Me preguntan a menudo qué se sintió tener ébola. Ocho años después, todavía es difícil responder. Pero la verdad es que sentí culpa. Culpa por ser diagnosticado tan solo horas después de ingresar a un hospital en Nueva York y saber que mis pacientes en Guinea esperaban en un limbo durante días o más tiempo. Culpa por sentirme inútil a medida que mis pacientes fallecían, la peor sensación para cualquier médico.

En los primeros días de mi enfermedad, me obsesioné con mi mortalidad, una fijación comprensible, dadas las altas probabilidades de que no sobreviviera. Sin embargo, cuando quedó claro que superaría la enfermedad, recuerdo haber sentido consuelo al pensar que nunca tendría que experimentar la tristeza y la desesperación que vi en esos hospitales construidos de forma apresurada en Guinea en 2014. Con certeza, el mundo nunca volvería a ser sorprendido sin prepararse para algo así.

En marzo de 2020, a medida que los casos de COVID-19 aumentaban en la ciudad de Nueva York, me di cuenta de que estaba equivocado. El COVID fue aleccionador: reveló lo vulnerables que somos a las amenazas pandémicas.

Al comienzo de cada brote, existe una ventana pequeña en la que la respuesta hace la diferencia entre la contención y la catástrofe. A medida que la crisis disminuye, una ventana similar existe cuando hay suficiente voluntad entre las personas y los políticos para impulsar una mejor preparación para otras pandemias. Con el COVID, esa ventana se está cerrando con rapidez.

El COVID ha sido llamado una pandemia que ocurre una vez cada siglo, pero eso no significa que ahora tendremos 100 años de tranquilidad. Incluso si la próxima pandemia está a años de distancia, es probable que tengamos solo algunos meses para sentar las bases para prepararnos para ella. Así que, ¿qué se debe hacer?

Decenas de reformas son necesarias y debatidas, pero tres áreas requieren atención e inversión inmediatas: vigilancia sanitaria, fortalecimiento de personal de salud a nivel global y acceso equitativo garantizado a tratamientos y vacunas.

Es probable que no podamos evitar el surgimiento de amenazas pandémicas futuras y eso es lo que hace que detectarlas con rapidez sea de vital importancia. Sin embargo, no puedes ver lo que no estás buscando. Se necesita una ampliación masiva de la vigilancia sanitaria no solo en las naciones ricas, sino también en los países de ingresos bajos y medianos, así como en las áreas de crisis humanitaria.

Una preparación pandémica sólida también exige un incremento dramático en la fuerza de trabajo de atención a la salud. La OMS estima que se necesitarán 15 millones de trabajadores de la salud adicionales para 2030, principalmente en países de ingresos bajos o medianos.

También existe una necesidad urgente de una mayor capacidad para crear tratamientos y vacunas en lugares donde con frecuencia hay escasez y son los últimos en la fila de distribución.

La Casa Blanca advirtió en su plan de preparación pandémica que a pesar de lo terrible que ha sido el número de víctimas del COVID, “las futuras pandemias podrían ser mucho peores”. Seguimos estando a un simple intercambio genético del genoma de la influenza de vivir una pandemia más catastrófica que cualquier cosa que hayamos experimentado en la historia reciente.

La pandemia de COVID ha matado a casi tantos estadounidenses como los soldados estadounidenses que perdieron la vida en nuestras cuatro guerras combinadas. Necesitamos tratar la preparación pandémica como una prioridad permanente, como lo hacemos con nuestra defensa nacional, a la cual se destinan cientos de miles de millones de dólares en financiamiento anual incluso en tiempos de paz. Si permitimos que la destrucción causada por el COVID ocurra de nuevo en el futuro, nosotros seremos los únicos culpables, no un patógeno pandémico.

Craig Spencer es médico y columnista de The New York Times.