Voces

Sunday 13 Oct 2024 | Actualizado a 22:21 PM

En octubre

/ 20 de octubre de 2022 / 01:07

A los 19 años de la masacre de 2003 en El Alto, debemos refrescar la memoria, para que los muertos, los heridos no se queden en el olvido, para que los jóvenes conozcan la historia. Fueron días de rebeldía, de reclamo, de dignidad que pretendieron ser acallados con balas, sembrando temor, pero mujeres y hombres alteños no estaban dispuestos a enterrar a sus muertos o curar a sus heridos sin señalar a los culpables y exigir justicia, por eso bloquearon, marcharon, hicieron vigilias hasta que Gonzalo Sánchez de Lozada renunciara. La fuerza de la gente se dejó sentir, sumó el grito de renuncia en todo el país y lo consiguió.

Quienes ahora gozan de gas domiciliario, con tarifas realmente bajas, deben saber que en octubre de 2003 se luchó por que el gas sea para los bolivianos y se comience a construir la red domiciliaria. Por supuesto que esta es una parte, la más visible, porque en el fondo estaba la lucha contra la exclusión, el racismo, la inequidad en el reparto de la riqueza, la tranca de avance de indígenas y clases populares de las ciudades hacia su plena participación como ciudadanos bolivianos en la toma de decisiones del conjunto de la vida del país.

Ese reclamo por la participación ciudadana de los excluidos, se estaba gestando desde antes de febrero de 2003, se volvió una voz fuerte en octubre y luego quedó patentizada con el voto en contra a los partidos tradicionales, a sus líderes tradicionales y el impronte de apellidos indígenas en todas las esferas institucionales públicas y privadas. Esto es lo irreversible, lo que no se puede detener. Este cambio no depende de Evo Morales, ni siquiera del MAS, no depende de un partido político, es el empoderamiento del indigenismo rural y urbano que está orgulloso de su idioma, de su cultura y que está decidido a manejar el poder desde donde esté, con sus reglas, con tropiezos, sin temor a los errores, porque son sus errores.

Las clases medias, en la definición clásica de media urbana occidental, han sido cooptadas por unas clases medias emergentes de origen indígena empoderadas en su cultura y en su conciencia de mayoría poblacional. Estas clases medias tradicionales acostumbradas a vivir de un salario quedaron empobrecidas económicamente, esto las deja en su lucha cotidiana por la sobrevivencia, mientras que las clases medias emergentes han encontrado fuentes de ingresos prometedoras, sobre todo en el impulso de la micro y la pequeña empresa.

Las clases altas occidentales están en retirada culturalmente, relegadas económicamente y en extinción políticamente. Ya no encuentran su lugar, se sienten incómodas con el arribo de culturas indígenas que están fuera de sus patrones eurocentristas. La forma de llevar adelante la economía se les escapa de las manos porque les cambiaron las reglas de juego donde tenían todas las de ganar. En cuanto a la política, está claro que perdieron base social que sostenga y lleve adelante una propuesta para manejar el poder. Esos son los cambios después de octubre de 2003.

Lucía Sauma es periodista.

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¿Presidente o presidenta?

/ 3 de octubre de 2024 / 06:03

A propósito de la posesión de Claudia Sheinbaum en la presidencia de México, los días previos a la ceremonia realizada el 1 de octubre, en varios espacios sea de redes sociales o en círculos públicos se abrió el debate acerca de cómo deberían denominarla si presidente o presidenta.

Los defensores del idioma español afirman que se debe decir presidente, porque todas las palabras terminadas en el sufijo ente son neutras, o sea, no son ni masculinas ni femeninas, e incluso citan los ejemplos asegurando que son muchos y sobran: ”gerente, inteligente, teniente, prudente, paciente, exigente, etc., etc., etc.”. Del mismo modo, muchas palabras terminadas en a se refieren al masculino, ejemplos: futbolista, pianista, tenista, periodista, etc., etc.”, los argumentos son válidos y están realmente respaldados en las reglas gramaticales del español, no hay dudas.

El bando que defiende el uso de presidenta para denominar a Claudia Sheinbaum o a cualquiera de las 28 mujeres en ejercicio de poder en el mundo, dicen que al ser el idioma una construcción social que transmite valores sociales, que invisibiliza o visibiliza que estereotipa, que construye identidades, en la actualidad juega un papel preponderante para desarrollar igualdad. El idioma evoluciona junto a quienes lo construyen. El idioma construye realidades y una realidad es que las mujeres aún están en desigualdad con los hombres en el ejercicio del poder.

Qué fácil es decir ama de casa, pero cómo cuesta denominar a un hombre amo de casa. Y a esta altura de la historia, todavía hablar de hombre público tiene una valoración muy distinta a decir mujer pública.

Más allá de lo que gramaticalmente sea correcto o no, está la valoración social de lo que una mujer puede o no ser. Las mujeres no votaban y menos podían ser electas como presidentas, entonces era lógico que ni se ocurra feminizar el cargo. En la actualidad, las mujeres votan, se postulan y pueden ser elegidas en los más altos cargos de poder, a pesar de la resistencia y los datos de desigualdad existentes. Valga la pena recordar que de los 193 países reconocidos por Naciones Unidas, 28 de sus mandatarios son mujeres. Por tanto, aún hay una lucha por la igualdad que, más allá de las reglas gramaticales, exige una visibilización de esa inequidad social con las mujeres.

Lucía Sauma es periodista.

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Acuerdos mínimos

Lucía Sauma, periodista

/ 22 de agosto de 2024 / 09:52

Los edificios son un reflejo de lo que sucede en cualquier sociedad. Por un lado, están aquellos condominios donde nada está reglamentado y por lo tanto cada quien debe resolver los problemas como mejor pueda, por ejemplo está el tema de seguridad, si no hay portero aumentan los peligros de robo, de ataques, etc. Igualmente, la ausencia de cámaras imposibilita controlar la entrada de extraños, de ver al que ingresa y causa destrozos. Si no hay administrador, nadie cobra ni reparte las expensas, el edificio se deteriora y baja su valor comercial. Si no hay directiva nadie vigila la más mínima convivencia, las relaciones se deterioran día a día, terminan por establecerse bandos que no pueden dialogar entre sí, menos encontrar soluciones a los problemas que se presentan.

Consulte: La calle

Por otro lado, hay edificios, aunque sea difícil de creer, que han encontrado consenso para un reglamento, pagar unas expensas que les permitan mantener el edificio en condiciones de habitabilidad, lo que hace posible que las relaciones no se deterioren, que se eviten las peleas domésticas de un piso al otro que suelen ocasionarse por filtraciones en los baños o el área de la cocina, que no se abuse con ruidos molestos o fiestas con la música a todo volumen en horas de descanso, que las mascotas no se paseen por los pasillos para dejar sus “gracias” en las puertas de los vecinos. Que existen este tipo de viviendas múltiples, existen.

Por supuesto que hablar de esa convivencia idílica se debe conseguir en el 10% de las viviendas multifamiliares. No hay edificio donde a pesar de la buena administración, de la admirable directiva, del estupendo estatuto, esté la presencia del vecino gruñón que no saluda, con el que nadie quiere toparse en el ascensor. O el que siempre arguye cientos de pretextos y no paga las expensas desde hace años y ve crecer su deuda, sin que esto le inhiba reclamar cuando un foco está quemado en su pasillo.

Sin embargo, de todo lo citado en el anterior párrafo, tener estatutos, portero, administrador y una directiva ayuda a la buena convivencia. Evita que se comentan abusos, que los problemas de deterioro se queden sin solucionar y que existan mediadores en los conflictos que de uno u otro modo se presentan entre las personas que deben compartir un mismo espacio a pesar de las paredes o pisos que las separen. La clave son las reglas claras, los consensos mínimos, aunque siempre existan desacuerdos y ante todo que prime el bien común trabajando cotidianamente para que se entienda que cada quien tiene derechos, pero el otro también. 

(*) Lucía Sauma es periodista

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Dirección: la calle

Lucía Sauma, periodista

/ 8 de agosto de 2024 / 11:18

Desde junio se puede ver una familia indígena del oriente viviendo en la avenida Ballivián de Calacoto de la ciudad de La Paz. Se trata de una adulta mayor, que podría ser la abuela del clan, una pareja de unos 25 a 30 años, dos mujeres jóvenes que no pasan de los 20 años y varios niños, desde un bebé que no debe llegar a los ocho meses hasta infantes de uno, tres, cuatro y siete años. Cuando uno los ve en la cuadra del Automóvil Club se pregunta cómo es que se establecieron allí con cartones a modo de camas, muchos bultos donde deben guardar todas sus pertenencias, están tan apostados en la acera que uno no puede dejar de pensar que allí viven, que pasan todo el día como en una reunión familiar, igual a la que tiene cualquier persona dentro de su casa alrededor de su mesa o acomodados en el sillón de su sala. A esta familia de indigentes se los ve sentados en rueda, llaman la atención por la cantidad de miembros, porque hablan muy fuerte entre ellos, no parecen ebrios, ríen a carcajadas, los adultos y sobre todo los niños están muy sucios, con las ropas viejas y todos con alpargatas.

Esta escena se puede ver en varias otras ciudades del país. Es indudable que el número de indigentes se ha incrementado notoriamente. Antes de la pandemia las calles se llenaron de familias venezolanas pidiendo limosna de muchas maneras, con lisonjas, de rodillas, llamando madre o padre a quien tenían por delante. Hoy estamos observando a bolivianos y bolivianas en grupos familiares que se apostan en las calles para “vivir” en ellas.

Lea: Triste panorama

¿Qué entidad del Estado debería ocuparse de estas personas? ¿Las alcaldías? ¿Las defensorías porque hay niños y adultos mayores? ¿Dejar que las iglesias hagan su obra de caridad? ¿No deberían ser parte de una política pública que trabaje en serio por la disminución de la inocultable pobreza extrema?

Tenemos leyes que pensamos son las más avanzadas en América Latina, pero en su aplicación estamos a años luz de distancia, al igual que en la traducción de esas leyes y su reglamentación en acción e intervención directa del Estado, que vele por la mejora en la calidad de vida de las y los ciudadanos.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, más de 1,4 millones de bolivianos viven en extrema pobreza. Esta cifra puede tener mucho impacto o ninguno según se aprecie, pero lo que en realidad cuenta es lo que se puede ver en las calles, en las pasarelas, debajo los puentes, en las puertas de mercados, restaurantes, callejones, donde de forma muy sintomática se agrupan personas para vivir en la calle.

(*) Lucía Sauma es periodista

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Triste panorama

Lucía Sauma, periodista

/ 25 de julio de 2024 / 07:16

Dicen que parlamentarios “soplaron” las respuestas correctas a los postulantes a magistrados para las elecciones judiciales. Vergüenza debiera darnos este tipo de noticias. Si fuera cierto (aunque no fue comprobado), se trataría de un acto aberrante de parte de quienes hubiesen obrado de esa forma, pero es peor aún, más grotesco y pueril, la forma en que se lanzó la acusación. Ambas acciones son una muestra de la mediocridad con que se manejan las cuestiones de Estado y la política partidista en general, es decir que la irresponsabilidad prima ante cualquier decisión que se tome, sin importar la gente, ni el país.

Consulte: De tanques y otros armatostes

En el mismo tema de las elecciones judiciales, por lo menos a más de un postulante se escuchó impugnar las preguntas por estar mal formuladas o denunciar que las respuestas consideradas correctas están erradas. Esta es una muestra de que la tarea está mal hecha porque no debería haber dudas, ni observaciones de tal dimensión, nada que empañe la elección de nuevos magistrados, de otro modo, todo el proceso se ve empañado porque otra vez la desconfianza precede la reforma judicial que tanto reclama la ciudadanía. Error tras error.

Las polémicas que se arman tras estas acusaciones son de muy bajo nivel y lastimosamente quienes tengan argumentos válidos terminan enmarañados entre la gresca absurda, poco inteligente, comparable con una pelea callejera. Si hay alguien que tiene pruebas demostrables de aquello que acusa, puede ser que no tenga suficiente palestra en los medios de comunicación o no sepa, o no quiera mezclarse en el chismerío de las redes sociales; entonces termina olvidado, perdido en el tumulto que se crea en el embrollo de las mentiras o, peor aún, de las medias verdades que envuelven estos hechos.

La mayoría de estos líos se armaron por los mensajes que se difunden por redes sociales, donde tranquilamente la fuente puede permanecer en el mayor de los anonimatos, sin presentar pruebas o creándolas con absoluta irresponsabilidad. Muchas veces detrás de estas acciones, quien las realiza solo tiene la intención de sembrar dudas o enlodar a quien se le antoja, allí no se miden las consecuencias para las personas, ni para el país. Finalmente, dañar la integridad moral de las personas o la institucionalidad del Estado sin ningún argumento verdadero son delitos que no deben quedar en la impunidad, existen lo medios para verificar quién difunde mensajes vía internet, por Facebook o WhatsApp.

(*) Lucía Sauma es periodista

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De tanques y otros armatostes

Lucía Sauma, periodista

/ 11 de julio de 2024 / 06:54

“Golpes eran los de antes”, se escuchó decir luego del último golpe fallido del general Juan José Zúñiga. Por decenas aparecieron los nostálgicos que relataban las asonadas militares de los 60, 70 y 80. Sus recuerdos les hicieron decir que los golpes no se dan a plena luz del día, que el golpista ingresa al Palacio y toma preso al Presidente, que deberían escucharse disparos de armas de fuego, que si estaban pocos o muchos militares, que la tanqueta era muy pequeña, que duró muy poco, que si entraron o salieron y quiénes lo hicieron… etc., etc. Todos se convirtieron en expertos en golpes, hablamos de los mayores, porque los jóvenes se remitieron a preguntar a sus abuelos, padres, tíos.

Consulte: Propuestas indecentes

Seguramente esta es la anécdota, pero detrás de ella está el hecho preocupante y vergonzante de que tanquetas y tropas ocuparan la plaza Murillo y tuvieran en vilo al país, chocaran la puerta del Palacio Quemado, impidieran el paso libre de las personas y crearan caos en la gente que se volcó a supermercados y gasolineras, que se cerraran las oficinas; la incertidumbre se reflejó en el silencio que reinó en las horas posteriores que siguieron al asalto.

Después, quienes digitaron la acción militar y seguramente aún cumplen con su estrategia, sumieron a la opinión pública en un inútil debate de si fue autogolpe o golpe, mientras en las calles los precios de los alimentos volvieron a incrementarse. Los negociantes de dólares y otras monedas extrajeras se embebieron en un festín que aún continúa, ellos mantienen los dedos cruzados para que no pare semejante orgía de especulación, la que se realiza a vista y paciencia de las autoridades, quienes no frenan al aumento de casas de cambio, que de manera improvisada surgen como hongos en cualquier espacio, con personal que, como en una película muda, digita en una calculadora el precio del dólar para la compra o para la venta.

Es necesario decir, sobre todo a los jóvenes, que tanques en la plaza Murillo, tanques en las puertas de los regimientos de El Alto, ambiente enrarecido, desasosiego ciudadano, incertidumbre económica no están nada bien, no son normales, estas situaciones no nos hacen bien. Las imposiciones, los gobiernos dictatoriales, el enfrentamiento armado, no son la solución, ninguna de esas condiciones significa bienestar para la población, mejora económica y mucho menos avance en la calidad de vida de las y los bolivianos.

Como una paradoja, este 9 de julio el presidente argentino, Javier Milei, todo eufórico participó del Día de la Independencia de su país, trepado en un tanque de guerra  junto a su vicepresidenta, al mejor estilo guerrero donde solo faltó la esvástica para completar la escena.

(*) Lucía Sauma es periodista

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