Para llegar al hospital, las madres tuvieron que recorrer el frente de batalla en una guerra entre pandillas, cargando a sus bebés enfermos durante las pausas de los tiroteos y pasando por delante de los cadáveres en el camino. No tenían otra opción: el cólera, que resurge en Haití, había llegado para llevarse a sus hijos. El cólera se está disparando en todo el mundo. Sin embargo, el resurgimiento del cólera es un giro del destino bastante cruel en Haití, que en febrero declaró la victoria de la erradicación de la enfermedad tras combatirla durante más de una década. Ahora, ese triunfo ha sido arrebatado por las mismas fuerzas que están sumiendo a la nación en un profundo caos y desesperación: se trata de los grupos armados que han convertido vastas franjas de la capital en paisajes infernales de violencia sin ley, mientras el Gobierno parece ser incapaz de tomar el control.

En octubre, el país registró su primer caso de la enfermedad en tres años y los contagios han aumentado desde entonces. Haití tiene experiencia en el combate al cólera, que se propaga a través del agua contaminada y es relativamente fácil de tratar con una simple rehidratación. Pero las autoridades sanitarias no pueden ofrecer la atención más básica en los barrios pobres, donde las pandillas han bloqueado el acceso al mundo exterior impidiendo la entrada de los médicos y dejando que los enfermos mueran en sus casas.

Varias crisis entrelazadas han obstaculizado la batalla contra el cólera. En septiembre, grupos armados tomaron el control del mayor puerto de Haití bloqueando el suministro de combustible en todo el país durante casi dos meses, lo que desencadenó una serie de acontecimientos que propiciaron las condiciones ideales para la propagación de la enfermedad.

La recolección de basura se detuvo por completo en zonas de Puerto Príncipe, convirtiendo las calles de los barrios marginales en ríos de lodo infecto y creando montañas de basura junto a los mercados de alimentos. El servicio de agua del país dejó de funcionar con normalidad y el agua potable empezó a escasear en los grandes barrios marginales. Miles de personas que huían de la violencia se refugiaron en un parque público ubicado cerca del aeropuerto de Puerto Príncipe, donde muchos dormían junto a desechos humanos antes de que las autoridades los obligaran a salir.

Los hospitales redujeron sus servicios, al carecer del combustible necesario para mantener las máquinas en funcionamiento. Los suministros de oxígeno se quedaron varados en los puertos, por lo que murieron recién nacidos que no podían respirar por sí mismos. El número de ambulancias operativas cayó en picada.

La Organización de las Naciones Unidas informó el mes pasado que, por primera vez, el hambre, que ha acechado a Haití durante mucho tiempo, había alcanzado niveles “catastróficos” en el barrio de Cité Soleil, una designación del hambre más extrema que ha hecho que miles de personas experimenten condiciones similares a la hambruna. Algunos residentes dicen que recurren a beber agua de lluvia y a preparar comidas con hojas hervidas.

La devastación que sufre Haití ha conmocionado a un país acostumbrado a la agonía. El mes pasado, el Gobierno haitiano hizo una notable petición de intervención armada al extranjero para poder enfrentar sus crisis actuales, pero aún no está claro si algún país enviará soldados. Desde octubre, la enfermedad ha matado a más de 100 personas y 8.000 se han contagiado, aunque los expertos dicen que las cifras oficiales quizá subestiman el verdadero número de víctimas.

El cólera, que según científicos llegó a Haití por primera vez hace más de una década de la mano de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas, es causado por una infección bacteriana y provoca incesantes oleadas de diarrea y vómitos. El tratamiento es sencillo —rehidratación, por vía intravenosa en los casos más extremos— pero debe administrarse de manera rápida.

La enfermedad puede matar a sus víctimas en un día, sobre todo a los niños que sufren desnutrición y que pronto pueden pasar de la deshidratación a la falla orgánica.

Según los expertos, una de las formas más sencillas de prevenir la muerte generalizada es establecer puestos de avanzada para suministrar rehidratación oral dentro de los asentamientos donde viven las personas más vulnerables. Ahora que el combustible fluye por todo el país, es técnicamente factible viajar a esos barrios, pero a menudo eso solo se puede hacer arriesgando vidas. Como las pandillas controlan la mayor parte de la capital de Haití, los grupos de ayuda tienen que negociar constantemente para poder entrar y salir de sus territorios. A veces, los líderes de las pandillas les niegan la entrada.

Natalie Kitroeff es columnista de The New York Times.