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Troika mediadora

SAUDADE

Hubo un tiempo –ah, democracia (im)pactada– en que la Iglesia Católica, la Defensoría del Pueblo y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos tenían legitimidad y cuerpo para mediar en la solución de conflictos. Y eran convocadas para el efecto. Esos años terminaron. Hoy las tres entidades, por diferentes razones, están venidas a menos. Generan desconfianza. Se las ve parcializadas, funcionales, rehenes de la polarización. La mediación pasa, el conflicto reverdece.

La cuestión de los mediadores reapareció en la entrampada disputa por la fecha del Censo. Los que se reúnen a pie del Cristo Redentor, exhibiendo Biblia y crucifijos, pidieron la mediación de la Iglesia Católica como “un tercero imparcial, justo y correcto” (sic). El oficialismo ni siquiera consideró tal posibilidad, pues lleva sesgo. La propia jerarquía episcopal aclaró que no media, sino facilita. Como en 2019, cuando bendijeron con premura el Plan B de autoproclamación.

Nadie solicitó la mediación de la Defensoría del Pueblo. Es comprensible. La institución se fue desportillando desde su politización por obra de los sucesores de Ana María Romero hasta su degradación extrema con parche. Hoy unos defienden la legitimidad del actual defensor, que debe “probarse” en la gestión; en tanto que otros lo ven con sospecha, azulado, sin credibilidad. Igual la Defensoría debe cuidar que las acciones de protesta no vulneren o restrinjan derechos.

¿Y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos? No cuenta, cercada por su crisis interna. La presidenta vitalicia, que en el pasado fue una probada e inquebrantable defensora de derechos, hoy se empeña en descalificarse a sí misma. Resulta difícil creer en una entidad de derechos humanos que avale la acción violenta de grupos parapoliciales (“son una resistencia necesaria”). O peor: que busque la impunidad de responsables de masacres. Así no hay concordia posible.

El paisaje de la mediación/facilitación en el país, entonces, es muy frágil. En el actual escenario parece difícil encontrar una institución o personalidad confiable y equidistante de las partes. Todos tienen camiseta y/o son insignificantes. La persistente polarización, sumada a una alta y generalizada desconfianza institucional, inviabilizan labores de conciliación. Peor si los potenciales “mediados” dinamitan los puentes, agrandando/profundizando la fractura.

La mediación requiere no solo mediadores confiables, sino en especial actores relevantes dispuestos a dialogar, argumentar, debatir, convencer, pactar. No es posible facilitar nada si la lógica es de imposición, paro indefinido, cerco, (contra)bloqueos, “sí o sí”, orcos en el espejo, capricho, puñetes, amenaza, descalificación, privilegios, asfixia.

FadoCracia numérica

1. Una notaria certificó que habían asistido 1.530.000 personas. Nada menos. Igual firmaba si le decían dos o tres millones. Para eso fue contratada. 2. Pronto la cifra se impuso como verdad absoluta: “cabildo del millón y medio”. 3. Todo iba bien hasta que llegó el SIFDE-OEP, cuya supervisión fue solicitada por el propio comité, poniendo los números en su lugar: en el cabildo estuvieron presentes ¡229.000 parroquianos! No está mal. 4. El cálculo es aritmético: se divide el área ocupada por los asistentes (573.217 pies cuadrados, según imágenes entregadas por los promotores) entre 2,5 pies por persona (método de Jacobs) y se obtiene el dato aproximado para una multitud densa. 5. La diferencia con los números del comité es grande: un millón 300.000 sobrantes (o faltantes). Los ítems fantasma no alcanzan para tanto. 6. Operadores mediáticos de la élite cruceña, atufados, se desesperaron por descalificar el trabajo técnico del SIFDE. 7. Y los vocales del TED, temerosos, engavetaron el informe. No ocurra que el peque, a lo Pablo Escobar, saque su agenda y los ponga en la lista de traidores.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.