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Cierre de filas contra el golpismo

CONTRAGOLPE

La derecha boliviana nos ha recordado que es monopolio suyo echar mano del expediente del golpe de Estado como recurso político cuando la agenda —democrática o no— le ha sido arrebatada de las manos. A esta derecha católica y evangélica no le cabe en su cuadriculada sesera que hace ya más de tres lustros dejó de detentar el poder colonial republicano con el que manejó Bolivia a gusto y sabor, con los ingredientes del racismo y la exclusión social por delante.

En Bolivia se han tenido golpes de Estado de distintas intensidades. Incluso entre los mismos golpistas tuvieron capacidad de golpearse como sucedió en 1978 que con un demostrado fraude electoral, el general Juan Pereda Asbún, candidato de la Unión Nacionalista del Pueblo (UNP), no pudo acceder al poder y no tuvo mejor idea que para trepar a la presidencia, no quedaba otro camino que defenestrar a su propio mentor, el general Hugo Banzer Suárez, propiciador de ese fraude, y víctima de su propia medicina, esa que le aplicó al gobierno del progresista general Juan José Torres Gonzales, que tuvo la osadía de abrirle las puertas a una asamblea popular liderada por el movimiento obrero entre 1970 y 1971.

Hay una cultura golpista heredada por los Camacho boys y las Camacho girls que no pueden comprender cómo el MAS-IPSP pudo retornar al poder en tiempo récord (menos de un año) cuando el plan estratégico de las fuerzas reaccionarias era eliminarlo del escenario electoral e institucional partidario del país. Pasa que ahora, cuando un golpe como el perpetrado por Áñez-Murillo-Ortiz-Mesa-Camacho se materializa en administración gubernamental ineficiente, corrupta e insoportablemente autoritaria, en el horizonte popular se encuentra una organización multifacética que supo probarse a sí misma que los de abajo podían llevar al poder a su propio instrumento político, aquel que los representa genuinamente y que responde a sus demandas históricas.

Cuando unos operadores políticos masistas se encontraban en su salsa, profiriéndose insultos, descalificaciones y otras bajezas, la fecha del ultimátum articulada por el comiteísmo cruceño se acercaba y fue en ese momento que se decidió ponerle pausa a la refriega interna a fin de resistir una arremetida, a partir de un paro indefinido organizado con el pretexto de fechas más o menos sobre la realización del Censo Nacional de Población y Vivienda. El MAS ha cerrado filas hace 48 horas contra esa derecha que viene tanteando las rutas que puedan conducir a una desestabilización que acelere la deslegitimación del Gobierno para dar paso, si se dan las condiciones, a una nueva aventura tendiente a la interrupción del Estado de Derecho, para, otra vez, retornar a ese neoliberalismo que como modelo político económico terminó agotándose entre 1985 y 2005. La estrategia es acabar con el Estado Plurinacional que tanto ha afectado sus intereses y ha lesionado sus privilegios de casta.

Bien haría el MAS, en cualquiera de sus expresiones y facciones, dejar de entregarle comida al enemigo que organiza festivales mediáticos en los que impera el folklore de la adjetivación entre evistas y luchistas. Sería bueno que los diputados Rolando Cuéllar y Héctor Arce decidieran utilizar sus municiones para dispararlas entre cuatro paredes como deben hacer los auténticos militantes orgánicos de una tienda política cuando se trata de dilucidar diferencias y enfoques. Seguir alimentando a los tituladores de los medios que hacen fuerza por que el MAS termine estallando por dentro, es contraproducente, casi suicida y así lo han comprendido el jueves 20 de octubre, a 48 de una nueva pulseta que nos amenaza con la reaparición de los espectros y de la muerte.

La derecha boliviana ha encontrado en los últimos tres años, nuevos mecanismos de movilización y activismo. Ha hecho del Cabildo, un instrumento de potencia simbólica y legitimación ciudadana. A partir de dicha expresión callejera se urdió el derrocamiento de Evo Morales, momento en que las calles y carreteras dejaron de ser monopolio de los sectores populares en ciudades y carreteras. Ahora, además del Cabildo, figura el paro de actividades con la peculiaridad del aditamento paralizante que significa el bloqueo. Paro y ciudad inmóvil donde no vuela una mosca, es el instrumento de lucha de la clase media conservadora de Santa Cruz de la Sierra. Su carácter indefinido hace aún más crispante la incertidumbre que genera por las características de tensión y violencia que implica.

Con claridad de lectura coyuntural alguien me recordó que el persistente empate catastrófico da lugar al eterno retorno de estas periódicas crisis en las que se trata de embestir, nuevamente, a un poder estigmatizado como populista y que tiene a unos actores sociales y étnicos que por ahora han decidido posponer sus diferencias internas, conscientes de que nuevamente se trata de enfrentar al enemigo principal.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.