Anti-nación
Los últimos días me trajeron a la mente a Carlos Montenegro, quien sostenía que Bolivia se encontraba tal como estaba a principios del siglo XX debido a que la gobernaba no su nación, sino todo lo contrario: su anti-nación.
En su lectura, la independencia del país vino acompañada del desafortunado hecho de que la mayor parte de sus dirigentes perecieron en el campo de batalla, quedando para gobernar después de la victoria solo aquellos que, de hecho, no lucharon por ella, y que incluso se oponían a la independencia. Una casta descendiente de colonizadores más preocupada por conservar sus privilegios frente al resto de los estratos que agrupaba la Audiencia de Charcas que por construir un Estado soberano y viable.
Esta élite ajena a los intereses nacionales a la cual Montenegro se refiere, la oligarquía hacendada y luego minera de Bolivia, sería la responsable de las sucesivas derrotas y desmembramientos territoriales sufridos por el país desde mediados del siglo XIX, resultado inevitable de su peculiar concepción del espacio, que la llevaba a confundir el territorio patrio con su hacienda.
La pérdida del litoral en la guerra contra Chile en 1883, la pérdida del Acre en la guerra contra Brasil en 1903 y la pérdida de una parte del Chaco en la guerra contra Paraguay en 1935, todos episodios en los que se pudo haber luchado más, cedido menos o por lo menos no unirse al enemigo tal como lo hizo Aniceto Arce al impulsar, junto a capitales chilenos, la construcción del primer ferrocarril boliviano.
Su descrédito frente al resto de la sociedad boliviana después de la virtual derrota del Chaco terminaría catalizando un movimiento parte aguas en nuestra historia: el nacionalismo revolucionario, abanderado por una intelectualidad de la cual Montenegro fue uno de sus miembros más prominentes. Destacaban también, acá, otras figuras como Augusto Céspedes y René Zavaleta Mercado.
Esta élite execrada terminaría siendo desplazada del poder político en la Revolución de 1952, conducida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario o MNR, después de un largo periodo de inestabilidad política que siguió al final de la conflagración contra Paraguay. Zavaleta, al escribir sobre la misma, diría lo siguiente:
“Era, en efecto, no solo una clase opresora sino también una clase extranjera. Por su origen, por sus intereses, por sus supuestos mentales, la oligarquía boliviana fue siempre ajena en todo a la carne y el hueso de las referencias culturales de la nación. Los latifundistas y el gran capitalismo minero, vinculado directamente con el imperialismo, eran sus expresiones fundamentales”.
La Revolución Nacional de 1952 inaugura, por lo tanto, una nueva época en el país que dura hasta 1964, momento en el cual esta experiencia es interrumpida por un golpe de Estado con la aquiescencia del gobierno de los Estados Unidos. Las ideas del nacionalismo, sin embargo, continuarían como un horizonte de interpretación histórica por mucho más tiempo y es justamente eso lo que queremos rescatar.
Es a partir de ese momento que el concepto de soberanía emerge con meridiana claridad en la discusión política del país, para emanciparlo del negligente gobierno de sus élites y, de esa forma, también de la dominación extranjera.
Montenegro fue el primero en denunciar a aquel sujeto parasitario, entreguista, xenófilo y neocolonial como un factor determinante para explicar nuestras desventuras como sociedad, y creo que todavía es útil, a juzgar por los acontecimientos de las últimas semanas, en las que se llegó a sacrificar los intereses no solo del país, sino de la propia región que se decía defender, solo por una reivindicación claramente instrumental en la lucha de la oligarquía en contra de un gobierno popular.
El concepto de anti-nación es, con todo, un nudo temático fundamental para explicar cómo y por qué pensamos de determinada manera; y creo todavía relevante para entender por qué a algunos les resulta más fácil sentirse antes cambas que bolivianos, así como las consecuencias que puede tener esa forma de razonar.
Carlos Moldiz Castillo es politólogo.