El factor Evo
Rubén Atahuichi
Imagen: La Razón
A Evo Morales se le puede atribuir una serie de aciertos como dirigente, político y como presidente del país, y también errores, estos últimos especialmente por su carácter personal no necesariamente favorable: tozudo, obstinado, obsesivo, pendenciero… amado y odiado.
Tiene el mérito de haber cambiado el país en los últimos años, devuelto el orgullo y la identidad de los pueblos indígena originario campesinos, hacer obras en lugares nunca antes tomados en cuenta por un gobierno o trascendido en el mundo. Y también haber burlado un referéndum o forzado su repostulación.
Lo peor que pudo pasarle quizás sea su derrocamiento en 2019 y, después de eso, la ruptura constitucional que dio lugar a la cuestionada sucesión de la senadora Jeanine Áñez.
El mal que quedó para la democracia; para unos, una “sucesión impecable”.
De vuelta de su asilo en México y Argentina, el país pensaba que se recluiría en su chaco, como alguna vez prometió. No ocurrió eso, más allá de la crianza de tambaquíes a la que se ha dedicado en los últimos meses.
Está más activo que nunca: cabildos, talleres, viajes, fútbol (acaba de anunciar la compra del club profesional Palmaflor para las Seis Federaciones). Y empedernido con las redes sociales, cada día es motivo de repercusiones.
A principios de septiembre se decantó contra el gobierno de Luis Arce, a quien ataca y apoya a la vez, por lo menos así se entiende su serie de declaraciones sobre el mandatario.
Aquella vez denunció un “plan negro” en su contra y apuntó sucesivamente a tres ministros del gabinete de Arce: Eduardo del Castillo, Iván Lima y Édgar Montaño.
Denunció corrupción, inacción en la lucha contra el narcotráfico o errores en la gestión económica. Y se quejó de que el presidente Arce no atiende su compromiso de reunirse con él cada 18 de mes, como aparentemente acordaron ambos en una última reunión.
En las últimas semanas, Morales se ha ocupado de defenestrar a sus propios correligionarios, al punto de llamarlos “traidores”, haber pactado con la derecha o haber hecho un “pacto de impunidad” por la ley relativa al Censo. Sus alusiones han sido sucesivas contra diputados y senadores de su propio partido, del que es jefe.
Hasta el senador Leonardo Loza, muy cercano a Morales, se ha sumado al coro al anunciar que dentro del MAS había nacido una nueva bancada “que apoya al Presidente”.
“Que el enemigo no está entre nosotros”, que no es traición el haber evitado un nuevo golpe de Estado (en alusión al paro en Santa Cruz), respondió Arce, a quien el vicepresidente del MAS, Gerardo García, le ha invitado a abandonar el partido una vez que termine su gestión, al entender que dejó al MAS.
A tal extremo ha llegado la crisis en el oficialismo, que ahora sus miembros se identifican y se tildan, ¡sí, se tildan!, de “arcistas” (como dijo Morales), “evistas” o “choquehuanquistas”, ante la algarabía de sus detractores y la desazón de sus correligionarios.
¿Está el MAS en declive? ¿Hay intereses que le están haciendo perder el norte? ¿Es su final?
Es complicado entender su situación. Luego de la caída de Morales en 2019, parecía que esa fuerza política había llegado a su fin. Sin embargo, fue capaz de gestar su resiliencia y ganar de nuevo unas elecciones complicadas.
Pero hay algo que complica su existencia: su liderazgo. Morales se ha convertido en el factor gravitante de su situación. Todos sus males y miserias se deben a él.
Hay una conclusión empírica al respecto: Mientras Morales estuvo en el poder, fue un factor de unidad partidaria, porque a su alrededor ha tejido lealtades por propios intereses y era la palabra final; ahora, fuera del poder, él no puede con su carácter; tiene recelos, está impotente respecto de las políticas públicas que quisiera encarar y sus cuadros no tienen cabida en la gestión gubernamental. Es más, Arce no le sigue la corriente, fue evidente su actitud al eludir las sugerencias de Morales y quiere imponer su impronta en la gestión, lejos de la sombra de su mentor político.
Pero, en medio de esas divergencias internas, se percibe una sospechosa disputa adelantada por la candidatura presidencial de 2025. Lo sabe Morales, por eso está a la defensiva y dispuesto a arrasar con todo, con la historia misma de su partido y la gobernabilidad de Arce. Si no, siendo el líder del MAS, sería capaz de ejercer su liderazgo con sensatez e inteligencia y reencauzarlo.
Rubén Atahuichi es periodista.