En octubre
A los 19 años de la masacre de 2003 en El Alto, debemos refrescar la memoria, para que los muertos, los heridos no se queden en el olvido, para que los jóvenes conozcan la historia. Fueron días de rebeldía, de reclamo, de dignidad que pretendieron ser acallados con balas, sembrando temor, pero mujeres y hombres alteños no estaban dispuestos a enterrar a sus muertos o curar a sus heridos sin señalar a los culpables y exigir justicia, por eso bloquearon, marcharon, hicieron vigilias hasta que Gonzalo Sánchez de Lozada renunciara. La fuerza de la gente se dejó sentir, sumó el grito de renuncia en todo el país y lo consiguió.
Quienes ahora gozan de gas domiciliario, con tarifas realmente bajas, deben saber que en octubre de 2003 se luchó por que el gas sea para los bolivianos y se comience a construir la red domiciliaria. Por supuesto que esta es una parte, la más visible, porque en el fondo estaba la lucha contra la exclusión, el racismo, la inequidad en el reparto de la riqueza, la tranca de avance de indígenas y clases populares de las ciudades hacia su plena participación como ciudadanos bolivianos en la toma de decisiones del conjunto de la vida del país.
Ese reclamo por la participación ciudadana de los excluidos, se estaba gestando desde antes de febrero de 2003, se volvió una voz fuerte en octubre y luego quedó patentizada con el voto en contra a los partidos tradicionales, a sus líderes tradicionales y el impronte de apellidos indígenas en todas las esferas institucionales públicas y privadas. Esto es lo irreversible, lo que no se puede detener. Este cambio no depende de Evo Morales, ni siquiera del MAS, no depende de un partido político, es el empoderamiento del indigenismo rural y urbano que está orgulloso de su idioma, de su cultura y que está decidido a manejar el poder desde donde esté, con sus reglas, con tropiezos, sin temor a los errores, porque son sus errores.
Las clases medias, en la definición clásica de media urbana occidental, han sido cooptadas por unas clases medias emergentes de origen indígena empoderadas en su cultura y en su conciencia de mayoría poblacional. Estas clases medias tradicionales acostumbradas a vivir de un salario quedaron empobrecidas económicamente, esto las deja en su lucha cotidiana por la sobrevivencia, mientras que las clases medias emergentes han encontrado fuentes de ingresos prometedoras, sobre todo en el impulso de la micro y la pequeña empresa.
Las clases altas occidentales están en retirada culturalmente, relegadas económicamente y en extinción políticamente. Ya no encuentran su lugar, se sienten incómodas con el arribo de culturas indígenas que están fuera de sus patrones eurocentristas. La forma de llevar adelante la economía se les escapa de las manos porque les cambiaron las reglas de juego donde tenían todas las de ganar. En cuanto a la política, está claro que perdieron base social que sostenga y lleve adelante una propuesta para manejar el poder. Esos son los cambios después de octubre de 2003.
Lucía Sauma es periodista.