Voces

Friday 19 Apr 2024 | Actualizado a 17:19 PM

La fecha no importa

/ 15 de noviembre de 2022 / 01:57

Sí, la fecha no es lo importante a estas alturas. Aunque parezca contradictorio, a las partes no les interesa tanto cuándo será el Censo, sino el coste político producto de sus estrategias improvisadas. Toda decisión tiene un costo y acá tenemos a actores que se aventuraron a enfrentarse en un conflicto sin tener una estrategia clara si iban a lograr lo que se propusieron y hoy están a las puertas de pagar esa apuesta.

Tuvimos que remontarnos hasta el 12 de julio para recordar que todo este conflicto comenzó cuando a través del Consejo Nacional de Autonomías se decidió postergar el Censo hasta 2024, la justificación: problemas logísticos producto de la pandemia. Acuerdo que el Gobierno terminó cerrando con un decreto, pero su argumentación se vino debilitando. Hoy la estrategia tuvo que mudar a un decreto más flexible donde el mismo Ejecutivo se ha puesto la soga del compromiso al cuello para tener resultados ese año y una asignación de recursos.

La oposición al decreto se centró en Santa Cruz y su dirigencia acentuó un discurso de protesta con enfoque regionalista, donde los más perjudicados por el retraso del Censo eran ellos, al verse limitados en cuanto a recursos y a escaños hasta por lo menos 2030. El apelar al elemento identitario fue uno de los ingredientes que animó a la población a parar más de 20 días con la promesa que lograrían que el Censo fuera en 2023, fracaso que hoy se maquilla de victoria argumentando que lo que se buscaba era la aplicación de los resultados antes de las elecciones 2025 y que se los había conseguido.

Hoy parece que nos encontramos frente a dos adversarios cansados, la fuerza aplicada a sus estrategias no alcanzó para lograr lo que se propusieron porque fueron improvisadas. El oficialismo a partir de ahora comienza una pelea abierta de cara a las primarias para 2025 dentro del partido, el enemigo ya no está en la acera del frente, sino que camina junto a la gestión del presidente Arce. Por el otro lado, tenemos a una población cruceña a la que se ha provocado y ha generado la expectativa que la solución a una demanda histórica de autogestión puede encontrarla en el federalismo, sin la responsabilidad del consenso con el resto del país y en un corto plazo, para ello necesitan de una dirigencia que pueda hacer realidad aquello, pero que goce de confianza y tenga la capacidad de capitalizar la movilización que se viene viendo desde 2019.

También puede leer: Fijada la fecha del Censo, ¿luego qué?

El costo de la afrenta ha sido muy alta para los actores políticos, pero el conflicto por el Censo ha abierto un nuevo escenario donde los discursos van a reconfigurarse. Por un lado, se hablará de traidores y leales en el oficialismo, se hablará de tibios, tímidos y traidores en una oposición que busca su reconfiguración a nivel nacional y no encuentra norte, y en Santa Cruz comenzará la búsqueda de esa dirigencia que tenga el valor o la habilidad de hacer posible una demanda histórica cruceña.

Ahora lo vemos, la fecha del Censo era lo menos importante.

Mario Vega Yáñez es politólogo y docente de la UMSA

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El proceso de cambio está vivo

Mario Vega Yáñez

/ 16 de marzo de 2024 / 14:43

Hace algunas semanas escuchaba a algunos analistas políticos hacer énfasis desesperadamente en la idea de que el proceso de cambio había llegado a su fin, se había extinguido. Que el modelo económico productivo —que solo los que trabajan en el Ministerio de Economía pueden mencionar su nombre completo de memoria— ha fracasado y no existe. Y que básicamente, estos serían elementos suficientes para reemplazar un proyecto de país por otro que tendría como guía estructural ser una antítesis del modelo de Estado planteado por el masismo en las últimas décadas.

Escucharlos fue recordar aquel libro de George Lakoff publicado en 2017, No pienses en un elefante. Sí, no piense en un elefante. Un título llamativo, sugestivo, que provoca exactamente lo que te pide que no hagas, pensar en un elefante. Lakoff nos explica que al conservar el lenguaje y el marco con el que tu adversario hace referencia a su forma de ver el mundo, termina provocando que tu audiencia hable y vea el mundo exactamente de esa forma, aunque no esté de acuerdo con ella.

El hablar del proceso de cambio como un fracaso, como un ciclo acabado, como un elemento negativo, es hablar del proceso de cambio. Lo convierte en un referente, porque la gente necesita asociar un concepto en relación con una referencia ya sea para compararlo como equivalente o como opuesto. Hablar del proceso de cambio lo convierte en elemento por el cual el masismo va a encontrar un significado para unir a su base votante, y a su vez lo va a convertir en la razón de lucha de una oposición que encuentra su sentido de unión en ella. Entonces, ¿qué sentido tiene el mencionar que el proceso de cambio ha muerto? Ninguno. Una cosa es que se encuentre en crisis de representación, pero otra muy distinta es que haya desaparecido.

Este 2024 ya es un año electoral y vamos a ir viendo que el proceso de cambio como concepto va a seguir circulando como elemento referencial en los discursos de unos y otros. No solo es el antimasismo el que lo utiliza para dar sentido a su existencia, sino el mismo MAS que ahora está en una lucha interna por resolver una pregunta que va a alimentar las discusiones de sus aspirantes: ¿quién se queda como heredero del proceso de cambio? Congresos, cabildos, marchas, bloqueos, convocatorias masivas, serán los espacios en disputa por declararse legítimos sucesores.

Pero, ¿es posible dejar de hablar del proceso de cambio? Sí, en cuanto exista una nueva propuesta de marco referencial que se equipare en magnitud al proceso de cambio en sentido simbólico. Esto en términos sencillos sería una propuesta de país que convenza a los sectores en épocas electorales y le dé sostenibilidad en la gestión, que funcione como un elemento que reemplace al anterior y le dé un significado a la unidad y subordinación sostenida.

Esto solo va a darse en un escenario de crisis sin duda, principalmente económica, que provoque en cadena otros tipos de crisis. El escenario de 2019 ha demostrado que una crisis política no basta para reemplazar el significante del proyecto de país, sino una crisis económica que lleve a los líderes opositores emergentes a plantear soluciones partiendo de otra forma de ver y salvar el país.

Por eso, creo que en estos tiempos si Lakoff vendría a Bolivia a prestar una asesoría política nos diría: No pienses en el proceso de cambio.

Mario Vega Yañez es politólogo y profesor universitario.

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Argentina: La ira sobre el miedo

Habrá que primero sentarse en la misma mesa, intentar dialogar, que incluye escuchar al otro, y por último negociar

Mario Vega Yáñez

/ 21 de noviembre de 2023 / 09:00

El neuromarketing surge en los últimos años como un descubrimiento que sostiene que existe un efecto considerable de las emociones en los procesos cognitivos, que terminarían afectando a la razón que estaría vinculada por una serie de procesos cerebrales relacionados con los sentimientos. De ahí que muchos años pensamos, de manera errónea, que la razón y la emoción van separados, y que la primera tiene un predominio sobre la segunda.

Argentina decantó su voto para presidente por Javier Milei, para sorpresa de muchos quienes pensaban que ese 11% que respondía “en blanco” o “ns/nr” en las encuestas estaban realmente indecisos y que el debate presidencial podría haber tenido un impacto determinante en los resultados de este 19 de noviembre a favor de Massa. Las dos campañas, tanto de Massa como de Milei, estuvieron guiadas por la apelación a dos de las tres grandes emociones que califica Maneiro Crespo en una valencia de “positivo-negativo”, estamos hablando de la ira y el miedo (la tercera es la esperanza o la ilusión).

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Por un lado, estaba el miedo. El miedo a un candidato desconocido, a un extremista que tenía como única propuesta romper con todo sin tener claro el qué llenaría el vacío que dejó la destrucción. El miedo a que un “loco” nos gobierne, el miedo a que los argentinos estén peor —económicamente hablando— de lo que están ahora. Que este experimento de cambio radical deje al país peor de lo que está.

Por el otro lado, estuvo la ira. Ira por seguir hundiéndose una y otra vez en una situación crítica que nadie da una respuesta clara. Rabia porque a pesar de los cambios de gobierno, son los mismos que siguen bien o mejor, pero la mayoría está peor. Ira por la impotencia de sentirse engañado con las soluciones que esa “casta política” promete dar y no tiene ningún resultado. Esa rabia que tuvo como principal programa de gobierno “destruyamos todo” y luego ya veremos.

Ya pasaron las elecciones y la ira venció al miedo. Ese más del 55% que hizo presidente a Milei en una segunda vuelta y que no se verá reflejada en una representación parlamentaria hace inevitable pensar en cómo negociar ahora para garantizar gobernabilidad. Habrá que primero sentarse en la misma mesa, intentar dialogar, que incluye escuchar al otro, y por último negociar, que implica ceder a las demandas de aquel “otro” que juramos eliminar a cambio de que ellos cedan en algunas —no todas— de nuestras demandas. Así es la democracia, así son las reglas que en estos tiempos permiten la convivencia de diferentes pensamientos en un mismo espacio.

Para Ernesto Laclau, uno de los elementos que conforma un momento hegemónico que da origen a los populismos es la aglutinación de varios sectores en torno a una idea hegemonizante (el miedo a Milei o la ira contra la casta política), identificando claramente a un enemigo que es la materialización de aquello que nos impide como grupo llegar a la plenitud y felicidad, que se encuentra al otro lado de una línea marcada que el movimiento identifica como una frontera que no se puede cruzar, esa línea es la que nos diferencia de ellos, los otros. Pues bien, si Milei quiere gobernar y hacer reales sus promesas, tendrá que negociar y cruzar esa línea que lo diferenció en campaña, con el riesgo que sus seguidores puedan tomarlo como traición.

Acá es donde entra en juego la resignificación del enemigo, el cambiarle de nombre y que permita a Milei recategorizar a los enemigos de esas reformas. Quizás la etiqueta de “argentinos de bien” que utilizó en su primer discurso nos dé pistas de quiénes entran en esa categoría como aliados y quiénes quedan fuera como enemigos.

Lo de las emociones como un recurso no es nada nuevo, basta con dar una mirada a El Breviario de Quinto Tulio Cicerón para entender que la razón nunca estuvo separada de la emoción.

(*) Mario Vega Yáñez es docente y politólogo

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El conflicto no es el final

Son tiempos del posevismo, donde el conflicto estará presente en cada coyuntura política que surja

Mario Vega Yáñez

/ 3 de octubre de 2023 / 09:20

El conflicto no es fin, no es caos irremediable, no es el apocalipsis. El conflicto forma parte de la existencia humana y es necesaria, para mantener a una comunidad cohesionada en tanto su objetivo no sea la destrucción del otro, tal como lo retrata Simmel (2019) en su libro El conflicto. Sociología del antagonismo. El conflicto también es un paso necesario para esas mudanças de la vida política para mantener una comunidad viva.

El conflicto interno del MAS aporta, a mi parecer, dos elementos que quiero comentar: el primero, es que esta batalla va a terminar por cerrar un ciclo de mayorías absolutas; y segundo, que estamos presenciando un viraje en la configuración política de los escenarios de disputa de poder en el país.

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El MAS ha decidido identificarse por alas, la del Gobierno actual y la del partido histórico. Juntos tienen un enemigo en común que gradualmente lo han ido reduciendo y debilitando hasta el punto que deja de ser una amenaza que siga sosteniendo una alianza dentro del partido por encima de los intereses. El enemigo ha pasado de ser externo a construir uno interno que ha marcado la división que venía produciéndose desde tiempo atrás en las filas del MAS, originando la presente batalla.

Al tratarse de una batalla anunciada, partimos del principio que las dos fuerzas, arcistas y evistas, son conscientes que sus fuerzas son equiparables a la de su rival, que por tanto puede luchar y tener posibilidades de ganar, caso contrario el combate directo no sería una de sus estrategias. De verse uno de los bandos sobrepasado o su posible victoria amenazada, buscará alianzas con otras partes para encarar la batalla y asegurar el triunfo, lo que significa sentarse a negociar y acordar ciertos puntos con un otro, pero además deberá construir discursivamente para la sociedad un nuevo vacío significante en palabras de Laclau (2015), que sirva como discurso que legitime tal alianza. El MAS fue uno de los partidos que marcó la época de los gobiernos populares de izquierda en América Latina en los años 2000 y que como muchos no necesitó de buscar alianzas para garantizar la gobernabilidad que requiere un sistema presidencialista, una lógica política que hoy en día y bajo las actuales circunstancias, se ve amenazada.

Como segundo punto: La dinámica política del país tiende a cambiar su centro de disputa del poder. Si bien a partir de los años 80, con el retorno de la democracia, el escenario fue un congreso como arena de disputa y los partidos políticos como actores, durante los años 2000 y la consolidación de una mayoría parlamentaria llevaron la disputa al interior de un partido con los movimientos sociales como actores en torno a una estructura encabezada por Morales como un juez. Hoy el escenario parece virar hacia un punto donde los sectores sociales como actores políticos con alta influencia, disputarán sus diferencias ya no dentro del partido, sino en la institucionalidad del Estado como es la Asamblea Legislativa.

Esta dinámica no es la misma que la de los años 90. Los partidos mantuvieron en ese entonces una estructura elitista, basada en los valores de un liberalismo democrático y asentados en las áreas urbanas; hoy, y luego de un proceso largo de fortalecimiento institucional enfocado al área rural, los actores encuentran en los movimientos sociales y su forma de organización basada en valores del sindicato, el espacio para tener una representación política directa en el parlamento que no encontraban antes si no era a través de un partido político. Su invisibilidad estuvo marcada por el caudillo que generó un escenario en el cual no necesitaban manifestar sus demandas directamente al Estado, sino a través de la estructura del MAS de Morales en el gobierno.

Son tiempos de cambio, son tiempos del posevismo, donde el conflicto estará presente en cada coyuntura política que surja, cada escenario será una disputa encarnizada por debilitar al otro y ganar ese terreno de cara a las elecciones.

(*) Mario Vega Yáñez es politólogo y docente de la UMSA

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El MAS: En búsqueda de un ‘otro’

Mario Vega Yáñez

/ 3 de mayo de 2023 / 07:41

Freud en su libro Psicología de masas y análisis del yo, de 1921, advertía que la construcción de una identidad individual o colectiva se basaba en relaciones; es en base a la comparación con el otro que se construye el yo como modelo, como objeto, como amigo o enemigo.

Todo discurso hegemónico está estructurado a raíz de un “otro” que es necesario para la supervivencia misma del movimiento como un actor —o conglomerado de actores reunidos en un movimiento popular—, como elemento vital que le da su razón de existir. La lucha con ese enemigo que no permite al grupo llegar al paraíso o estado ideal es la motivación para seguir manteniendo vivo y unido a este grupo.

Esta lógica se fue repitiendo en la historia política de Bolivia una y otra vez, con cambios vertiginosos en estos últimos tiempos.

Por ejemplo, el MAS en su proceso de construcción popular basó su discurso y la reivindicación de sus demandas identificando claramente al neoliberalismo y a sus actores como el enemigo a vencer, pero no a aniquilar, ya que la inexistencia de uno significa la desaparición del otro.

A pesar que con el pasar de los años se dio el desgaste de los “partidos tradicionales” hasta la casi extinción de algunos, el MAS no cambió de figura antagónica, sino hasta los conflictos de 2019.

La emergencia de discursos igualmente totalitarios y contrahegemónicos que nacieron previo al proceso de 2019, identificó a un antagónico común que fue el mismo Morales y su estructura en busca de la reelección, que se convirtió en el centro articulador de todo discurso que buscaba, de igual manera, agrupar —en palabras de Laclau— demandas democráticas en busca de una demanda popular en base a una lógica equivalencial que dio nacimiento a un movimiento que fue clave al momento de forzar la renuncia del entonces mandatario.

Evo Morales siguió siendo ese elemento articulador del discurso opositor durante la campaña electoral de 2020 que justificaba una propuesta de voto útil dirigida a evitar su retorno institucional. Sin embargo, su inhabilitación por parte del TSE como candidato en plena campaña, marcó un punto crítico que debilitó la cohesión del movimiento hegemónico opositor y dio lugar a otro tipo de discursos que buscaban despegarse de la dialéctica MAS-antiMAS y buscar el voto a través del clivaje político entre viejo-nuevo/joven-adulto como lo intentó hacer Luis Fernando Camacho.

El retorno del MAS al poder trajo consigo una renovación de su antagónico. Ya no eran los neoliberales sino la derecha golpista contra la cual había que luchar, sus actores eran claros y había que ir por ellos.

En esta transición la figura de Jeanine Áñez y Luis Fernando Camacho fueron claves, no solo para identificarlos como enemigos, sino a su vez para evitar que la crisis interna del MAS se hiciese visible de inmediato. Las fisuras internas ya existían antes de 2019, pero eran invisibles ante una espiral de silencio propia de un caudillo, algo que cambió cuando fue Luis Arce electo y dio lugar al manifiesto de distintas facciones internas que buscan alinearse a algún proyecto que les permita la mayor permanencia en espacios de poder.

Hoy, con la captura y paulatina desaparición mediática de Áñez y Camacho, y la emergencia de alas antagónicas dentro del MAS, el partido está en búsqueda de un nuevo “otro” que le permita subsistir como unidad, como proyecto hegemónico. Ese otro que le dé un respiro de cara a las elecciones de 2025 y permita continuar con un proyecto hegemónico.

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MAS: hegemonía y diferencia

/ 18 de abril de 2023 / 01:02

Hace unos días, Pablo Stefanoni publicaba en el Blog Iberoamérica Global el artículo Evo vs. Arce / Arce vs. Evo: la guerra interna en el MAS Boliviano, resaltando los rasgos de una fricción que pasó de ser un tema doméstico a alcanzar un nivel internacional por su interés.

¿Esta fricción y posible ruptura era previsible? En mi opinión, sí. Y voy a utilizar algunas ideas que nos proporciona Ernesto Laclau para referirnos a este tema.

El MAS se ha convertido indiscutiblemente en la fuerza política más grande del país, muestra de ello es su presencia constante en cargos electivos a nivel nacional y subnacional. Su punto de creación institucional lo encontramos en 1995 con la Asamblea por la Soberanía de los Pueblos, y un proceso de articulación que se consolida en la elección de 2005.

Laclau llama demandas democráticas a aquellas peticiones puntuales que puede tener una organización y demandas populares a la suma de estas individualidades de demandas. Bien, para que pueda surgir una mayoría que encarne una cohesión de “pueblo” solo existen dos vías, que las demandas se organicen a través de una lógica de la diferencia, donde prima el criterio aislado en la petición de las demandas, o bajo una lógica de la equivalencia expresada por un momento de claudicación parcial de la demanda, destacando un común denominador que genere un elemento de identidad.

El MAS se ha conformado como partido mayoritario a partir de una lógica de equivalencia en la cual diferentes sectores sociales, en su proceso de articulación, han subordinado sus demandas a lo que Laclau llama expresión simbólica positiva y lo que en palabras de los líderes del partido conocemos como “proceso de cambio”. Para lograr esa cohesión, el IPSP (organización de movimientos, no un partido) ha ido persuadiendo a sectores heterogéneos de un proyecto político que generaría mejores condiciones para construir un Estado menos excluyente.

El proyecto que nació en el trópico se expandió a nivel nacional y encontró un punto de inflexión, con la victoria de Román Loayza para dirigir la CSUTCB en 1998, articulando fuerzas con el emergente Evo Morales y un proyecto que perfilaba a ser nacional. Así, gradualmente, el discurso de MAS logra ser totalitario, entendida como la lógica de equivalencias de Laclau, que sería la subordinación de las demandas por una que simbólicamente es reconocida como mayor.

Acá Laclau también aporta una diferencia importante sobre las totalizaciones, una de ellas es la totalización institucionalista, que es la que intenta hacer coincidir sus límites de la formación discursiva con límites de la comunidad (hasta donde la ley nos lo permite), sin embargo, en una totalización populista pasa lo contrario, acusa que los límites son producto de la exclusión y se reconoce como la única totalización legítima. El MAS, una vez en el poder, materializó las demandas de carácter “popular” en la construcción de un Estado Plurinacional a través de un proceso constituyente, estructurando las demandas en un nuevo armazón estatal y su administración debido a la mayoría parlamentaria que le dio acceso a los otros poderes del Estado.

Todo haría pensar que el MAS pasaría de un discurso popular a uno institucional y que al haberse convertido en gobierno se alejaría de las demandas populares, pero no, el partido mantuvo aquella institucionalidad previa (el IPSP) para garantizar esta lógica de equivalencia y un acercamiento de las organizaciones hacia el Estado.

La salida del poder de Evo Morales, de la forma que se hubiese dado, iba a dar inicio inevitablemente a esta fricción, porque la conexión entre los movimientos sociales y el Estado se daba en un solo punto que era él, ahora la negociación de las demandas se da por varios canales, pasando a una lógica de la diferencia marcada por la crispación.

Mario Vega Yañez es politólogo y docente de la UMSA.

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