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El peor correo de un jefe

/ 1 de diciembre de 2022 / 01:35

¿Alguna vez han recibido un correo electrónico a medianoche del jefe con una frase confusa en el asunto como: “Ante una encrucijada”? Cierto, las reglas de etiqueta actuales para los correos electrónicos dicen que se supone que no debemos recibirlos a esa hora de ningún jefe. Pero Elon Musk no es cualquier jefe y se puede asumir con certeza de que no sabe de liderazgo empático. Así que, fiel a las formas, como director ejecutivo de Twitter, luego de despedir a casi la mitad del personal, llevar un lavabo a la oficina y proclamar que dormiría en el trabajo “hasta que se arregle la organización”, ya avanzada la noche, hace poco Musk transmitió este ultimátum a los empleados que quedaban: a partir de este momento, Twitter iba a ser “extremadamente hard core”. ¿Estaban listos para ser hard core? Podían contestar “sí”… o bien optar por una liquidación de tres meses.

Para Musk, hard core significaba “muchas horas de máxima intensidad”, un lugar de trabajo donde solo se aceptaría el “desempeño excepcional” y una cultura en la que recibir correos electrónicos a medianoche no era un problema. Es una mentalidad prepandémica que, de seguro, algunos jefes extrañan, pero a la cual muchos más empleados están decididos a nunca regresar. Al parecer, los empleados de Twitter estuvieron de acuerdo: más o menos 1.200, o casi la mitad de la fuerza laboral que le quedaba a la empresa, decidió no aceptar su compromiso de ser hard core, lo cual puso en duda si Twitter sobreviviría. Musk ya enfrenta una demanda por el llamado a la extrema intensidad, presentada por empleados con discapacidad que consideraban que la política suscitaría discriminación en su contra.

Puede que hard core sea un término que solemos asociar con la pornografía explícita, o el slamen los conciertos, o, usada como sustantivo, con la gente renuente al cambio, pero es una de las frases favoritas de Musk. La ha usado para referirse a sus esfuerzos en SpaceX y la necesidad de sus empleados de esforzarse para controlar los costos en Tesla (otra empresa donde se hizo famoso por dormir en el suelo) y como parte de un esfuerzo de reclutamiento para litigantes corporativos, o sea, “peleadores callejeros hardcore”. Pero buena parte de eso, claro, sucedió en los días hard core de nuestras vidas prepandémicas, cuando girlboss (ser la jefa) todavía era un cumplido y la idea de que “nunca nadie cambió el mundo en 40 horas a la semana” —otro muskismo— era un eslogan que (casi todos) celebraban.

Incluso antes de la pandemia, muchos oficinistas estadounidenses habían comenzado a replantearse su relación con el trabajo. La persistente desigualdad salarial, la prevaleciente discriminación racial y de género, el desencanto con la promesa del capitalismo… la “cultura del esfuerzo personal” era un lema atractivo, pero ¿de verdad valía la pena? Estos días, la mentalidad de despertar y de inmediato ponerse a trabajar que apenas hace un par de años estaba vigente ha sido remplazada por la de dormir hasta tarde (el descanso es resistencia, ¿no sabían?).

El agotamiento laboral es una crisis nacional. Según una encuesta reciente de Gartner, casi dos terceras partes de los empleados dijeron que la pandemia los había hecho cuestionarse la función que debiera tener el trabajo en sus vidas y la Society for Human Resource Management informa que más de la mitad de los jefes salen del trabajo sintiéndose exhaustos al terminar el día.

A decir verdad, estoy de acuerdo. Hard core hace referencia a una era de gestión laboral obsoleta, por no decir una manera de vivir obsoleta. Sucede que ahora tenemos mucho que ofrecer, intereses que son lo opuesto del hard core y que lo sustituyen. ¿Qué tal un lugar de trabajo basado en el cottagecore o apegado a la vida campirana, en el que caminemos alegremente por los bosques y recolectemos hongos en lugar de volcarnos sobre Slack? ¿O uno que sea cabincore o apegado a la vida de cabaña, en el que nos acurruquemos envueltos en franela suave, frente a la chimenea en lugar de dejar que nos caliente el brillo de nuestras pantallas? ¿O uno craftcore o apegado a las artesanías, si todavía se siente la necesidad de crear?

Tal vez lo que estamos viendo con el éxodo masivo de Twitter —y el sentimiento antilaboral generalizado— es una revolución del trabajo “en tiempo real”, como un usuario de Twitter lo describió. Ninguno de nosotros quiere un trabajo en el que nos exploten y nos subestimen y en el que respondamos a tácticas de miedo o a ultimátums, pero para muchas personas, eso es lo que sigue siendo un trabajo. ¿Acaso no podemos mejorar esa situación?

La otra noche no pude dormir pensando en ese correo electrónico hard core de medianoche, que me hizo caer en una espiral virtual de medianoche hasta los orígenes de ese término (¡Musk debería estar orgulloso!). Me sorprendió aprender que uno de los usos más antiguos de hard core, tal como aparece en el Diccionario Oxford en inglés, es una palabra para referirse a alguien que está desempleado de manera constante (o hard core). ¿Será que eso convierte a los exempleados de Musk ahora desempleados en los más hard core?

Jessica Bennett es columnista de The New }York Times.

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¿Un brillo labial?

/ 31 de enero de 2023 / 01:34

Últimamente, he estado pensando en el brillo de labios. En el olor empalagoso del brillo Vanilla Birthday Cake que definió mis últimos años de adolescencia, embadurnado en una capa tan gruesa que había que estar lista para a) cubrirte la boca cuando caminabas al aire libre, no fuera a ser que el viento hiciera que se pegaran residuos a tus labios pegajosos y b) estarte despegando el pelo de los labios todo el tiempo.

En cómo nos prestábamos estas cosas entre amigas, a las que cada una le aplicaba sus gérmenes, sin que el mundo aún estuviera preocupado por la pandemia de COVID. He estado pensando en el brillo de labios y su sutil participación en las complejas relaciones entre adolescentes, a la luz de la reciente revelación del gran desaire real con el brillo labial: Meghan Markle le pide a Kate Middleton que le preste su brillo, y Kate lo hace con reticencia. Al parecer, en algún momento de 2018, Meg y Kate estaban en un evento juntas y Meg olvidó su brillo. Pensando que su futura cuñada estaría feliz de prestarle el suyo, Meghan le preguntó si podía tomar un poco, a lo que Kate accedió a regañadientes. Como lo describe el príncipe Enrique, en un pasaje de su reveladora biografía, Spare: En la sombra: “Meg apachurró el brillo y se puso un poco sobre el dedo, para luego esparcirlo sobre los labios. Kate hizo una mueca”. Esto, según el duque de Sussex, fue “algo estadounidense”.

La lingüista Deborah Tannen, quien ha estudiado los patrones de comunicación de las chicas (pero que nunca ha compartido brillo labial con sus amigas), señala que es común entre las adolescentes comunicarse y crear vínculos mediante estos rituales de cercanía que no necesitan explicarse. La lingüista compara compartir brillo labial con compartir secretos; es una manera de demostrar vulnerabilidad y confianza mutuas. Lo cual me remite al tema de Kate y Meghan.

Ahora ya somos adultas y tal vez tengamos más consideración con la higiene que antes; tal vez las niñas británicas tenían maneras más higiénicas de vincularse. Pero para aquellas que crecimos prestándonos Lip Smackers o Juicy Tubes, ese momento tenía algo de conmovedor. Puede que Meghan necesitara un poco de hidratación en los labios. O puede que solo fuera una chica acercándose a otra, tanteando con delicadeza los límites de su relación con una simple pregunta: ¿Me prestas tu brillo de labios?

O quizá solo me estoy proyectando. Hace unos años, me topé con un brillo de labios Vanilla Birthday Cake mugriento, escondido en un cajón en casa de mis padres, junto a un Softlips, que había conseguido sobrevivir dos décadas y una mudanza. Aquel olor dulzón y almibarado, como un glaseado pasado —si sabes de esto, lo sabes— me llevó en un santiamén de vuelta a la secundaria y a las chicas que colorearon aquella experiencia. Daba algo de náuseas. Pero también olía a amistad.

Jessica Bennett es columnista de The New York Times.

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