choques de precios de las materias primas, las repercusiones de la guerra de Rusia en Ucrania, o un continuo endurecimiento de las condiciones financieras internacionales”. Es decir, los efectos de la pluricrisis.

La cuota de Bolivia en el FMI es de 240,1 de DEG, equivalentes a $us 320 millones, por lo que un monto similar a 800% de la cuota sería de $us 2.400 millones cercana a la pérdida de RIN asociada a los shocks externos producto de la pluricrisis. La LCF, actualmente, la utilizan Chile, Perú, Colombia y México en la región, países a los que no podríamos tacharles de neoliberales.

En síntesis, existe un mecanismo financiero para hacer frente a los impactos de esta pluricrisis que está afectando a nuestro país y cuya duración no se sabe ni se tiene certeza. Lo único que se requiere es reconocer el problema (que ya es parte del 50% de la solución), romper el velo ideológico y utilizar los mecanismos existentes en función de los intereses del país.

*El artículo se publicó erróneamente el domingo 5 de marzo bajo el nombre de Pablo Deheza y el titulo “Los efectos de la guerra y la política”.

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Estanflación en la Unión Europea

Hemos pasado de una multipolaridad con un papel relevante de Europa, a una bipolaridad militar entre EEUU y China.

/ 22 de febrero de 2023 / 01:16

El último informe de la Comisión Europea sobre las Perspectivas Económicas Europeas, invierno de 2023, concluye que la economía de la UE evitará la recesión, pero persisten los vientos en contra, señalando que “la economía de la UE está preparada para escapar por poco de la recesión que se dibujó en otoño, pero que las presiones inflacionarias siguen ampliándose».

El informe técnico tiene cierta dosis de optimismo, pero sus datos son claros y elocuentes. Estrictamente, prevé que la Unión Europea (UE) crecería en 2023 en 0,8% y el Área del Euro (AE) en 0,9%, lo que muestra que estaría en una situación de estancamiento, que es cuando la economía, expresada a través del PIB, crece a un ritmo muy lento, casi nulo, o no crece, justamente lo que pasaría en Europa. Cuando una economía está estancada no aumentan el empleo ni los salarios y, especialmente, no crece la inversión. Por tanto, lo que prevé el informe es que se escaparían de la recesión, pero para caer en el estancamiento.

Respecto a la inflación, el tono del informe es muy cauto, sobre todo por la persistencia de la inflación subyacente, que no toma en cuenta los precios de combustibles y alimentos, aunque sus proyecciones muestran una inflación que podríamos decir moderada, por debajo del 10% que registró en el cuarto trimestre de 2022, para bajar en 2023 al 6,4% en la UE y al 5,4% en el AE, con la esperanza de que en 2024 se acerque a la cifra mágica de la meta de inflación en torno al 2%-3%. Por tanto, entraría a una situación de estancamiento con inflación que no reconoce explícitamente el informe.

Solamente, proyecta que Suecia sería el país con una tasa de crecimiento del PIB del -0,1% que entraría en recesión en 2023. Sin embargo, si analizamos las proyecciones trimestrales para ver si hay recesión técnica, entendida como dos trimestres consecutivos de tasas negativas de crecimiento del PIB, encontramos que dos países del Área del Euro, Austria y Alemania, que ya habían registrado tasas negativas de 0,7% y 0,2%, respectivamente en el cuarto trimestre de 2022, entrarían en recesión técnica el primer trimestre de 2023 al proyectar tasas negativas de crecimiento del 0,2%. Igualmente, dos países de la UE los acompañarían en la recesión, Suecia y Dinamarca, al preverse la misma situación.

Por tanto, la economía europea está pagando los costos de la guerra con estancamiento e inflación, mientras que la economía de EEUU parece que todavía va bien.

El panorama europeo no es alentador en un contexto de manifestaciones sociales y paros laborales, así como “la detención e imputación de cuatro personas relacionadas con una investigación anticorrupción que implica a miembros del Parlamento Europeo y a un Estado del Golfo”, en que está involucrada una de las vicepresidentas del Parlamento Europeo, según Euro News.

Así, la imagen que se tenía de la Unión Europea se fue desvaneciendo sobre todo con su papel tan subordinado a la geopolítica de Estados Unidos en el conflicto de Rusia con Ucrania, metiéndose en problemas internos de los países en desarrollo y, sobre todo, olvidándose del sueño europeo que empezó, en plena guerra fría, con la creación de la Comunidad del Carbón y el Acero (CECA) (Tratado de París de 1951), que consistía en que al someter las dos producciones indispensables de la industria armamentística a una única autoridad, los países que participaran en esta organización encontrarían una gran dificultad en el caso de querer iniciar una guerra entre ellos.

La CECA fue decisiva para la historia de la integración europea, ya que fue el laboratorio de la Comunidad Europea (creada con el Tratado de Roma de 1957) y la “semilla” de la actual Unión Europea (Tratado de Maastricht en 1992), que además tenía entre sus objetivos fundacionales, la creación progresiva de una política común de defensa que podría conducir a la creación de una defensa común, objetivo actualmente olvidado y encomendado de facto a los Estados Unidos.

Así, hemos pasado de una multipolaridad con un papel relevante de Europa, a una bipolaridad militar entre EEUU y China, a un papel subsidiario de Europa, a potenciar militarmente a Ucrania y a una fragmentación geopolítica y económica mundial.

Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista.

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¿Hacia una moneda común?

/ 8 de febrero de 2023 / 02:25

La Integración Latinoamericana tiene mucho de utopía y también de sombras, puesto que en la práctica solo se registraron avances en la esfera comercial a través de tratados de libre comercio, como la ALALC y ALADI, y acuerdos incompletos de Unión Aduanera como el Pacto Andino y el Mercosur.

El proyecto de integración Unasur, que nació en 2008 con el objetivo de “construir una identidad y ciudadanía suramericana y desarrollar un espacio regional integrado”, quedó frustrado por discrepancias ideológicas que dieron lugar en 2019 a Prosur, nuevo proyecto liderado por Chile, Colombia y Perú que también fracasó.

En esta integración por ideologías sigue vigente la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos o ALBA-TCP, fundada en 2004 y conformada por Nicaragua, Bolivia y Venezuela, Honduras (salió en 2009) y Ecuador (salió en 2018) y países del Caribe junto con Cuba.

En este contexto llamó la atención que, en el marco de la VII Cumbre del CELAC, que es el mecanismo intergubernamental de integración, diálogo y concertación política, se produjo el anuncio de una moneda común entre Brasil y Argentina, aunque los ministros de Finanzas de ambos países aclararon que están pensando en “medios de pago comunes” que no reemplazarían a sus propias monedas nacionales. No obstante, el anuncio fue muy criticado y tomado como una propuesta de Unión Monetaria, como en el caso del premio Nobel de economía Paul Krugman que según Bloomberg: “dice que la moneda común de Argentina y Brasil es una pésima idea”.

Así, se desató todo un barullo, por lo cual sugiero que para contribuir al debate o al alboroto es necesario no confundir entre dos cosas distintas: una moneda común o unión monetaria, como el Área del Euro, y otra, la de facilitar un sistema de pagos recíprocos del comercio entre dos países.

Respecto a facilitar los pagos recíprocos en el comercio bilateral o regional nos remontamos a la ALALC cuando, ante la escasez de divisas y dificultades de balanza de pagos que afectaban el comercio latinoamericano, en 1965 se firmó el acuerdo que creó el Sistema de Compensación Multilateral de Pagos y Créditos Recíprocos (Acuerdo de México), en 1969 se amplió con el llamado Acuerdo de Santo Domingo y, finalmente, el Convenio de Pagos se sustituyó el 25 de agosto de 1982 en el marco del Consejo para Asuntos Financieros y Monetarios de ALADI.

Paradójicamente, según ALADI, “a partir del 15 de abril de 2019, el Banco Central do Brasil dejó de ser miembro del Convenio de Pagos”, por lo que actualmente no estaría facilitando los pagos recíprocos ni con Argentina ni con el resto de la región.

Otro proyecto de compensación de pagos nació el 27 de enero de 2010 cuando entró en vigencia el SUCRE (Sistema Unitario de Compensación Regional) adoptado por Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador y Nicaragua, pero que tuvo una vida corta al ser Ecuador el país que más utilizó hasta que se salió en 2018 del ALBA.

En cambio, si se trata de una moneda común habría que remontarnos a la propuesta del presidente Belaúnde del Perú de la creación del Peso Andino, pero que terminó en diciembre de 1984 con la puesta en marcha de un sistema de crédito multilateral, administrado y garantizado por el Fondo Andino de Reservas. Así, el FAR emitiría “pesos andinos” hasta por una suma equivalente a $us 80 millones, y los repartiría entre los países miembros, en proporción a sus aportes al Fondo. Los países podían usar el peso andino para pagar los saldos que resulten a su cargo en el comercio con los otros países miembros. Era pues un sistema de crédito multilateral, con una unidad de cuenta, el Peso Andino.

La moneda andina quedó en la memoria de la integración y el FAR se convirtió en el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR), con el objetivo de apoyar a los países miembros frente a desequilibrios transitorios de balanza de pagos.

Por tanto, con base en lo analizado pareciera que la propuesta de Lula cabría más dentro de la vieja idea de promover un sistema de pagos recíprocos para promover el comercio bilateral, puesto que a estas alturas de la integración hablar de una fase superior, como es una unidad monetaria, sería una utopía.

Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista.

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