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La obesidad no es un fracaso personal

/ 6 de diciembre de 2022 / 01:47

Un grupo selecto de los principales investigadores del mundo que estudian la obesidad se reunió hace poco en las salas doradas de la Sociedad Real, la sociedad científica en la que participaron Isaac Newton y Charles Darwin y donde alguna vez se debatieron ideas como la gravedad y la evolución.

Ahora los científicos discutían sobre las causas de la obesidad, que afecta a más del 40% de los adultos estadounidenses y le cuesta al sistema de salud alrededor de $us 173.000 millones al año. En la sesión de clausura de la reunión, el biólogo John Speakman ofreció esta conclusión sobre el tema: “No hay consenso sobre cuál es la causa”.

Esto no quiere decir que los investigadores no estuvieron de acuerdo en nada. Un biólogo nutricional presentó la idea de que todos los carbohidratos y las grasas en los alimentos actuales diluyen las proteínas que necesitan nuestros cuerpos, lo cual nos impulsa a comer más calorías para compensar la discrepancia. Un endocrinólogo habló del modelo científico detrás del enfoque de la dieta baja en carbohidratos y sugirió que los patrones de alimentación con muchos carbohidratos impulsan la grasa de una forma única, mientras que un antropólogo evolutivo argumentó que muchas sociedades cazadoras-recolectoras magras comían muchos hidratos de carbono, con especial afinidad por la miel.

Otros sugirieron que el problema son los alimentos ultraprocesados, los productos preparados y envasados que constituyen más de la mitad de las calorías que consumen los estadounidenses. Un fisiólogo compartió su ensayo controlado aleatorio en el que demostró que la gente consume más calorías y sube más de peso con dietas de alimentos ultraprocesados que con dietas integrales de la misma composición de nutrientes. Pero dijo que aún no se sabe por qué estos alimentos motivan a la gente a comer más.

A pesar de ello, otros piensan que tal vez el problema tiene menos que ver con lo que comemos y más con lo que no comemos. Una etóloga compartió su trabajo sobre el vínculo entre la inseguridad alimentaria y la obesidad en las aves. Cuando los alimentos escasean, los animales comen menos calorías, pero suben más de peso. Los estudios en humanos también han demostrado una asociación “sólida” entre la inseguridad alimentaria y la obesidad, lo cual se conoce como la paradoja del hambre y la obesidad.

Por si el tema no fuera suficientemente complejo, los investigadores dejaron claro que la obesidad no puede considerarse como una única afección. Hablaron de casos raros causados por mutaciones o trastornos de un solo gen; lo más habitual es que la obesidad surja a causa de interacciones genéticoambientales todavía inciertas. Quizá deberían haber hablado de obesidades todo el tiempo.

En otras palabras, no hubo curas rápidas ni trucos de magia en esa sala de reuniones de Londres. Y aunque hubo emoción por los avances increíbles de la medicina en el tratamiento de pacientes con obesidad, no se habló de los medicamentos y las cirugías efectivas como soluciones para resolver la crisis de salud pública.

Cuando les pregunté a varios de los investigadores cómo enfrentar la obesidad, dada la incertidumbre, señalaron políticas que alterarían o regularían nuestro entorno, como prohibir la mercadotecnia de comida chatarra dirigida a los niños, las máquinas expendedoras en las escuelas y hacer los vecindarios más peatonales. Hablaron sobre cambiar el sistema alimentario de tal manera que también aborde el cambio climático: las crisis relacionadas alguna vez se encontraron con la inercia de políticas públicas que ahora han cobrado un impulso internacional. Pero tratándose de la obesidad, se sigue acusando a los gobiernos de ser Estados sobreprotectores si tratan de intervenir con regulaciones.

Esto se debe en parte al hecho de que, en vez de ver la obesidad como un desafío social, predomina el sesgo de que es una elección individual. Prevalecen la incomprensión y la culpa y se pueden ver en todas partes. A la gente se le dice que es suficiente con que coma más verduras y haga ejercicio, lo que equivaldría a enfrentar el calentamiento global pidiéndole a la gente que solo vuele menos o recicle. Los gurús y las empresas dedicados a las dietas recaudan miles de millones con modas alimentarias y de acondicionamiento físico que acaban fracasando.

Mientras no veamos la obesidad como algo que se ha impuesto a las sociedades, y no como algo que eligen los individuos, seguiremos discriminando a la gente por su peso y continuarán las curas mágicas y las malas políticas. Mientras no dejemos de culparnos a nosotros mismos y a los demás y empecemos a centrar la atención en los entornos y los sistemas, la tasa de obesidad mundial continuará su ascenso, una tendencia que ningún país ha revertido de manera sustancial, ni siquiera en los niños.

Julia Belluz es periodista de salud y columnista de The New York Times.

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Medicamentos para perder peso

/ 4 de febrero de 2023 / 02:12

En la casa de la niña en Hertfordshire, Inglaterra, se necesita un código para entrar en la cocina, donde todos los armarios están con candado y cadena, y el bote de la basura está cerrado con llave. Sin estas medidas, la niña —cuyo nombre no puede publicarse porque actualmente se encuentra en un lugar de acogida— no podría dejar de comer, ni siquiera restos de carne cruda o restos de pasta que se desperdician en la basura.

“Está constantemente alerta ante cualquier posibilidad de acceder a la comida”, me dijo su padre de acogida, como un misil que busca calorías. Su cerebro no registra que ya comió. Así que vive con un hambre constante, una obsesión por su próxima comida o tentempié que la distrae de sus otros intereses: las muñecas, montar a caballo y dibujar.

A los 12 años, la niña es delgada, como un pájaro. Si sus padres de acogida no vigilaran cada uno de sus bocados, sería más grande, como muchas personas que comparten su trastorno, el síndrome de Prader-Willi. Los pacientes con Prader-Willi pueden comer tanto que, en casos extremos, se les revienta el estómago y mueren. Este trastorno es una causa de obesidad genética poco común y devastadora. Pero también existe en el extremo opuesto de un espectro de comportamiento alimentario común a todos nosotros, como me dijo recientemente Tony Goldstone, investigador endocrinólogo del Imperial College de Londres y médico que trabaja con pacientes de Prader-Willi. “La gente cree que solo come porque quiere, o porque cognitivamente decide comer”, dijo Goldstone. “Pero gran parte no tiene lugar a ese nivel consciente”.

Tendemos a creer que el tamaño corporal es algo que podemos controlar por completo, que estamos delgados o gordos por decisiones deliberadas que tomamos. Después de hablar con cientos de pacientes con obesidad a lo largo de los años, y con médicos e investigadores que estudian la enfermedad, permítanme que les asegure: la realidad no se parece mucho al libre albedrío. La aparición de fármacos nuevos y eficaces contra la obesidad es un claro ejemplo de este hecho fisiológico tan poco apreciado. Los debates que suscitaron los medicamentos también muestran lo poco que entendemos de la obesidad.

Los nuevos fármacos son los primeros que manipulan los sistemas reguladores hormonales que rigen el equilibrio energético. Los fármacos simulan la acción de nuestro GLP-1 nativo, pero con efectos más duraderos, y amplifican la señal de saciedad en el interior del organismo. Muchas personas que han tomado los medicamentos para la obesidad me describieron cómo su experiencia del hambre había cambiado de manera radical.

Quedan por saber cómo funcionarán a largo plazo los fármacos basados en GLP-1 en cada paciente y qué efecto tendrán, si es que tienen alguno, en la creciente tasa de obesidad mundial. Los datos de los que disponemos sugieren que la pérdida de peso puede estancarse al cabo de un tiempo y que los efectos secundarios son frecuentes, al igual que la recuperación de peso cuando los pacientes dejan de tomar los medicamentos.

Pero, por lo menos, la forma en que actúan los fármacos puede enseñarnos que las personas que son más corpulentas no necesariamente eligieron serlo, como tampoco lo hicieron quienes son más delgadas, y que no son moralmente superiores. Esto “no es un pase libre, ni para los individuos que sí tienen la capacidad de elegir mejor, ni quita responsabilidad a las industrias alimentarias”, dijo Stephen Simpson, biólogo nutricional de la Universidad de Sídney, pero es “una prueba de que la obesidad no es una elección personal de estilo de vida”.

Sigue siendo un misterio cómo gestionan esto el cerebro y el cuerpo de las mujeres durante el embarazo y la lactancia, un fenómeno que también se ha observado en ratones lactantes que tienden a ingerir el triple de sus calorías habituales. Algunas personas con obesidad padecen constantemente el tipo de hambre que yo tenía durante el embarazo. Tampoco es su elección.

Julia Belluz es columnista de The New York Times.

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